8/11/2023
Que algo nos ha de pasar (Primera Parte)
Juan Granados Valdéz
La filosofía es algo que nos pasa y que ha de despertar en nosotros una actitud de máxima responsabilidad respecto a la realidad y la verdad.
Nota: Este trabajo es un homenaje y un intento por difundir el pensamiento de Miguel García Baró. Si en algo falla o incurre en algún desliz, es responsabilidad del autor.

Nos ha de pasar algo. Es inevitable. De un tiempo a la fecha, en el contexto de la distinción que hace entre problemas, enigmas y misterios, es lo que, con reiteración, he notado que dice Miguel García-Baró. Lo ha dicho como filósofo, de profesión y de vida, y, por ende, en el marco de cierta filosofía, tal como la ha asumido. Como, en lo común, el trabajo de los profesores de filosofía es el de exponer y comentar a otros filósofos, yo, por mi parte, y con estas palabras que ahora comparto, me propongo presentar la filosofía de Miguel García Baró, la más reciente, expresada en conferencias, artículos y libros, enfatizando la tesis de que “inevitablemente nos ha de pasar algo”.

La filosofía de Miguel García Baró es una filosofía diferente a las filosofías mediatizadas. Para García Baró, la filosofía es algo que nos pasa, porque algo acontece y ese algo que acontece ha de despertar en nosotros una actitud, una vivencia y una meditación de máxima responsabilidad respecto a la realidad y la verdad. Asimismo, la filosofía nos enseña, una vez vivida y practicada, que inevitablemente ha de ocurrirnos algo y que eso que nos pasa es un signo formal, un problema, un enigma o un misterio.

Miguel García Baró[1] (2019) ha realizado un balance crítico de la perspectiva que de la filosofía se tiene en la actualidad. Entre los filósofos, comentaba, hay quienes hacen presencia frecuente en los medios y hay quienes poca importancia le dan. En España, como en México, según alcanzo a notar, suenan los nombres de Michel Onfray, Massimo Cacciari, Byung-Chul Han y Slavoj Zizek, pero no los de Jean-Louis Chretien y Vincenzo Costa. Los libros, en sus traducciones, de estos primeros autores, y no de los segundos, son éxitos de venta. Para constatarlo basta con visitar las librerías o pasearse por algunos medios electrónicos de actualidad para enterarse de esos nombres que son, por lo menos, los que más figuran. Asimismo, en la actualidad, parece –y es un punto de vista generalizado, incluso entre quienes no se dedican a la filosofía como profesión-- que toda ésta sea concebida, en el marco de cierto laicismo exacerbado, como filosofía política, aunque quizás, con alguna extensión ética o epistemológica. Parecen ser pocos los que aún piensan “la filosofía como metafísica, filosofía de la religión y teoría general, y no sólo científica, sino del conocimiento”. Es decir, de otrora ocuparse la filosofía, y los filósofos, de las causas últimas, profundas y decisivas de las cosas, se cree en estos días que eso toca, más bien, a la ciencia y que a la filosofía, en consecuencia y como única tarea que puede llevar a cabo, corresponde, por ejemplo, definir la ciudadanía o hacer crítica del funcionamiento deficiente de la democracia en este o en aquel país. Así la cosa, se piensa que “los filósofos centrales de estos tiempos son Jürgen Habermas y Charles Taylor”, por mencionar sólo a estos dos. Son pocos los que conocen, y aceptan, a filósofos como Richard Swinburne que, desde el tomismo clásico y valiéndose de la ciencia actual, dedican muchas horas y páginas a hablar de la existencia de Dios y de la relación entre la fe y la razón.

