7/11/2022
Claridad errante: La trayectoria ideológica de Octavio Paz (Segunda Parte)
José Jorge Quesada Pérez
Considero la retracción de Octavio Paz al marxismo como uno de los casos de honestidad intelectual en habla hispana más notables del siglo XX.
Véase también Primera Parte de esta entrada.

Un disidente del PRI y de la URSS.

Paz fue investido como embajador de México en la India (1962). Fueron años felices en su vida personal e intelectualmente fecundos. 

El estallido de la revolución cubana (1959) no entusiasmó a Paz, a diferencia de múltiples marxistas. El poeta expresó que de la revolución le gustaba “lo que tenía de José Martí” pero no “lo que tenía de Lenin” [10]. El utopismo del Che Guevara le desconcertó, le resultó anacrónico. Es decir, a cada nuevo suceso histórico, el marxismo bolchevique le resultaba inapropiado para encauzar la justicia social y los complejos problemas del mundo.

En cambio, las revueltas juveniles del 68 en París y su eco en otras partes del mundo reavivaron sus ilusiones revolucionarias. 

Pero la deleznable matanza de estudiantes en la plaza de Tlatelolco, de la que el presidente Díaz Ordaz asumió la responsabilidad, lo comprometió. Paz decidió renunciar a su cargo de embajador en la India para protestar contra su gobierno. Fue el único miembro del cuerpo diplomático mexicano en hacerlo. El gesto fue bien acogido entre vastos sectores, especialmente de izquierda. Su hija Laura Elena, sin embargo, entonces matriculada en la Facultad de Filosofía de la UNAM, le reprochó el gesto en una acre carta publicada en El Universal, aduciendo que él no comprendía que la progresía de izquierda había azuzado desde la cátedra al alumnado a tomar actitudes sumamente provocativas e insolentes contra el gobierno, justo semanas previas a la celebración internacional de las olimpiadas [11]. Paz permaneció en su resolución refractaria. Y publicó en prosa Posdata (1970), una explicación simbólica, estética, de la violencia mexicana. El poeta se tornó disidente del PRI.

Tras su renuncia a la embajada, Paz intercaló estancias en Francia y EUA –ahí como profesor invitado de Harvard– antes de volver definitivamente a México. En 1973-74 tuvo la oportunidad de leer Archipiélago Gulag, uno de los libros más influyentes del siglo.

El testimonio devastador de Alexander Solzhenitsyn supuso el resquebrajamiento de las certezas marxistas de Paz. La utopía había conducido a una violencia feroz y victimaria por parte de los estados comunistas contra la sociedad. Aquel revulsivo persuadió a Paz definitivamente de que la revolución bolchevique había sido maldita desde su semilla.

Con el agravante de que, durante todo el siglo, una muchedumbre internacional de intelectuales, a la que él pertenecía, había favorecido con sus plumas a estas utopías. Concluyó compungido: “pocos de nosotros podríamos ver a los ojos a un Solzhenitsyn o a un Mandelstham [bardo eliminado por Stalin]. Ese pecado nos ha manchado y, fatalmente, ha manchado nuestros escritos” [12].

El poeta, agnóstico y pagano, expresó en Polvos de aquellos lodos el imperativo moral de realizar un acto religioso de arrepentimiento, pues consideró que no se trató de un mero error en la facultad de juzgar, sino un pecado en el sentido original de la expresión, algo que afecta todo el ser personal [13]. Dijo en su lírica: “La rabia / se volvió filósofa, / su baba ha cubierto al planeta (...) / Enredo circular: / todos hemos sido, / en el Gran Teatro del Inmundo, / jueces, verdugos, víctimas, testigos, / todos (...) La culpa que no se sabe culpa, / la inocencia, / fue la culpa mayor (Nocturno de san Ildefonso, 1974). Y una década después: “Fui cobarde, /no vi de frente al mal (...) / ¿El mal? Un par de / ojos sin cara, un repleto vacío” (El árbol adentro, 1987). 

