1. La Casa “Encendida”.
Es evidente que el pensamiento de Karl Marx cambió el rostro de Occidente, quizás para siempre. Su legado comunista pretendió resumir la historia de los seres humanos según el concepto de “materialismo dialéctico”, a saber, la lucha constante por la riqueza y la propiedad. En otras palabras, mientras exista una “diferencia” radical entre el poder adquisitivo de la clase alta en relación con los menos afortunados, los primeros optarán invariablemente por abusar de la dignidad, del trabajo y del tiempo de los segundos. En ese sentido, no sorprende que su alumno predilecto, Frederick Engels, llevara esta misma dialéctica a la vida familiar doméstica. El autor del libro The Origins of the Family, Private Propertyand the State (1884) extrapoló el materialismo dialéctico marxiano a lo que algunos denominan la “guerra de los sexos.” Me parece que el fondo, la idea central que Engels pretendió explicar se puede resumir así: mientras existan diferencias radicales entre el varón y la mujer, particularmente en la familia, la ley del más fuerte (el varón) se impondrá de modo irremediable, siendo la mujer, por consiguiente, maltratada y abusada por ser considerada el segundo sexo.
Frente a este escenario tan comentado en nuestros días, una solución lógica ha sido puesta en escena: disminuir la diferencia entre varón y mujer. En otras palabras, si eliminamos las diferencias sociales y culturales entre el varón y la mujer, no habrá posibilidad de abuso del primero. A esta tarea se dedicaron varias feministas del siglo XX. Tal vez la más destacada de todas fue la pensadora francesa Simone de Beauvoir (1908-1986) supuesta autora de aquel célebre aforismo: On ne naît pas femme: on le devient (una no nace mujer, una se convierte en mujer). Esta idea dio origen, con el tiempo, a lo que los estudiosos llaman diferenciación entre sexo (lo dado naturalmente) y género (lo construido culturalmente). Agotar la complicación que abarca el profundizar en los estudios de sexo y género, lo dejo en manos de la socióloga alemana Gabriele Kuby y su gran obra The Global Sexual Revolution (2010), o bien a los pensadores argentinos Nicolás Márquez y Agustín Laje en su controvertido libro El Libro Negro de la Nueva Izquierda (2016). Lo que es evidente, desde una visión multidisciplinar, es que esta discusión apenas comienza.
Entre otros modos de corroborar esta última idea–estadísticas, series de televisión,películas y series televisivas–[1], se puede percibir en el discurso político y en la opinión pública una cierta cautela al momento de hablar de temas relativos a la diferencia radical entre el varón y la mujer. En ese sentido, aquella época –ya distante– en la cual ellos, los padres, se dedicaban a acarrear los materiales, iniciar los procesos, matar el animal y traerlo a casa, arriesgándolo todo por sostener el hogar, sublime casa encendida (en palabras del poeta Luis Rosales), mientras que ellas, las madres, convertían aquellos ladrillos, aquellos maderos, costales de habichuelas, patatas, zanahorias, y cuanta cosa sea posible meter en el perol, en cultura; en el modo de cultivo que humaniza personas. Siempre que se ha dado la unión entre un hombre y una mujer, unidos bajo un mismo techo, su hogar, dando su vida por generar vida humana, ha sido posible la edificación de la cultura, enfrentando la contingencia, la adversidad, y particularmente la muerte. Algo así como el gran testimonio que nos da esa bella película –añoranza de un pasado distante– El Festín de Babette (G. Axel, 1987).