Llegados a este punto la perspectiva que de la filosofía se tiene se muestra, y no creo exagerar, como mera apariencia o pura tergiversación mediática, ya que, como el filósofo británico mencionado, hay otros pensadores que sí se atreven a explorar las regiones de lo absoluto. Además de los clásicos de la filosofía (como Platón, Aristóteles, Descartes, Kant, Schelling, Kierkegaard, Bergson, Husserl) de quienes uno ha de hacerse siempre contemporáneo en lo que respecta a su búsqueda libre y amorosa de lo real frente a aquellas filosofías de Friedrich Nietzsche o Martin Heidegger, que tanto seguidores han suscitado pese a las tragedias humanas del siglo XX suscitadas bajo su auspicio o beneplácito, contamos con: Emmanuel Levinas, ese judío que conoció muy de cerca la persecución nazi; Jean-Luc Marion, incluido en el llamado, a veces con sentido despectivo, giro teológico de la filosofía, que ha reunido fenomenología y teología; Michel Henry, filósofo y novelista, que ofrece una lectura alternativa de la obra de Marx a la que ha hecho el marxismo soviético; Alvin Plantinga, apenas traducido al español, que, como Swinburne, ha escrito sobre la existencia de Dios. Y con ellos, entre el análisis y la descripción, -entre, quizás, la filosofía analítica y la fenomenología-, las barreras se suprimen. Se transgreden las afiliaciones metódicas “para entender la inmensa y divina variedad de lo real”. No cabe, por ende, el mero gusto en filosofía. “Esta se hace pensando y argumentando, y no solo con los sentimientos. No tiene sentido aceptar o rechazar una posición filosófica porque nos guste o no”. Hay que argumentar. De lo que se trata es, pues, de su posible verdad.

Ninguno de los temas de veras importantes, a saber, la conciencia -psicológica y moral-, la vida, la sensibilidad, la afectividad, la voluntad, el cuerpo, la acción, el sufrimiento, la perversidad, la existencia, la muerte, la vulnerabilidad de la carne y el espíritu, la creatividad, el arte, la libertad, las formas históricas de la religión, el mal y el amor; ninguno, decía, de estos temas admite los compartimentos estancos o bien de la postura o bien del gusto. El mal, tan sólo, es decisivo para comprender y cambiar nuestro tiempo, porque nos exige amplitud de miras, apasionamiento por la verdad, responsabilidad máxima y otra actitud que la meramente cotidiana.

Así pues, la filosofía no es sólamente filosofía política. No es el sucedáneo tampoco de la religión, como a veces parece concebirse. No está al servicio de la ciencia ni de, así lo creo, ninguna ideología, como nos lo señalan los trabajos de los filósofos, que no aparecen en los medios o no están de moda y como nos lo muestran los temas que de veras valen la pena, como se dice. El caso es que hay, se hace y hacemos filosofía y puede tenerse, haciéndola o no, una idea de ésta dependa o no de las modas. Pero, y esto es la clave, ¿por qué hacemos, o haríamos, filosofía?

Miguel García Baró (2004) dice que hacemos filosofía porque algo nos conmociona y provoca, en y para nosotros, preguntas que antes no nos hacíamos y que llegan a afectar a nuestra existencia. Esto es, algo nos pasa que nos transforma. Y así empezamos a hacernos preguntas que nos posicionan o empujan a una crisis. Podemos esquivarlas adormeciendo la conciencia, es cierto, pero, también, podemos hacerles frente y aguantarlas con entereza. Así es como, puede decirse, empezamos a hacer filosofía, nos pasa la filosofía. Hay que cambiar de actitud para transitar hacia la filosofía. Este cambio no se debe a un capricho. Es el resultado de una crisis poderosa en la vida cotidiana. Surge de un estado en el que, de modo imprevisto, se nos hace claro que la vida transcurrida, hasta ese momento, ha sido vivida con pobreza, porque algo nos faltaba. Algo se descubre y ese descubrimiento impide mantener esa forma de vida previa en comodidad y despreocupación. Antes estábamos tranquilos, pero llegó a suceder algo que interrumpió la inercia que llevábamos y nos hace ver, sin que hubiéramos podido sospecharlo, que vivíamos una situación muy miserable y hasta, en el fondo, insostenible. Un golpe así nos deja inquietos por un tiempo e incapaces de volver a acomodarnos con plenitud a la vida, por más que lo deseemos y nos lo propongamos. La inquietud que nos provoca es también la ocasión de inventar otra forma de vivir. Pero la inquietud debería convertirse en nuestra actitud habitual, ya que con ella podemos mantener la conciencia de que el modo de vida abandonado no era suficiente y no podíamos seguir viviendo de esa forma, so pena de desperdiciar la vida, que se sucede en momentos. El primero es el de la entrada en la existencia, el nacimiento, aunque “nadie se acuerde de haber nacido. Sigue la fase de acomodación a la vida, de absorción de los hábitos existentes en el mundo. A esta segunda fase le sucede, un día, una ruptura tajante, imprevista, inopinada e inesperada” o esperada apenas como barrunto de que algo perturbador podría ocurrirnos. Para dicha ruptura, no se está preparado, sumergidos, como estamos de común, en el mundo en el que nacimos.

