En uno de los textos fundacionales de la filosofía política puede encontrarse una asociación de ideas que ha fascinado a estudiosos, especialistas y aficionados.
Dice Aristóteles en el Libro I de Política que el hombre es un zoon politikon, literalmente, un animal de la polis. Es propio de la condición humana ese régimen particular de vida. Para apoyar esta aseveración explica que el hombre es un ser dotado de habla, es decir, de un sistema complejo de signos sonoros (y eventualmente escritos) por medio del cual se comunica con sus semejantes. Ese sistema complejo de comunicación no tendría sentido en seres que llevan una vida solitaria. Sólo la interacción intensa propia de la vida en comunidad justifica esa herramienta específica que es el lenguaje.
De todo esto resulta, pues, manifiesto que la ciudad es una de las cosas naturales, y que el hombre es por naturaleza un animal político, y que el insocial (“apolítico”) por naturaleza y no por azar o es mal hombre o más que hombre, como aquel a quien Homero increpa: “sin tribu, sin ley, sin hogar”. Porque el que es tal por naturaleza es además amante de la guerra, como una pieza aislada en los juegos. La razón por la cual el hombre es, más que la abeja o cualquier animal gregario un animal político es evidente: la naturaleza, como solemos decir, no hace nada en vano, y el hombre es el único animal que tiene palabra. La voz es signo del dolor y del placer, y por eso la tienen también los demás animales, pues su naturaleza llega hasta tener sensación de dolor y placer y significársela unos a otros; pero la palabra es para manifestar lo conveniente y lo dañoso, lo justo y lo injusto, y es exclusivo del hombre, frente a los demás animales el tener, él solo, el sentido del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto, etc., y la comunidad de estas cosas es lo que constituye la casa y la ciudad ( Aristóteles, Política, 1253a)
Un corolario de este argumento se encuentra un poco más adelante, cuando trata el controvertido (ya para su época) tema de la esclavitud. Aristóteles explica que el esclavo es un hombre que no puede ser dueño de sí mismo. Posee una suerte de humanidad disminuida. La condición de esclavo es común entre los bárbaros, que son hombres que no viven en poleis ni hablan griego, tanto si viven entre ellos como entre los griegos, mientras que los griegos son hombres libres en cualquier lugar que vivan.
El texto de Aristóteles muestra dos extremos de un complejo conceptual que es preciso desplegar, para entender adecuadamente las relaciones mutuas que existen entre ellos. Entendemos por política el conjunto de cuestiones relativas al orden y el gobierno de todo grupo humano. Por su parte, podríamos definir la comunicación como la capacidad para intercambiar conocimiento (emisión y recepción) entre individuos.
Ahora bien: el objeto propio de la acción política es una comunidad, es decir, un grupo de individuos que participan de algo común, o poseen algo en común, expresado en cierto fin propio y una estructura organizativa derivada. Es precisamente la política la que la constituye como tal, la que le provee orden y gobierno. Vamos a evitar por el momento las diferencias conceptuales que existen entre sociedad y comunidad y usaremos los dos términos como sinónimos. Superada una etapa fundacional, la comunidad se constituye en contexto de la acción política. Lo que produce la continuidad de la vida comunitaria es una identidad compartida, que se expresa embrionariamente en el reconocimiento colectivo de una autoridad política, de un polo de poder que organiza y da sentido al grupo.
Respecto de la comunicación cabe decir que esa capacidad de transmisión del conocimiento debe entenderse a la vez como poder, es decir, como la aptitud humana para transformar o conservar la realidad en un sentido determinado. El poder propio de la comunicación permite compartir información y conocimientos valiosos, enseñar procedimientos y prácticas, potenciar la capacidad de acción de los grupos humanos a través de la formación de empresas o esfuerzos colectivos. El comunicativo es el poder específicamente humano, que se ejerce sobre humanos.
En esa identidad compartida por una comunidad, la comunicación tiene carácter de fundamento, tanto sea en forma de lenguaje como de usos, costumbres, objetos, tradiciones, símbolos o gestos. La comunicación es la que constituye la comunidad, y por tanto, es un instrumento decisivo de la política: permite a quien asume el gobierno de dicha comunidad disponer formas específicas de acción, procedimientos y tipos de comportamiento, formar consensos en torno a su liderazgo; eventualmente forzar a la obediencia o al castigo a miembros renuentes de la comunidad.
