Véase Primera Parte y Segunda Parte
Del baúl de la Historia.
A modo de corolario quería dejar algunas citas memorables, que no deberían quedar soterradas dentro de las Obras Completas de Octavio Paz. Las citas enunciadas a continuación me parecen muy interesantes porque se refieren a la resistencia o complacencia de algunos intelectuales frente a las ideologías dominantes de su tiempo. Son argumentos que nos interpelan, pues también hoy existen ideologías hegemónicas palpitantes que deberían llevarnos a un examen filosófico y moral. En efecto, ¿no deberíamos nosotros continuar esa tradición occidental inaugurada por Sócrates y que el iberoamericano Octavio Paz vivió con plenitud?
Estas citas posiblemente no son las más importantes de la ensayística de Paz, ni las más selectas. Simplemente me fueron útiles para redactar el precedente artículo y no quedaron plasmadas en él. Pero sí son citas relevantes. Todas ellas aparecen recopiladas en Ideas y Costumbres, el Volumen VI de las Obras Completas de Octavio Paz, en la última edición del FCE de 2014. Veamos:
“Si la historia es el lugar de prueba, el cristiano Solzhenitsyn ha pasado la prueba. Su ejemplo no es intelectual ni político ni siquiera, en el sentido corriente de la palabra, sino moral. Hay que usar una palabra más antigua y todavía con sabor religioso, con sabor a muerte y sacrificio: testigo. En el siglo de los falsos testimonios, un escritor se vuelve testigo del hombre” (...)
“Las ideas de Solzhenitsyn –lo mismo las religiosas que las políticas y literarias– son discutibles, pero no seré yo el que, en este artículo, las discuta. Su libro [Archipiélago gulag] plantea problemas que rebasan, por una parte, su filosofía política y, por otra, la condenación ritual del estalinismo. Esto último me atañe. El proyecto bolchevique, es decir, el marxismo–leninismo es un proyecto universal. De ahí el interés del libro de Solzhenitsyn para el lector no ruso. Archipiélago gulag no es un libro de filosofía política sino una obra de historia; más exactamente: es un testimonio –en el antiguo sentido de la palabra: los mártires son los testigos– del sistema represivo fundado en 1918 por los bolcheviques y que permanece intacto hasta nuestros días, aunque haya sido relativamente humanizado por Jruschov y hoy no ostente los rasgos monstruosos y grotescos del período estaliniano”.
Polvos de aquellos lodos, 1974.
“Casi todos los escritores de Occidente y de América latina, en un momento o en otro de nuestras vidas, a veces por un impulso generoso, aunque ignorante, otras por debilidad frente a la presión del medio intelectual y otras simplemente por ‘estar de moda’, hemos sufrido la seducción del leninismo. Cuando pienso en Aragón, Éluard, Neruda, Alberti y otros famosos poetas y escritores estalinistas, siento el calosfrío que me da la lectura de ciertos pasajes del infierno [de Dante]. Empezaron de buena fe, sin duda. ¿Cómo cerrar los ojos ante los horrores del capitalismo y ante los desastres del imperialismo en Asia y África y nuestra América? Experimentaron un impulso generoso de indignación ante el mal y de solidaridad con las víctimas. Pero insensiblemente, de compromiso en compromiso, se vieron envueltos en una malla de mentiras, falsedades, engaños, y perjurios hasta que perdieron el alma. Se volvieron, literalmente, unos desalmados. Puedo parecer exagerado: ¿Dante y sus castigos por unas opiniones políticas equivocadas? ¿Y quién cree hoy en el alma? Agregaré que nuestras opiniones en esta materia no han sido meros errores o fallas en nuestra facultad de juzgar. Han sido un pecado, en el antiguo sentido religioso de la palabra: algo que afecta al ser entero. Muy pocos entre nosotros podrían ver frente a frente a un Solzhenitsyn o a una Nadezhda Mandelstam. Ese pecado nos ha manchado y, fatalmente, ha manchado también nuestros escritos. Digo esto con tristeza y con humildad”.
Polvos de aquellos lodos, 1974.
