El presente texto es fruto de una exposión dada por el autor en el seminario "La filosofía política a la luz de las cuatro transformaciones de México", dirigido por la investigadora Dra. Virginia Aspe, de la Universidad Panamericana, con participantes investigadores de la UNAM.
Hace unos meses, los restos fúnebres de Octavio Paz (1914-1998) fueron depositados junto con los de su esposa Marie J. Tramini, en el antiguo Colegio de San Ildefonso. Fue un homenaje realizado por prestigiosos escritores, C. Sheuinbaum, jefa de gobierno de la Cd. de México, Beatriz G. Müller, primera dama y Enrique Graue, rector de la UNAM.
El Premio Nobel (1990) inició su vida poética e intelectual precisamente en San Ildefonso, entonces sede del bachillerato nacional. También fue el recinto donde ya sexagenario Paz imaginó poéticamente su acto de contrición por haber profesado la fe marxista: “El bien, quisimos el bien: enderezar el mundo / Nos faltó entereza: nos faltó humildad / Lo que quisimos, no lo quisimos con inocencia” (Nocturno de san Ildefonso, 1974)
En el siglo corto (1914-1991), el marxismo –con sus múltiples registros– cristalizó en diversos regímenes comunistas, que embriagaron a miles de intelectuales con sus promesas utópicas de bienaventuranza terrena y justicia real... ¿Pero cuál fue el itinerario del poeta, quien enarboló por décadas las causas culturales y políticas del marxismo, para convertirse luego en el disidente latinoamericano más notable, precisamente cuando esta ideología gozaba de glamour cultural y político en la región, merced a la revolución castrista y al emblemático Che Guevara?
Fue Paz un poeta con historia. En estas páginas quiero repasar a vuelapluma, no su vasta obra lírica [1], sino su trayectoria revolucionaria y su detracción final del marxismo. “Como muchos de mi generación, en mi patria y en el mundo viví esas esperanzas y esas desilusiones: ese frenesí y ese desengaño”(Itinerario) [2]. La crítica del poeta es todavía relevante, primero, ante el florecimiento de las nuevas expresiones culturales del marxismo; pero también, por el temple valeroso e iluminador con que Paz arrostró la ideología hegemónica de su contexto vital. En este artículo intercalaré hilos reflexivos de la ensayística del Nobel con sus derroteros vitales.
Civilización fragmentada.
“Nuestro tiempo es el de la conciencia escindida y el de la conciencia de esa escisión. Somos almas divididas en una sociedad dividida” (Itinerario, p. 46). En una época como la de Dante, la filosofía escolástica y las costumbres sociales se entretejían en armonía con la sensibilidad estética de sus catedrales góticas, el derecho canónico. El espíritu científico de Alberto Magno y su ideal contemplativo resultaban convergentes. La edad moderna, piensa Paz, dibuja fragmentación. Las ciencias siguen unos derroteros muy distintos a los de la política revolucionaria; hay discordia entre las creencias religiosas, con sus costumbres sociales, y las teorías filosóficas; la sensibilidad estética choca con las ideologías económico-políticas de su tiempo: “Las sociedades antiguas y la cristiandad medieval dieron prioridad al ser sobre el devenir; la modernidad, al devenir sobre el ser” (Itinerario, p. 45). El “progreso”.
La mística de la modernidad, piensa Paz, es la revolución. El revolucionario es un hombre que reúne en sí los atributos del filósofo, el estratega y el arquitecto social.
Este tejido cultural discordante, con sus ideologías intrahistóricas, tocó vidas concretas. Veamos cómo fue su encuentro con nuestro poeta.
Un olfato crítico y su trayectoria.
Aunque bautizado católico por su madre en la alborada de su vida [3], desde su adolescencia, Paz se enfervorizó con las ideas revolucionarias; influido, primero, por el ejemplo de su padre, un abogado promotor de la justicia agraria, que se unió a la causa zapatista, durante La Revolución mexicana (1910-20), y luego, por lecturas anarco-marxistas. El joven Octavio, utopista, abandonó las aulas de Derecho en la UNAM para apoyar la educación campesina, en Yucatán.
Tras la publicación de un ardoroso poema, No pasarán, en apoyo a la Segunda República española, frente a la embestida franquista, Octavio fue convocado a sus 23 años a participar en el Segundo Congreso de Escritores Antifascistas (Valencia, 1937). Fue un trampolín intelectual. Paz medró culturalmente al calor de las amistades poéticas entabladas entonces: Neruda, Hemingway, Cernuda –quienes ganarían el Nobel–; o Malraux, León Felipe, Machado, Carpentier, Pellicer. La abultada experiencia de esos meses resultó crucial en su trayectoria cultural y política. Y aunque Paz tuvo escarceos políticos, no militó en partido comunista alguno, ni entonces, ni el resto de su vida.
Su olfato crítico ya estaba despierto. No pasaron desapercibidas a su joven sensibilidad las pulsiones sectarias y totalitarias de algunos escritores del Congreso. El caso André Gide despertó sus alertas. El literato francés, luego también Premio Nobel, tras una visita de reconocimiento a Rusia, había osado publicar una crítica a los desplantes autoritarios de la Unión Soviética. Acto seguido la izquierda ibérica lo declaró unilateralmente “enemigo de La República española”, durante el Congreso, ante el estupor mudo de los escritores más mesurados [4]. Meses después, le escandalizó la desaparición de su amigo de infancia, el anarquista José Bosch, “engullido por la revolución”, esto es, por grupos bolcheviques en España (Itinerario, p. 48).