En los rijosos años 70 –avispero de guerrillas marxistas en Latinoamérica y en derredor del mundo, avaladas por muchedumbre de escritores–  las críticas de Paz a los excesos del marxismo real lo exiliaron culturalmente de su familia ideológica. La izquierda más dogmática –esa que ante las denuncias testimoniales prefirió voltear a las biografías mitológicas y acríticas del Che Guevara– llamó al poeta reaccionario, fascista, ultraderechista, liberal... Desde el ostracismo éste continuó su defensa crítica. Una de las disputas públicas más notables fue realizada con el literato Carlos Monsiváis, a través de un debate entre las revistas culturales Plural y Nexos

El poeta fue a más en su ensayística, en El ogro filantrópico (1979) propuso que toda la intelligentsia debía realizar un acto de compunción. “Si la izquierda mexicana quiere salir de su letargo intelectual debe comenzar por un examen de conciencia, filosófico y político” [14].   

Si durante esa década Paz todavía dudaba si algunos rasgos socialistas de Marx podían disociarse de la aplicación histórica, llevada a cabo por Lenin, Mao, Pol Pot, Castro y su pléyade de hijastros en todo el mundo [15], para 1983 cuando escribió Tiempo Nublado, Paz estaba completamente persuadido de que el utopismo marxista era en sí la raíz victimaria de la violencia comunista del siglo. Ello previo a la caída del telón de acero: cuando todavía era muy osado decirlo. En términos escolásticos expresó: “El marxismo-leninismo es la sustancia, un accidente el estalinismo” [16]. El poeta era ya un disidente de Marx… 

Y comprometió todo su prestigio en esa crítica. Lo hizo desde las revistas Plural y Vuelta, fundadas por él para difundir el pensamiento de grandes intelectuales del mundo. Y desde su jefatura cultural, en discursos y periódicos. Al recibir un galardón de La Paz (1987), otorgado por el presidente de república alemana, el poeta pronunció un breve discurso en el que, en dos párrafos, criticó al régimen revolucionario sandinista de Nicaragua, por no someterse a elecciones populares [17]. En protesta, enconados grupos de manifestantes en la Cd. de México, quemaron su efigie con la gritería: “Raegan, rapaz, tu amigo es Octavio Paz”, indicando que era de derecha. El evento fue televisado. Con llamativo temple, Paz no se arredró y perseveró en su crítica. El tiempo le dio la razón…

El desmantelamiento de la URSS fue una de las mayores alegrías políticas de su vida [18]. A ello dedicó su brillante Pequeña crónica de grandes días (1991). 

Desahuciado el mito de la “diosa revolución”, el poeta se acercó al liberalismo, fruto de una evolución paulatina de décadas. Más por el católico Tocqueville que por Rawls o el frío Nozick [19]. Dedicó varios ensayos en su última década a promover una reforma democrática de corte liberal, especialmente en México, ante el omnipresente partido hegemónico de entonces, el PRI. Aunque el partido oficial, ciertamente, le abrió puertas culturales, auspiciando sus programas de radio y televisión.

Ahora bien, como Solzhenitsyn, también Paz fue un crítico del liberalismo como filosofía. Pues “deja sin respuesta la mitad de los interrogantes humanos”; y como economía: “convertir la ceguera del mercado en motor de toda la sociedad es una aberración moral y política (…), sustituye la antigua noción de valor por precio, pero las cosas más elevadas –la virtud, la verdad, el amor, la libertad, la caridad, el arte– no tienen precio; el triunfo del mercado es el triunfo del nihilismo” [20]

Así pues, ante liberales, Paz era (es) considerado un socialdemócrata; y ante socialistas y marxistas, un neoliberal [21]. Una ambigüedad que, a mi juicio, le engrandece, pues la realidad es superior e irreductible a cualquier receptáculo ideológico. Sólo la frivolidad intelectual logra encapsular la realidad en una cárcel de conceptos ideológicos.