Esta ruptura es una herida honda de la existencia, es un despertar a la seriedad y el interés auténtico por las cosas reales. Aunque lo queramos, no se nos olvida por completo. Una vez ocurrida la crisis, toca o hacernos con apasionamiento a la inquietud derivada de lo que nos pasó o tratar de acallarla, distrayéndonos de ella. En ambos casos, pero más en el segundo, pasamos a vivir partidos en dos. Aunque podemos hacer frente y aguantar con entereza las preguntas y su crisis o conmoción, podemos, también, y como se decía, esquivarlas adormeciendo la conciencia. Lo que nos pasa y nos deja inquietos puede acallarse. Como la inquietud que nos provoca es también la ocasión de inventarnos otra forma de vivir, de ella misma pueden surgir fanatismos, cual enfermedades, en tanto que debilitamientos de la conciencia, que nos alejan de la verdad y de la responsabilidad que implica el propio existir. Miguel García Baró identifica tres fanatismos, a saber: el hedonista, el estoico y el del manipulador ingenuo. El primero, el hedonista, es el que, ante la pérdida irrecuperable de la paz de la primera infancia, nos lleva a procurar adoptar “la actitud de no preguntarnos con radicalidad sobre la existencia, de no reflexionar acerca de todas las cosas que entran en ella, aunque, por dentro, nos sintamos amenazados por el mismo hecho de esta falta de valentía”. El segundo, el estoico, enfermedad del alma promovida por cuanto medio lo permite, entendido éste como la posición de que puede serse invulnerable a lo que pasa, no es sino un invento, en el mal sentido, que niega la humanidad, ya que lo muy humano es que nos esté pasando algo. Se trata de una locura, de una ilusión -en su sentido de engaño- formidable. La tercera, la de la manipulación ingenua, es la de quienes creen, o cuando creemos, que se puede modificar el comportamiento de los demás instruyendo, mandando, medicando, y así sin más, negando nuestra libertad, que, en toda su radicalidad, supone la ruptura con la naturaleza, el destino y la tradición.

Los libros de superación personal o autoayuda, entre los que hay libros filosóficos que muy enfáticamente promueven el estoicismo o el epicureísmo como filosofías de vida, demuestran que quienes los consumen viven en alguna situación que les pasó, esto es, que les pasa o pasó algo, por lo cual buscan ayudarse por medio de dichos libros. Pero estos, los libros, entran en el fanatismo de la manipulación y su consumo en el fanatismo hedonista o en el fanatismo estoico. El primeros de ellos, el de consumo, es aquel que se da en quienes quieren mantener la inocencia, la ignorancia y la felicidad del inicio de la vida, del infante, del que nada dice y al que nada “malo” le pasa o le ha pasado El segundo es el de quienes creen poder pasar imperturbables ante las dificultades de la vida, de quienes, incluso negando la importancia de lo que nos pasa. Los libros de superación personal o autoayuda son la demostración de que nos ha de pasar algo inevitablemente, lo aceptemos o no, lo neguemos o no, lo entendamos o no, porque los consumimos para saber cómo hacer para liberarse de las cuitas diarias o extraordinarias. Los fanatismos revelan que lo que nos pasa o ha pasado no lo queremos y no queremos que nos haya pasado. Ya pasado no lo queremos, lo rechazamos. Tampoco queremos el tiempo y la circunstancia que dieron lugar a que eso que no queremos y nos pasó.  Buscamos la manera de evitarnos tener que asumir lo que ha pasado. A veces solo estamos ahí, a la espera, deseando que aquello acabe o aceptando superficialmente que así debe ser o así fue y nada se podía hacer ni se puede hacer mientras pasa. O pensamos que tiene alguna razón o sentido o que así Dios lo quiso y quiénes somos nosotros para cuestionar su inefable sabiduría. Pero hay un límite. Cuando falla todo, cuando ya no aguantamos más, renegamos, y con reclamo nos preguntamos por qué nosotros o por qué yo, qué hice, qué es aquello por lo que estoy pagando tan alto precio. Hasta los libros de espiritualidad orientan a superar los males que vivimos y sentimos, porque no los queremos y nos parece que vivir así, sufriendo, no es vida, pero eso, en último término, no resulta ser culpa de nadie.