Ciertos hitos fueron marcando su espíritu crítico, para realizar un viraje desde el marxismo entusiasta, a uno cautamente heterodoxo. Veamos. Uno fue la extrañeza causada por “el estertor de Trotsky y sus quejidos de jabalí” (Piedra de sol). No solo su muerte a manos del estalinista español, Ramón Mercader, sino el previo intento de asesinato por el muralista mexicano, Alfaro Siqueiros, con quien Paz hizo buenas migas en el congreso valenciano. Paz comprendió el fanatismo palpitante en el ideal revolucionario, que ya había atisbado en otros intelectuales: Pablo Neruda, o A. Ehrenburg [5]. La pregunta era, ¿por qué?
Otro hito fueron las contradicciones de los regímenes marxistas reales. Si el enemigo era el fascismo, ¿por qué Stalin pactó con Hitler en 1939? Ello le despertó fuertes incertidumbres interiores. Mientras algunos intelectuales más acomodaticios justificaron públicamente el pacto, confiando con “la fe del carbonero” (sic), Paz cesó sus publicaciones en la revista El Popular, de directriz comunista. Consideró injusto apoyar el pacto. Otros marxistas, tan perplejos como Paz, observaban el decurso del tiempo en silencio. Dos años después, Hitler rompió el pacto y atacó la Unión Soviética del crédulo Stalin. Para los comunistas, el mundo recobró su espantosa estabilidad maniquea, donde la URSS con sus ejércitos rojos y sus ingenieros de almas representaban al bien [6]. Sin embargo, el poeta mexicano viraba paulatinamente hacia un marxismo heterodoxo, todavía soterrado en su intimidad.
En 1946, Paz se instaló en París, como funcionario menor de la diplomacia mexicana. En esa Francia humillada y empobrecida de la posguerra, culturalmente fecunda e izquierdista, Paz pensó que sería testigo, finalmente, de las “revoluciones proletarias” en Europa occidental, auguradas por Marx. Pero ante su sorpresa, los años transcurrían y “no encontré ni rastro de la revolución europea” (Itinerario, p. 88). Las profecías de Marx iban derrumbándose.
Con todo, su desasosiego más rotundo fue detonado por el caso Rousset. El militante comunista David Rossuet fue un abogado, preso político en los campos de concentración Nazi. Víctima de esos horrores, fundó una asociación para denunciar ante la opinión pública cualquier indicio de campo concentracionario en el mundo. Escrutó el régimen franquista, en el que encontró presos políticos [7]; escrutó el régimen estalinista, en el que halló abundante evidencia de purgas y campos concentracionarios. Rossuet documentó los testimonios y los publicó en Le Figaro Literraire (1949). Sus textos suscitaron un profundo escándalo, particularmente entre los sectores comunistas de Europa.
Más que indagar la veracidad de las acusaciones, los comunistas reviraron orquestando una campaña panfletaria de desprestigio contra Rousset. Sus instrumentos principales fueron, de un lado, la revista Los Tiempos modernos de las estrellas filosóficas, J. P. Sartre y Merleau Ponty; de otro, el suplemento literario comunista Las letras francesas, que lo acusó de falsario y de manipulador de documentos. Rousset no se arredró. Exigió un juicio contra Las Letras francesas, acusándola de calumnia. Ante un tribunal parisino, Rousset pudo probar con múltiples testimonios que la URSS tenía muchos campos de concentración [8]. Ello era particularmente simbólico en una París de mediados de siglo dominada culturalmente por la mística revolucionaria, entonces acaparada por el estalinismo.
Elena Garro, entonces esposa de Paz, asistió a las sesiones del juicio, por quien él tuvo noticias de primera mano. Instigado por Garro, el poeta decidió dar eco de tan graves sucesos a la opinión pública latinoamericana. En México resultó imposible publicar los testimonios más escandalosos del juicio. Lo hizo en la revista literaria Sur de Argentina, 1951. Solo el escritor bonaerense Ernesto Sábato se unió a aquel clamor por las víctimas [9]. Paz apostató así del comunismo leninista. Las consecuencias fueron inmediatas: “Había perdido a varios de mis amigos y a mis antiguas certidumbres. Flotaba a la deriva. La cura de desintoxicación no había terminado enteramente: faltaba aún mucho por aprender, y mucho por desaprender” (Itinerario, p. 97).
[1] Para ello, Ruy A. (2013), Una introducción a Octavio Paz, FCE.
[2] Paz O. (1993), Itinerario, FCE, p. 46. Este ensayo fue la base principal de este escrito. En adelante lo citaré en el cuerpo del texto.
[3] El 19 de mayo de 1914, en la parroquia de Santo Domingo del barrio de Mixcoac, Cd. de México. Encontré su partida de bautizo, la n. 1134. Cfr. https://www.familysearch.org/es/
[4] Domínguez Michael C. (2014), Octavio Paz en su siglo, Ed. Aguilar, México.
[5] Paz, O. (1993), Itinerario, p. 60.
[6] Domínguez Michael C. (2014), Op. Cit., p. 91.
[7] Martí, E (2007), “Las Cárceles de la posguerra”, en La aventura de la Historia, n. 111, p. 26-35.
[8] En su libro sobre Los orígenes del totalitarismo, Hanna Arendt pudo probar que fueron campos improductivos. Su función radicó en ser órganos del terror estatal.
[9] Domínguez Michael C. (2014), Op. Cit., p. 156.