La dialéctica de la Historia. 

De las innumerables críticas teóricas que Paz endosó al marxismo, quisiera plasmar la que dio al crepúsculo de su vida. En Itinerario, el poeta espetó dos duras críticas a Sartre como defensor mediático del marxismo.  En primer lugar, Sartre y los marxistas, instauraron la Lógica de la historia. Una ley dialéctica-histórica, a través de la cual los marxistas juzgaron los acontecimientos del mundo. Bajo esta ley “Los actos no se valoran ni se miden por ellos mismos, tampoco por la virtud de aquellos que los ejecutan. El metro, la balanza, es su relación con una entidad que a veces se llama historia o revolución. Así, son actos buenos, sin excluir la mentira y la ejecución de rehenes, los que ayudan a la revolución; malos los que la perjudican” [22]

Por eso, Trotski o, más tarde, Sartre, justificaron los más abominables crímenes de la revolución, en tanto estos horrores fueron medio para alcanzar el triunfo revolucionario en distintos lugares. Pero, en última instancia, ¿quién dicta las directrices de la revolución? Los Miembros del Comité, el Secretario General…La revolución se trastoca en mera lucha por alcanzar el poder en algún país, en instaurar la propia ideología como directriz social. Todo acto es justificable en función del poder revolucionario. 

De esta manera se llega a la segunda crítica, que Paz comprendió al final de su vida: la divinización del poder. La política y la ideología fueron transformadas en un absoluto, en una pseudoreligión. El humano es un ser hambriento de sentido y trascendencia. Las ideologías revolucionarias, piensa Paz, sedujeron a los hombres y mujeres del siglo, para apagar su sed y colmar su aspiración de trascendencia, mutada por una mentira fraudulenta de bienaventuranza terrena, material.

Este poderoso sofisma se hizo patente en sus consecuencias morales, como arguye en Itinerario: La divinidad judeocristiana instaura un código moral atemporal a partir del cual juzgar los actos humanos de todo tiempo y lugar. Mientras que el “dios-historia” de los revolucionarios mutaba según circunstancias y tiempos. Así, por los mismos actos unos fueron glorificados y otros ajusticiados, atendiendo a las circunstancias y al líder revolucionario en turno. Por ello, algunos comunistas pasaron, por los mismos actos, del “Comité Central al paredón”. Paz rememora a su querido Bujarin, el ideólogo comunista de su juventud, ejecutado por Stalin tras los infames Juicios de Moscú [23], a los que llamó “Gran Teatro del Inmundo” (Nocturno de san Ildefonso, 1974). 

Paz endilga a Sartre –y a los revolucionarios del siglo– el haberse ofuscado con la Dialéctica histórica y por ello confundir “el vicio con la virtud, el crimen con la inocencia”.  Y arroja una diatriba insólita. “En el caso de los intelectuales del siglo XX no hubo rebeldía ni soberbia: hubo abyección. Es duro decirlo, pero hay que decirlo” [24].

Epílogo.

En 1997, en el ocaso de su vida, amigos de todas épocas se apersonaron para despedirse de él, en su casa de Coyoacán. Algunos de ellos se habían distanciado por diferendos ideológicos. A uno, que había comulgado con la izquierda radical guevarista en los 70, el poeta le inquirió si ya se había arrepentido.  –Sí, ya he hecho mi autocrítica. –Dije arrepentimiento no autocrítica, le espetó acremente Paz [25]. La anécdota refleja el hondón de su alma.

