10/5/2021
Merde d’ artiste: Adorno vs la masificación de la cultura
Pablo Alarcón Zermeño
Adorno no iba solamente en contra del jazz. Estaba en desacuerdo con lo que él llamaba la Industria Cultural y la masificación de la cultura.

 

Cuando Theodor Adorno llegó exiliado a Nueva York en 1938, estuvo en contacto con el jazz. En ese entonces, el jazz era un género creciente y le disgustó. Música popular… Si estaba de moda, seguro era malo. En diversos ensayos musicales, Adorno arremetió contra este género musical, dedicándole variados argumentos para menospreciarlo y criticarlo. En su opinión, el jazz era un tipo de música que carecía de autonomía y que se hacía solamente para ofrecer un placer mundano a su audiencia. Pero Adorno no iba solamente en contra del jazz. En general, estaba en desacuerdo con lo que él llamaba la Industria Cultural y la masificación de la cultura. En otras palabras, Adorno reprobaba la manera moderna de producir y consumir productos culturales que se hacen para el gusto de las grandes audiencias y con el principal objetivo de ganar dinero.

Los productos de la Industria Cultural no son intelectualmente retadores y por eso, diríamos que son de baja calidad, de bajo nivel artístico. Adorno pensaba que, en este mundo moderno, los productores de la cultura no se preocupaban por los consumidores. En lugar de buscar el bien de los clientes, los productores sólo pretenden enriquecerse vendiendo productos chafas y no cayendo en la cuenta de que están destruyendo la cultura occidental[1]. Como podrán adivinar, Adorno era un esnob y un euro-centrista, pero tal vez sus críticas al mundo moderno de la cultura siguen siendo relevantes.

Lo cierto es que bajo su contexto histórico es comprensible su desdén a la cultura masificada y, debajo de ese rechazo, se esconde un miedo. Junto con otros pensadores de la Escuela de Frankfurt, Adorno conformaba una importante la oposición marxista a la Alemania nacionalsocialista (que derivó en el nazismo) y también fue un fiero crítico de la Unión Soviética. Fue exiliado en 1935 y se fue a vivir a Oxford. Años más tarde terminó en Nueva York y en California. En su viaje por Estados Unidos, Adorno presenció algo similar a la Alemania nazi: la producción, distribución y consumo de una cultura masificada. Adorno advierte que, en el fondo, la consecuencia de ese modelo es que los individuos se asimilen a los demás, que la mente individual se acople a lo que la masa piense y que la población termine adormilada, dócil para el control del Estado. Según Adorno, en este esquema cultural los individuos pierden la capacidad de pensamiento crítico y quedan embobados con el entretenimiento que la Industria Cultural les ofrece. También pierden su libertad, la cual queda limitada a elegir entre distintos bienes. De esa manera, nosotros ya no elegimos qué hacer con nuestra vida, o cómo vivir en comunidad. Ahora nuestras decisiones están basadas solamente en qué contenido vemos en Netflix o en Disney Plus.

Las preocupaciones de Adorno en torno a la cultura se derivan de su percepción sobre el arte. Para él, el arte debe ser interpretado como un texto integral con propiedades internas que inscriban el mundo social y la condición del sujeto que lo contempla.[2]  Adorno era aficionado del arte que, en su opinión, seguía despliegues dialécticos, con tensiones internas y finales de reconciliación entre los elementos de la obra. Obviamente le gustaba lo que se ha catalogado como arte clásico; pero gozaba, sobre todo, del arte vanguardista. Específicamente, Adorno admiraba a compositores como Schoenberg o Mahler.  

El arte entendido de esta manera, es autónomo, es decir, que no tiene las ataduras de discursos morales ni tiene como propósito la búsqueda del dinero. El arte por el arte mismo. Además, el arte despertaría el pensamiento crítico en los individuos y los animaría a practicar la verdadera libertad con un sentido de comunidad, distinto al sentido de masa. En suma, el buen arte (el verdadero arte), lleva a la felicidad y a la realización de los individuos. En contraposición a lo anterior, está el placer momentáneo que adquirimos a través del entretenimiento y los productos de la Industria Cultural. Finalmente, en el mundo del arte es precisamente donde se ha perdido lo que Adorno demandaba que debía caracterizar el arte.  

