20/3/2024
¿Hay alguien ahí?
Carlos Díaz
El mundo tiene ese sentido intrínseco, independiente del ser humano, que este puede atisbar gracias no a una razón fría, sino cálida.

¿Hay alguien ahí?, esta novela de Isaac Asimov, me impresionó vivísimamente hace bastantes décadas, y aún late con fuerza en mí, especialmente cuando en momentos de desasosiego e inestabilidad psíquica busco asideros trascendentales: ¿hay alguien ahí?, pregunto al buscar para ser hallado y hallar. De hecho, al levantarme inquiero si hay alguien ahí esperándome, y al acostarme quisiera dar las gracias por haber sido esperado. Aferrarme firmemente a la mano sodalicia que me aguarda es posible en mi experiencia particular, aunque la entrevela esté poblada de batallas interminables. Si no hay alguien ahí no me siento nadie aquí, por eso mi condición polémica me impele a buscar la mitad de mi alma en cada sendero del camino. Que haya un Más que no me haga Menos, que exista un Contigo que no sea un Contra ti es mi debate callado desde que tengo algunos recuerdos de infancia. Si soy amado existo, soy amado luego existo: eso me basta para ser feliz[1].

Este presentimiento mío podría tener alguna cabida en el entorno de el “principio de razón suficiente” defendido por Leibniz (1646-1716), según el cual el  mundo tiene un significado intrínseco. Sus Principios de la naturaleza y de la gracia llegan a decir que, “el presente está preñado de futuro; el futuro se puede leer en el pasado; lo lejano se expresa en lo próximo”, afirmación compartida por su coetáneo Newton (1642-1726). Según ambos, todos esperamos dar con patrones de regularidad (hipótesis) que otorguen un orden y un sentido inteligible al aparente caos del mundo, es decir, esa anhelada mano compañera.

También Gödel (1906-1978) defendió la estructura lógico/matemática del mundo, pero los humanos cometemos inevitablemente múltiples errores irracionales de cálculo, por eso la estructura matemático/racional de nuestra existencia resulta un laberinto intrínseco de bellas y potenciales paradojas. Sí, lo ordenado está plagado de errores de significado. Pero no nos contentamos con eso. Nuestra racionalidad va más allá de la lógica matemática dando sentido y orden a verdades cuya veracidad no se puede contrastar; paradójicamente somos capaces de resolver problemas lógicos a pesar de su incompletitud. La mente humana racional está plagada de de contradicciones irracionales, como lo muestran lasparadojas o la ironía, o el sarcasmo, dentro de un contexto determinado, capacidad de la que no disponen las máquinas de cálculo o inteligencias artificiales basadas en algoritmos. Lo racional es, pues, totalmente irracionalizable, o mejor, meta/racional.

Sin embargo, no hay mal que por bien no venga: “la ostensible falta de sentido del mundo proporciona un escenario ideal para desarrollar nuestra razón a partir de la contemplación de nuestros defectos, nuestros momentos de sufrimiento y nuestra tendencia a sucumbir a las inclinaciones más bajas. No solo estamos aprendiendo nuevas formas de hacer las cosas, sino que al mismo tiempo adquirimos más significado en nuestras vidas a través de la reflexión sobre nuestros propios errores. Si la mente es irreductible a las partes físicas del cerebro y las matemáticas revelan una estructura racionalmente accesible más allá de los fenómenos físicos, entonces debería buscarse una visión del mundo más racionalista y más abierta a verdades que no pueden ser comprobadas por los sentidos. ¿Qué significado tendría dar luz a un ser humano con un campo tan amplio de posibilidades para el desarrollo personal y las relaciones con los demás, si no le permitiera alcanzar ni siquiera una milésima parte de él?”.