2. Espacio de lo “Eterno”.
Es evidente que nuestra cultura ha cambiado hacia un rumbo un tanto desconocido,difícil de rectificar en el corto plazo. Me inclino a pensar que nuestro mundo será un lugar más pleno cuando ambos, varón y mujer, desplieguen “armónicamente” lo propio de su masculinidad y de su feminidad, diría la añorada Jutta Burgraff (1952-2010). Bajo esta misma óptica, hay quienes afirman que la tarea de reconstrucción del mundo de las personas debe ser puesta en manos de las mujeres y su gran genio, como decía Juan Pablo II. A mi modo de ver, esta tesis puede no estar tan alejada de la realidad, pero con algunos matices. ¿Qué es el “gran genio femenino”? Tal vez no encontremos una respuesta simple a esta cuestión, pero se puede afirmar que cada vez lo echamos más en falta. “Me parece que nuestro principal problema –nos dice mi maestro Rafael Alvira– no está en las bombas atómicas, en el paro o en la droga. A mi juicio, lo más grave que nos sucede es la progresiva desaparición de lo específicamente femenino, en una situación que se caracteriza –como toda modernidad– por el predominio del poder, es decir, del elemento masculino, que es principal.”[2]
Ante esta valiente enunciación, me atrevo a afirmar que la verdadera contribución de la mujer en medio de una sociedad que se resquebraja interiormente comenzará en el hogar familiar. La razón de esto es que hablar de familia es hablar del hogar, el espacio físico que ocupa una familia.[3] Y si podemos hablar de la posibilidad de reconstruir el último gran bastión, la última gran frontera de batalla contra la cultura de la muerte que tanto desagradó a Juan Pablo II, ese lugar sin duda tendrá que ser un lugar eterno,como diría R. Alvira: “el lugar al que se vuelve”[4].
En efecto,el hogar familiar juega un papel relevante como eje de toda relación social y cultural, pues sustenta su carácter relacional desde su naturaleza, que es en sí misma renovadora, enraizada en la mutua atracción entre el hombre y la mujer.[5] Ellos, ish-isha (אוש, אנש), son testigos fervientes de su complementariedad que tiende a la fecundidad,[6] partiendode su propia individualidad, de su propio ser. Así lo afirma Julián Marías: “yo-varón, yo-hombre, soy hacia la mujer. Y la mujer podría decir: yo-mujer soy hacia el varón. La referencia a la mujer va incluida en mí, y la referencia al varón va incluida en la mujer”.[7]
Ciertamente,el varón y la mujer unen sus vidas con vistas a perpetuar su amor conyugal, el cual tomará sustancia en el devenir del crecimiento de la “estirpe” humana. Muchas culturas han puesto a la institución matrimonial en el centro de su sentido ritual y religioso,[8]incluso en aquellas de menor calado, siempre apuntalando hacia lo divino, a lo eterno, a lo permanente. En ese sentido, se puede afirmar (siguiendo a G. K.Chesterton) que el matrimonio institucional es la única relación de naturaleza “anarquista”[9]. Es decir, que subsiste de modo previo a cualquier otro tipo de construcción o institución social humana, ya sea la villa, la ciudad o el estado, y, como ya se ha dicho, siempre manifestando su radical capacidad renovadora.
Lo ha sido en períodos de penuria y escasez: en tiempos de persecución, de declive social o incluso frente a la decadencia moral. En épocas de Covid-19 –quizás más que nunca en la historia–, cada matrimonio nuevo ha de encarnar una heroica afirmación de la vida misma, promoviendo la continuidad del espíritu humano, frente a todos los intentos contemporáneos de acabar con él. Cada nuevo matrimonio representará un auténtico acto de “rebelión” en contra de los ambiciosos poderes políticos e ideológicos que tienden a reducir la vida humana a una pobre continuación de intereses oligárquicos.[10]
Ahora bien:el hogar familiar guarda en su semántica de amor la inconmensurable potestad que le es propia, a saber, el engendrar y educar hijos[11]desde el matrimonio, el cual, sólidamente constituido, muestra cómo las imperantes leyes de la naturaleza humana vuelven a “tirar los dados” al momento de engendrar una nueva vida, única e impredecible, con sus cualidades y sus potencialidades. En palabras de G. K. Chesterton:
Me asombra la insinuación de que pueda haber algo mezquino en poner el objetivo del matrimonio en el nacimiento de un niño. En realidad, este gran milagro natural es la parte más creativa, más imaginativa y más desinteresada de todo el proceso. La creación de un nuevo ser, de un foco independiente de conciencia, de experiencia y de alegría, es un acto inmensamente más grande ydivino que el mismo amor entre hombre y mujer. [12]