“¿Qué época y qué civilización pueden ofrecer un libro que compita con el de Solzhenitsyn o con los relatos de los sobrevivientes en los campos nazis? Nuestra civilización ha tocado el límite del mal (Hitler y Stalin), y esos libros lo revelan. En esto consiste su grandeza. Las resistencias que han provocado las obras de Solzhenitsyn son explicables: son la descripción de una realidad cuya sola existencia es la refutación más completa, desoladora y convincente de varios siglos de pensamiento utópico, de Campanella a Fourier y de More a Marx”.
Gulag: entre Isaías y Job, 1979
“Se dice con frecuencia que Solzheniszyn no ha revelado nada nuevo. Es verdad: todos sabíamos que en la Unión Soviética existían campos de trabajo forzado que eran lugares de exterminio de millones de seres humanos. Lo nuevo es que la mayoría de los ‘intelectuales de izquierda’ por fin han aceptado que el paraíso era el infierno. Esta vuelta a la razón, me temo, se debe no tanto al genio de Solzhenitsyn como al saludable efecto de las revelaciones de Jruschov. Creyeron por consigna y han dejado de creer por consigna. Tal vez por esto muy pocos entre ellos, poquísimos, han tenido el valor humilde de analizar en público su extravío y explicar las razones que los movieron a pensar y obrar como lo hicieron. Es tan grande la resistencia a reconocer que se ha cometido un error, que una de esas almas empedernidas, un gran poeta (Neruda), dijo: ‘¿Cómo no me iba a equivocar yo, un escritor, si la historia misma se equivocó?’ Los griegos y los aztecas sabían que sus dioses pecaban, pero los modernos los aventajan: la historia, esa idea encarnada, se va de picos pardos como una matrona de cascos ligeros, con el primero que llega, llámese Tarmelán o Stalin. En esto ha parado el marxismo, un pensamiento que se presenta como ‘la crítica del cielo’.”
Polvos de aquellos lodos, 1974
“Quisimos ser hermanos de las víctimas y nos descubrimos cómplices de los verdugos, nuestras victorias se volvieron derrotas y nuestra derrota quizá sea la semilla de una victoria que no verán nuestros ojos. Nuestra condenación es la marca de la modernidad. Y más: es el estigma del intelectual moderno. Estigma en el doble sentido de la palabra: marca de santidad y marca de infamia (...)
“En la memoria de todos ustedes están sin duda los nombres de George Orwell y de Simone Weil, que se atrevieron a denunciar, sin mengua de su lealtad, los horrores y los crímenes cometidos en la zona republicana. En el otro lado también fue admirable la reacción del católico Georges Bernanos, autor de Los grandes comentarios bajo la luna, y más tarde, del poeta falangista Dionisio Ridruego.
El lugar de la prueba, 1987 [27]
“[Los intelectuales], ¿cómo pueden cumplir la función pública que les corresponde si no han sido capaces de criticarse a sí mismos?”
Pequeña crónica de grandes días, 1990
“Hay una falla, una secreta hendedura en la conciencia del intelectual moderno. Arrancados de la totalidad y de los antiguos absolutos religiosos, sentimos nostalgia de totalidad y absoluto. Esto explica el impulso que los llevó a convertirse al comunismo y a defenderlo. Fue una perversa parodia de la comunión religiosa… En el caso de los intelectuales del siglo XX no hubo rebeldía ni soberbia: hubo abyección. Es duro decirlo, pero hay que decirlo” (...)
“Bretón [a diferencia de Sartre] no se equivocó en lo que de verás cuenta, y no confundió al vicio con la virtud y al crimen con la inocencia” (...)
Muchos intelectuales mexicanos han padecido una intoxicación ideológica, algunos todavía no se curan. Lo mismo puede decirse de los otros países de América Latina.
Itinerario, 199
[27] El lugar de la Prueba es la valiosa ponderación histórica de Paz sobre la Guerra Civil española a los 50 años del Congreso de escritores Antifascistas. Por su brevedad y profundidad es una lectura muy recomendable.