Fontaine - Marcel Duchamp

 

En 1917 se expuso de manera irónica el orinal de Marcel Duchamp y propuso un conflicto al mundo del arte: un artista es un mago que firma algo y ‘voilá’, vale millones. En el siglo XX, el mundo del arte se convirtió en lo que Roger Scruton llamó ‘un culto a lo feo’[3]. En su ensayo Belleza y profanación, Scruton hace una comparación entre la instalación de Tacey Emin titulada My Bed (1998), con la pintura de Delacroix An unmade Bed (1828). Ambasse presentan en museos y ambas tienen que ver con camas. La obra de Emin era literalmente una cama desastrosa, llena de basura y cochinada, mientras que la de Delacroix no sólo muestra una buena técnica de pintura y un estilo personal, sino que también reproduce una escena que esconde más significados. Para Scruton, ‘la cama de Emin se presenta a sí misma… la de Delacroix presenta algo más que ella misma’[4]. Delacroix busca un tipo de redención a través de las sábanas de su pintura y retrata en ellas la presencia de un espíritu que las ha abandonado. El requisito de Scruton para que algo sea arte, no está fundamentado en representar algo sobrenatural o, al contrario, pintar algo cotidiano. Más bienes cuestión de qué tanto puede transmitir una obra de arte. Y ello depende enteramente de las propiedades internas de la obra de arte, de su calidad.

My Bed - Tracey Emin

An unmade Bed - Eugene Delacroix
Tanto Scruton como Adorno comparten una preocupación por la falta de significados y propósitos en el arte. sus opiniones pueden parecer estrictas, esnobistas, elitistas y radicales. Cuando aterrizamos su pensamiento y sus críticas al plano de las personas individuales, podemos encontrar que Adorno y Scruton cometen un error.

Estos significados y propósitos presuntamente manifestados a través de las obras de arte, no son únicamente conferidos por los elementos físicos de la obra. La simetría, los colores y la composición de una pintura no lo son todo cuando hablamos de significados. Kant sugirió que los humanos somos máquinas de crear significados y, precisamente, gran parte del discurso y del valor de una obra de arte será conferido por los individuos que lo contemplen. Si esto es así, ¿qué importancia tienen las propiedades internas y la calidad de una obra de arte? Incluso los productos más simples y sencillos de la Industria Cultural pueden tener significados y propósitos porque estos le son conferidos por los sujetos que los contemplan. El artista contemporáneo no es un mago que sólo firma cosas, sino un mediador, un enmarcador. El artista contemporáneo es alguien que señala objetos que él piensa que tendrá miles de significados potenciales. Así, cuando son exhibidos, son encontrados y narrados por el público. ¿Recuerdan la subasta del cuadro de Banksy Niña con globo (2018)? Al finalizar la subasta, en el marco de la pintura se activó un mecanismo triturador que dejó la pintura a medias.Irónicamente, el valor se elevó por los cielos. Banksy, sin embargo, no realizó ninguna confesión para interpretar lo sucedido. El significado y propósito dela escena, lo encontraron los críticos de arte, los periodistas y el público mismo. También sucede que obras de arte son presentadas con una interpretación cerrada ofrecida por el autor. Aquí, el papel del público es confirmar esa intencionalidad e instituirla como la única interpretación posible de la obra.

Niña con globo - Bansky

 

Merde d'artiste - Piero Manzoni

En 1961, Piero Manzoni expuso en la Galleria Pescetto una lata presuntamente llena de excremento. La obra lleva por título Merde d’ artista. Las latas no han sido abiertas y no se sabe bien a bien si la lata verdaderamente contiene popó o algo distinto. Tampoco es relevante. Si un individuo contemplara la exhibición de Manzoni y afirmara que la obra le ha manifestado algún significado escatológico de la vida, entonces las latas se convierten en una obra de arte y trascienden su propia estructura para mostrarse como algo más que ellas mismas. En otras palabras, las latas de excremento cumplirían con el requisito de Scruton para ser arte… Al menos en el plano del individuo. Y es que el significado y el propósito de las obras son subjetivos y, por tanto, no pueden ser definidos en su entereza ni por el autor, ni por los críticos, ni por el objeto en sí mismo. Esos elementos tienen una influencia sobre la obra de arte, pero no lo determinan.

Lo interesante es que la calidad y los estándares del arte siguen teniendo importancia y no deben tirarse por la borda a pesar del alto nivel de influencia que tiene la subjetividad sobre ellas. Las propiedades internas de una obra son, finalmente, la base sobre la cual los significados serán extraídos por el público. Aquí entra en juego la experiencia estética.