El matrimonio, por lo tanto, ha de custodiar dicha potestad radical que le es exclusiva. El varón y la mujer, gozosos de una dignidad compartida, frente al Creador, son portadores de unos dones especiales, propios de su naturaleza masculina y femenina, diferentes en su modo de pensar, de actuar y de ejercer sus cualidades. Su complementariedad convierte su unión en una entidad que supera la mera suma de sus partes. Pero al mismo tiempo, el matrimonio establece los fundamentos para la edificación de otras relaciones de tipo social, pues éste se torna en un pacto, un “vínculo”, entre dos personas individuales –varón y mujer– que acceden a entregarse el uno al otro sin resguardos con vistas alcuidado, el respeto y la protección mutua, la cual ha de manifestar unaapertura total y responsable a las nuevas vidas que puedan llegar a partir desu unión.[13]
Para ello,el vínculo matrimonial fundacional debe ser garantizado de modo permanente. Sin esta característica esencial, los esfuerzos del hombre y de la mujer por consolidarse como una caro se pone en entredicho. Los llamados matrimonios de “asociación libre,” tienden a reservar una parte de sus recursos de tiempo y espacio, sus expectativas futuras(acompañados de un miedo sintomático) a la plena consolidación de su mismo matrimonio y de sus irrenunciables responsabilidades. Por consiguiente, no hemos de olvidar que la promesa que conlleva la indisolubilidad matrimonial es en sí misma un motivante para desarrollar criterios de “negociación,” ante las claras fallas y diferencias que los cónyuges descubrirán en el discurrir de suv ida en común. La experiencia confirma que las promesas incumplidas en este ámbito operan como una fisura que aparece repentinamente en los cimientos de un gran edificio, fisura que se ha de extender con el paso del tiempo hasta el punto de colapsar la construcción en su totalidad.
Al mismo tiempo, cada matrimonio conlleva el establecimiento de un segundo vínculo entre la pareja conyugal y su prole. La institución matrimonial tiene a título de honor el juntar a dos familias en la promesa de nuevas criaturas, futuros ciudadanos de todo entorno cultural conocido, ensalzándolas y perpetuándolas hacia una nueva era. De modo más amplio, también representa la solución natural al conocido problema de la “dependencia” entre los seres humanos. Cada comunidad humana ha de dar respuesta a este reto: ¿quién cuidará del infante, del anciano, del minusválido, del convaleciente? ¿Quién se encargará de administrar los frutos del trabajo productivo entre aquellos que no son aptos para hacerse cargo de sí mismos? En el orden natural de la vida humana, esta labor ha sido encomendada a la inmensa red de relaciones de parentesco, sublimemente exaltadas por aquella frase que todo matrimonio ha de jurar: en la salud y en la enfermedad.
Es aquí donde las funciones paternas y maternas son llamadas a escena, a fin de sanar, educar, y proteger a sus propios hijos para que éstos aspiren a encargarse de sus propias familias, quienes además serán acompañados de la sabiduría de sus ancianos, bastiones inefables del paso del tiempo y de la historia, todos unidos (diría J. J. Pérez-Soba) en un irrenunciable propósito: ser hijo, para ser esposo, y llegar a ser padre.[14] La aceptación de estas funciones es encomendada de generación en generación, siendo cada hijo el “continente” de un acervo cultural confiado por sus padres y por sus abuelos, tíos y primos, con vistas a la trascendencia. Este repositorio cultural ha de enseñar a los hijos la responsabilidad que ellos mismos deberán asumir en el momento que engendren a su prole, de tal modo que la “cadena” de deberes y virtudes en favor de sus familias no sufra ruptura alguna.
El matrimonio también establece un vínculo irrenunciable entre los cónyuges y la comunidad que habita.La procreación encomendada a la familia matrimonial ofrece la promesa de engendrar nuevos miembros de la misma comunidad, quienes han de ser“humanizados” principalmente por sus mismos padres, evitando ser encomendados fríamente a otras instancias de carácter institucional. Ser hijo, como ya se hadicho, implica crecer sanamente y aspirar a ser padre responsable, que contribuya al mejoramiento de sus propias familias y de su entorno más inmediato. Será predecible que los niños criados en su propia familia serán mássaludables, más nobles, más trabajadores y honestos, más dados a la cooperación. Adquirirán las habilidades prácticas y sus respectivosconocimientos con un fuerte sentido comunitario, siendo menos propensos a laviolencia, al abuso y a comportamientos autodestructivos.