De todos modos, la ciencia es humilde, respetuosa, por eso sus aspiraciones de absoluto e infinito, su deseo y nuestro deseo de orden y sentido, de felicidad en suma, no lanzan las campanas al vuelo, tocan quedamente. Aunque seamos lógicamente superiores a las máquinas, capaces de desentrañar el sentido y orden del mundo, nos equivocamos continuamente, estamos condenados a repetir esos mismos errores en los que cayeron otros en el pasado, y aquellos que habitan el futuro volverán una y otra vez a los mismos fallos y certezas que sustentan ahora nuestro mundo[2]. Este principio de falibilidad ontológica ha sido posteriormente afirmado por Wittgenstein (1889-1951), por Karl Popper (1902-1994) y por otros.

Desde mi ignorancia me siento muy cercano a estos grandes personajes, cuyas incertidumbres llenas de esperanza me encantan, pues no se cierran al ámbito de la contingencia del materialista “se acabó y no hubo nada”, sino que se abren a la trascendencia: “lo que llamo Weltanschauung teológica es la visión de que el mundo y todo lo que hay en él tiene significado y razón, y de hecho un significado bueno e indudable. De esto se sigue que nuestra existencia terrena, que como tal tiene un significado dudoso, puede ser un medio para alcanzar el fin de otra existencia”. El mundo tiene ese sentido intrínseco que el ser humano puede atisbar gracias a la razón, pues nuestra existencia es irracional y cae continuamente en errores que también pueden traducirse en sufrimiento. Como fuere, esta perspectiva establece un contraste entre una vida irracional en un mundo racional, y eso da pie para pensar que la existencia verdadera se esconde más allá de los errores cometidos.

Más aún, esta perspectiva teológica puede a su vez hacerse extensiva a la realidad de un mundo racionalmente organizado y abierto a la posibilidad de una vida después de la muerte.

Debe haber otro sentido oculto en el mundo al que no se puede acceder de ninguna manera, como afirma hoy también el denominado “realismo especulativo”, un mundo independiente que se esconde continuamente al ser humano al que no cabe llegar ni desde la mera experiencia ni desde la razón supuestamente fría: la razón es cálida[3].

Estas cuestiones maravillosas, digámoslo amorosa/humorosamente, hoy se nos presentan de otro modo: dime qué tipo de hombre es y te diré con qué perfumes acertarás. Porque regalar una fragancia es la mayor demostración de cuánto conocemos a una persona. Algo es algo.


[1] Cfr. Díaz, C: Soy amado luego existo. Editorial Desclée de Brouwer, Bilbao, 4 volúmenes, 2000 ss.

[2] https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2024-03-13/mayor-genio-de-las-matematicas-del-siglo-xx-sobre-la-muerte_3805333/ No me digan que no tengo amigos rechulos: “acepto con orgullo tu nombramiento de Cebador Mayor Científico. Para preparar las oposiciones, a varios amigos nos dio por el estudio de las lógicas formales, lo que nos condujo inevitablemente a Gödel y sus famosos teoremas. Incluso leí un libro monotemático sobre los mismos. Me fascinaba el de la “incompletitud”: demostración matemática de que resulta imposible demostrar matemáticamente todo. Después, me fui aburriendo de aquellas parafernalias y galimatías, si acaso útiles para defender con letras y números lo ya sabido. Sí ha seguido interesándome siempre el análisis del lenguaje, más el literario que el filosófico. El estudio  de distintas gramáticas (en profundidad, la latina, griega, hebrea y francesa; más ligeramente, la alemana e inglesa) me fue siempre muy útil. A resultas de tanto ‘divertimento’, he venido a ser aprendiz de todo y maestro en nada”. ¿Te parece poco, Manolo?

[3] Díaz, C: Razón cálida. La relación como lógica de los sentidos. Editorial Escolar y Mayo, Madrid, 2010, 487 pp.

Carlos Díaz
Filósofo
Representante del Personalismo comunitario. Profesor catedrático de la Universidad Complutense de Madrid. Fundador del Instituto Emmanuel Mounier en Madrid y desde éste, en Paraguay, Argentina y México.