Los tres fanatismos son formas de negar la crisis, la inquietud, pero la paz perdida no se restituirá por empecinarnos en negar lo que ya sabemos que acontece en y con la crisis. Aunque no queramos preguntarnos con radicalidad, nos amenaza esta falta de valentía.

“No conseguiremos evitar los asaltos de la inquietud. Habrá una serie de nuevas crisis que serán nuevas oportunidades de variar la actitud” o de mantenernos en la cobardía, con el subsecuente secreto de estar en desacuerdo con nosotros mismos.

He intentado mostrar, siguiendo a Miguel García Baró, que porque algo nos pasa es por lo que empezamos a hacer filosofía (aunque aún no decimos cómo sería esa filosofía), o no, si es que optamos por acallar la inquietud derivada de la crisis optando por alguno de los fanatismos descritos. Ahora bien, no sólo nos pasa algo que nos conmociona y por lo cual nos vemos orientados a evadir o a hacer filosofía, sino que, siempre nos está pasando algo, es inevitable que nos pase algo, y que así sea nos revela que la condición humana es paradójica.

Referencias


[1] Miguel García-Baró (1953) se formó con Juan Miguel Palacios (Universidad Complutense), Gerhard Funke y Walter Nicolai (Universidad de Maguncia, Alemania) y Juan Martín Velasco (Universidad Pontificia de Salamanca). Es Doctor en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Fue profesor titular en dicha universidad, la Universidad Pontificia de Comillas y profesor invitado en otras de España y América. Fue investigador adscrito al Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Desde 2018 es académico de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Su discurso de recepción de académico de número en dicha Real Academia, del 15 de octubre de 2019, se tituló La metafísica y la prudencia. Desde 2020 es coordinador del Proyecto Repara (Reconocimiento I Prevención I Atención I Reparación a víctimas de Abusos), creado para la atención a las víctimas y la prevención de abusos en la Archidiócesis de Madrid. Cuenta ya con numerosas publicaciones. Entre sus libros destacan: La verdad y el tiempo de 1993, Categorías, intencionalidades y números de 1993; Ensayos sobre lo absoluto de 1993; Edmund Husserl de 1997; Vida y mundo. La práctica de la fenomenología de 1999; Introducción a la teoría de la verdad de 1999; De Homero a Sócrates. Invitación a la filosofía de 2004; Filosofía socrática de 2005; así como otras publicadas en Ediciones Sígueme. En esta editorial coordina la colección Hermeneia. También ha traducido obras del griego, alemán, francés e inglés. Sus investigaciones recorren la teoría del conocimiento, la ontología, la filosofía de la religión, el pensamiento judío, el pensamiento de la Antigüedad y la Edad Media, y la fenomenología.

Bibliografía consultada

García-Baró, M. (2016). “Prefacio” en Bara, S.-Sánchez, A. (2016). El amor, lo sagrado y lo político. Madrid: Universidad Pontificia de Comillas.

García-Baró, M. (2019), “¿Qué se mueve en filosofía en este siglo XXI?”, https://theconversation.com/que-se-mueve-en-filosofia-en-este-siglo-xxi-113308

García-Baró, M. (2004). De Homero a Sócrates. Invitación a la filosofía. Madrid: Sígueme.

García-Baró, M. (2022). ““La persona y el fenómeno de la verdad”. Conferencia dictada a distancia para el Instituto Hápax. (https://www.youtube.com/watch?v=hBJMbOMf9nM&t=5769s).

Benjumea, R. (2019), “Señor, ¿qué hay de lo mío?”, https://alfayomega.es/senor-que-hay-de-lo-mio/

García-Baró, M.-Septién, J. (2011), “En cada presente hay un prójimo y ahí se mide la caridad”, https://es.catholic.net/op/articulos/46937/cat/417/en-cada-presente-hay-un-projimo-y-ahi-se-mide-la-caridad.html#modal