Como tal, cada matrimonio representará la renovación de su propia comunidad, a través de la promesa que conlleva la procreación de nuevos miembros responsables de la misma. Quizás esta sea la razón por la cual toda sociedad sana ha de invertir lo suficiente en cada “ceremonia de paso” (una boda, por ejemplo) según edad y según sexo, en cada etapa de la madurez del infante. El mismo matrimonio como sacramento es un claro símbolo de esta necesidad de mantener la unidad de lacomunidad.[15]
3. Volver al Hogar.
La imagen de la madre y el padre que se han jurado amor eterno, en presencia de Dios y de sus allegados, representa la promesa cultural que da cuerpo a dicha unidad, unidad que parte, y a la vez se dirige, de la intimidad del hogar familiar, transformando su entorno y dando consistencia, a su vida cotidiana. Los seres humanos estamos capacitados para comprender la fuerza de este vínculo, y de su clara interdependencia con el resto de la sociedad. Si la institución matrimonial es débil, o lo que es peor, se “politiza” o se subordina a las ideologías de turno, las patologías sociales como el suicidio, el crimen, el abuso, la falta de salud (biológica y psicológica), así como la total subordinación al Estado o a otras instancias de poder, serán la consecuencia. La prolongación de este desorden no se quedará ahí, sino que se transformará con el tiempo en tasas bajas de conyugalidad, de natalidad, y por ende en el colapso de la economía y la exacerbación de ideologías rancias que se presentan como nuevas (como ya lo estamos viendo).[16]
Pero un hogar no se construye solo, o de modo meramente técnico, como lo señala brillantemente Pilar Velilla.[17] En realidad, ha sido gracias a la madres y padres de familia que toda la humanidad ha gozado el privilegio de tener un lugara donde volver –en palabras de Rafael Alvira–, a saber, el hogar familiar. En efecto, hablar de la familia natural implica necesariamente hablar del espacio que habita, y lo que se habita se cultiva, y a la vez cultivar implica habitar o “ser habitado”. Eso sí, en este respecto, la mujer ha tenido y siempre tendrá la delantera frente al varón, pues la mujer es casa… es madre de todos los vivientes. Nos dice Julián Marías: “esa retirada o retiro a sí misma en que la mujer consiste–aunque hoy no quiera reconocerse–, precisamente para abrirse a la realidad y a acogerla hospitalariamente –desde el hijo alojado en la interioridad de su cuerpo hasta el mundo exterior transformado en “casa”.[18]
Saber hacer hogar es, en definitiva, saber aceptar la realidad –la propia y la ajena. Julián Marías reconoce esta dinámica como un “saber instalarse” de modo particular dentro del mundo de los seres humanos.[19] Sin embargo, pienso que los varones aún no han logrado “instalarse” recíprocamenteen el mundo de las mujeres. Alice von Hildebrand identifica esta dinámica como “el privilegio de ser mujer”, al cual el varón sólo puede aspirar desde fuera,a través de ella, pues la mujer es realmente tocada por Dios al momento de ser madre, y ella tiene el privilegio de tocar al esposo y a los hijos desde su propia intimidad.[20] El día que este “privilegio” tenga un lugar preponderante en la vida civil,cultura y profesional, podremos hacer honores a aquella frase tan feliz que San Juan Pablo II dejó escrita en su brillante exhortación apostólica Familiaris Consortio en relación con el protagonismo de la mujer en la sociedad: “la verdadera promoción de la mujer exige también que sea claramente reconocido el valor de su función materna y familiar respecto de las demás funciones públicas y a las otras profesiones”.[21]Para Julián Marías, el mundo construido por las mujeres, el hogar familiar, es del más alto valor, digno de ser puesto como máximo parámetro de reconstrucción social y cultural. Renunciar a él –añade– implicaría aceptar que el mundo construido por el varón es superior en esencia. Pero esto no es así.