Considero la detracción de Octavio Paz al marxismo como uno de los casos más notables de honestidad intelectual de habla hispana durante el siglo XX. En efecto, ¿cuántos intelectuales de ese siglo rectificaron públicamente ante sus errores ideológicos, cuando las ideas todavía gozaban de glamour social y asumieron con ello alto riesgo de ostracismo cultural? ¿Cuántos, con evidencias en las narices, ofrecieron un mea culpa pública ante las tropelías de sus correligionarios ideológicos? ¿Cuántos se solidarizaron públicamente con las víctimas de esos regímenes? ¿Cuántos condenaron a los caudillos revolucionarios que, como Saturno, devoraron a sus hijos? La mayoría no lo hizo ni tras el desplome del muro de Berlín... Octavio Paz, con su sensibilidad poética, inició este proceso 40 años antes y lo continuó con total contundencia 20 años antes… Así, fue “cancelado” por muchos de su tiempo. 

Paz denunció en sus entrevistas noventeras que muchos pensadores simplemente mutaron el rostro al discurso marxista para darle nueva aura de respetabilidad moral e intelectual. Otros, simplemente asumieron la nueva moda discursiva del momento, la democracia liberal, sin explicar sus razones de cambio. 

*****

Los regímenes comunistas resultaron totalitarios. Conculcaron flagrantemente los Derechos Humanos fundamentales; tuvieron influencia directa sobre más de 2.5 mil millones de personas; sus fórmulas económicas resultaron ineficientes para generar riqueza y distribuirla equitativamente, provocando injusticias más severas de las que pretendían resolver. Con todo, la rasgadura humana más honda en los países que los sufrieron fue espiritual y cultural, según argumentó A. Solzhenitsyn [26]

Si bien el comunismo sucumbió, el marxismo no fue derrotado intelectualmente. Se ha revestido de nuevos rostros: palpita en algunos tipos de feminismos, con sus libretos revolucionarios; en ciertos enfoques de género con pretensiones de reingeniería social; en la ideología woke; en revisionismos históricos como el de la teoría crítica de la raza o el discurso descolonizador, y asoma su faz victimaria en algunos regímenes latinoamericanos (Daniel Ortega, Cuba y Venezuela, p. ej.). ¿Seguirá siendo válida la crítica de Paz al marxismo cultural como una absolutización y divinización de la ideología, como una narrativa para paliar el sentido de trascendencia humana y de justicia? Posiblemente sí…

[10] Krauze E. (2013), “El poeta y la revolución”, en Redentores, p. 270.  

[11] Domínguez Michael C. (1914), Op. Cit., p 321 y ss.

[12] Paz, O. (1975), “Gulag: entre Isaías y Job”.

[13] Domínguez Michael C. (1914), Op. Cit., p. 402 y ss.

[14] Paz. O. (1979), “El ogro filantrópico”.

[15] Van Delden M. (2017) “Octavio frente a Solzhenitsyn”, https://zonaoctaviopaz.com

[16] Paz, O. (1975), “Gulag: entre Isaías y Job”.

[17] Paz O. (1984), “El diálogo y el Ruido”, en Pequeña crónica de Grandes días, FCE.

[18] La otra gran alegría política de su vida madura fue el advenimiento de la socialdemocracia española de Felipe González.

[19] Paz fue galardonado con el premio Tocqueville por el presidente francés François Mitterrand, en 1989.

[20] “Tela de Juicios”, en Itinerario, p. 235.

[21] Domínguez Michael C. (2014), Op. Cit., p. 558.

[22] Itinerario, 9. 78. 

[23] Itinerario, p. 83 y ss.

[24] Ídem, p. 80. 

[25] Domínguez Michael C. (2014), Op. Cit., p. 44. 

[26] Solzhenitsyn A. (1999), Rusia bajo los escombros, FCE.  En palabras del Nobel eslavo, el marxismo –no utópico sino real– engendró una “confusión del espíritu” que resquebrajó “el alma de los pueblos”, su cultura; amputó su “dimensión de trascendencia” –con su cosmovisión materialista e intrahistórica–; socavó “la conciencia moral” y “el sentido del trabajo” en millones de personas; desmanteló, en fin, “el sentido de comunidad”, a cambio de un colectivismo políticamente útil.