La comunicación está presente también en las formas del poder político que apelan a la fuerza física: en la coacción e incluso en la violencia. Estas formas de acción del gobernante no son ajenas a la esfera comunicativa, aunque evidentemente se hallan lejos de las formas más propias de la comunicación política, que son el diálogo y la persuasión.
La política constituye a la comunidad mediante un recurso específico que es el poder propio de la comunicación. Del mismo modo que el poder es constitutivo de las relaciones sociales (o comunitarias) el poder político es esencialmente comunicacional.
La política no solamente se vale de la comunicación, sino que su fin propio está expresado en objetivos que apuntan a una mayor y mejor comunicación, en el sentido de hacer común, de fortalecer y afianzar los lazos internos de la comunidad. Esto pareciera ser un argumento contrario a la política entendida en un sentido liberal. En realidad no lo es: toda política necesita fundarse en una comunidad y definir con la mayor precisión posible lo que cabe entender por común y consecuentemente, compartir y promover los deberes y obligaciones que ello comporta. Lo opuesto a lo común no es la autonomía individual sino la dispersión, la disolución.
Se advierte entonces que política, comunicación, poder y comunidad son conceptos que sólo pueden comprenderse bien en una continuidad de relaciones mutuas de condición y determinación. No parece razonable, según esta perspectiva, separarlos de un modo taxativo en medios y fines aunque pueden combinarse en esos términos. Si bien podríamos atribuir, tentativamente, a la política y a la comunidad una razón de fin, y a poder y comunicación una razón de medio, tampoco parece que esas categorizaciones no puedan invertir sus posiciones dentro de la relación.
Pero tampoco se trata de disolver estos cuatro conceptos en uno solo. Por un lado se trata de conjuntos cuyos límites no coinciden entre sí.
- Aunque toda comunidad tiende a poseer una articulación política, no toda comunidad lo es. Existe una comunidad política propiamente dicha, a la que usualmente se le atribuye un estatus de soberanía. Pudo haberlo sido en un momento (el imperio español y la comunidad lingüística que creó), puede que con el tiempo se transforme en tal (la Unión Europea). Podría afirmarse que la politicidad de una comunidad está en relación directamente proporcional con la intensidad de interacción entre sus miembros.
- Si bien toda comunidad necesita de algún tipo de comunicación específica, el ámbito de comunicación desborda los límites de acción/alcance del poder político. La condición compartida que da una lengua hace a sus usuarios miembros de una comunidad, algo que puede definir a su vez una comunidad política o no.
- Todo ejercicio o situación comunicativa supone a la vez un ejercicio de poder, pero este poder puede ser político o no. No todo poder es político. A la vez, no es posible disolver el concepto de la política en el poder. La política define un tipo específico de poder, le provee de sentido y le define un ámbito de acción.
Estas distinciones permiten desplegar diversas interacciones mutuas.
Se trata de cuatro conceptos estrechamente vinculados y en permanente relación dinámica. En el plano ideal existe una relación armónica entre ellos, pero es preciso tener en cuenta la conflictividad existencial de la política. Esto supone:
- Que hay formas de poder político que por razones de eficacia de la acción, economía de la comunicación o un contexto de conflicto, pueden quedar fuera de la comunicación a la comunidad y por tanto privadas de su condición pública;
- Que la política puede usar la comunicación con el objeto de aumentar su poder en perjuicio de la comunidad;
- Que un poder alternativo generado en o por la comunidad puede operar en contra o convertirse en un adversario del poder político establecido;
- Que la pérdida de legitimidad del poder político podría explicarse en términos de interrupción de la comunicación con la comunidad;
- Que determinadas formas comunicativas determinadas pueden conspirar contra la cohesión de la comunidad.
Como conclusión provisoria podemos volver al texto de Aristóteles para afirmar que la política se hace esencialmente con palabras, aunque no sólo con ellas. Son la condición de posibilidad de la política. Si faltan las palabras, que es prácticamente lo mismo que decir si falta comunicación, no hay política posible. Pero la política puede traicionar o manipular en su favor esa comunicación que es su fundamento, valiéndose precisamente de ella: por eso es posible la mentira política.