Sin hogares habitados por familias solidas no hay sociedad posible. Y bajo la óptica del bienestar de la vida de los hijos (que sólo una madre y un padre están capacitados para contemplar en forma entrañable), se desvelará con una fuerzasanadora la importancia radical, el “carisma” específico, como diría G. K.Chesterton, de la función maternal y paternal en su propio hogar, en su propia casa, con sus propios hijos, antes (pero no exclusivamente) que en cualquier otro espacio humanizador de personas.
En palabras de G. K. Chesterton:
Cuando todas las promesas de meros traficantes hayan sido rotas por fuerza, cuando todas las alabanzas del mero negocio hayan sido a la fuerza transformadas en una broma, cuando todo lo que se llamaba práctico haya acabado en una broma y todo lo que se llamaba moderno esté en ruinas más inútiles que las de Stonehenge, entonces habrá una auténtica posibilidad psicológica de que los hombres piensen en las cosas olvidadas: la propiedad, la vida privada, la piedad en su antiguo significado de reverencia por las santidades humanas; por la familia, desde el hogar hasta la muerte.[22]
[1] Para consultar estudiosmuy profundos sobre la imagen de la familia en los medios de comunicación, obien reseñas críticas sobre películas y series televisivas, véase: https://www.familyandmedia.eu/ & https://www.diamantesenserie.com/
[2] Alvira, R (2001). Filosofía de la Vida Cotidiana, Rialp, Madrid, 19.
[3] Véase Alvira, R. “Sobre lo común y el habitar humano”, en Athié, R. & Hurtado, R. (2020), De la Familia a la Comunidad, EUNSA, Pamplona, 2020, 35-50.
[4] Alvira, R (2000). El lugar al que se vuelve, EUNSA, Pamplona.
[5] Véase Wojtyla, K (2008). Amor y responsabilidad, Palabra,Madrid, 57-87.
[6] Véase Scola, A (2005). The nuptial mystery, Eerdmans, Cambridge, 44.
[7] Marías, J (1980). La mujer del siglo XX, Alianza,Madrid, 151.
[8] Véase Zimmerman, C. C (2008). Family and civilization, ISI, Wilmington, 257-260.
[9] Chesterton, G (2009). What’s wrong with the world, Serenity, Maryland, 2009, 34.
[10] “[El matrimonio]es lo único que el hombre libre hace para sí y por decisión propia. Las demás instituciones, tanto que si son despóticas como si son democráticas, las han creado otros para él. No hay otra forma de organizar a la humanidad yproporcionarle no solo a ella sino a las personas, ese poder y esa dignidad.” G. K. Chesterton, G (2021). Cómo escribir relatos policiacos, Acantilado, Barcelona, 249.
[11] Hurtado, R (2006). Reflexiones sobre el trabajo en el hogar y la vida familiar, EUNSA, Pamplona, 58-63.
[12] Chesterton, G. K (2006) . La mujer y la familia, Styria, Barcelona, 77.
[13] Wojtyla, K (2008). Amor y responsabilidad, Palabra,Madrid, 55.
[14] Pérez-Soba, J. J. “El misterio del amor según Karol Wojtyla” en J. M. Burgos (ed.) (2007). La Filosofía Personalista de Karol Wojtyla, Palabra, Madrid, 85-86.
[15] Véase Wojtyla, K (2003). “La propedéutica del sacramento del matrimonio” en El Don del Amor, Palabra, Madrid, 101-127.
[16] Véase Andrews, K (2012). Maybe ‘I do’. Modern marriage & The pursuit of happiness, Connor Court, Ballan, 2012.
[17] Velilla, P. “Cómo comunicar la belleza de crear hogar”; https://www.familyandmedia.eu/es/educacion-media/como-comunicar-la-belleza-de-crear-hogar/ (25/08/2020).
[18] Marías, J (1980). La mujer del siglo XX, Alianza, Madrid, 170.
[19] Véase Marías, J (1980). La mujer del siglo XX, Alianza, Madrid, 172.
[20] Véase Von Hildebrand (2019). El privilegio de ser mujer, EUNSA,Pamplona.
[21] San Juan Pablo II, Familiaris Consortio, n. 23.
[22] Chesterton G. K (1994). El amor o la fuerza del sino, Rialp,Madrid, 20.