Sería difícil negar que las propiedades inherentes de una obra cumplen un papel protagonista en despertar la experiencia estética de los sujetos. Al contrario, cuanta más calidad guarda una obra y cuanta más sofisticación tiene, mayor es la experiencia estética: más significativa será para los sujetos. Las propiedades internas establecen los significados en potencia de la obra. Por eso la experiencia estética y el significado son intersubjetivos. Cuando nosotros vemos una pintura podemos interpretarla desde la subjetividad. Sin embargo, la interpretación sólo será correcta si como observadores tenemos ciertas disposiciones: quizá un entrenamiento de apreciación artística, una experiencia con otras obras de arte y un contexto cultural. De esa manera podríamos calificar el refinamiento de la obra, la técnica, la importancia, la originalidad, la intencionalidad del autor y la armonía. En último término, podríamos interpretar la obra en cuanto al significado que guarda para nosotros respetando lo que la obra es.

Sospecho que Adorno y Scruton pensaban que el arte tenía que ser un medio adecuado a través del cual las personas consiguiéramos una realización que va más allá de las simplicidades de la vida. La autonomía del arte que Adorno demandaba es difícil de satisfacer porque las obras culturales comúnmente están ligadas a aspectos morales, de utilidad y de verdad.[5]Pienso que Adorno y Scruton buscarían a la persona que se conmovió por las latas de popó de Manzoni y lo invitarían a entrenarse a sí mismo en el mundo del arte, de suerte que pudiera distinguir entre el enorme espectro del mundo artístico y apreciara las diferentes calidades en experiencias estéticas.Adorno y Scruton incitarían a ese individuo en particular a que notara la diferencia entre el arte ‘de calidad’ y aquel que se hace en masa o sin sofisticación, como las latas de Manzoni. Con esto podríamos salvaguardar la idea de que existe una jerarquía en el arte y la cultura. Estaríamos justificados para catalogar el arte entre bueno y mediocre; y si esto es así, entonces las preocupaciones de Adorno sobre la Industria Cultural todavía tienen algo de relevancia.

La Industria Cultural no opera, como pensaba Adorno, como una válvula de escape que mantiene satisfechos a los hombres para que, como máquinas, continúen trabajando en sus aburridas ocupaciones.[6] Cabe mencionar que hoy en día, la llamada ‘alta cultura’ es más accesible que nunca, está democratizada.  

Las preocupaciones de Adorno no eran únicamente de corte estético, sino morales y políticas. Le hizo falta reconocer que la subjetividad en la apreciación del arte tiene su importancia, que los individuos no son completamente manipulados por la Industria Cultural porque no consumen un solo género artístico y que ni siquiera existe propiamente una sola Industria Cultural que opere bajo los propósitos coordinados de una mente siniestra al modo en que la propaganda nazi lo hizo con Joseph Goebbels. En lugar de eso, el panorama cultural se dibuja diverso y complejo. Podríamos afirmar que existen múltiples industrias culturales que, si bien quieren enriquecerse, también persiguen perfeccionarse en su propio género. Una banda de rock alternativo no quiere solamente ganar dinero y hacerse un patrimonio con su trabajo, sino que también quiere situarse como un innovador creativo entre su competencia y ser reconocido por el público.

Si queremos actualizar las preocupaciones de Adorno, debemos dejar de enfocarnos en la imaginaria Industria Cultural que presuntamente manipula a los individuos a través de productos que actúan como tranquilizantes. Más bien, dejemos las teorías conspirativas y dirijamos la mirada al constante deterioro de estándares en el mundo del arte. Las industrias culturales pueden seguir haciendo productos mediocres y desechables, dirigidos a las masas, cuyos significados sean simplones y limitados. La creación de arte autónomo no debe cesar. Me refiero a aquellas obras de arte que se hacen por el arte mismo, que procuran conservar estándares de calidad o proponer novedad, o aquellas que consiguen despertar en los individuos un sentido existencial más profundo que aquel que postula la pregunta: ¿cuál será mi próxima compra?

Adorno quizá falla en señalar los problemas del mundo moderno, pero acierta en advertírnoslo que podría pasar en caso de que olvidemos el ‘buen arte’ y le quitemos el espacio y el reconocimiento adecuado. En una sociedad imaginaria donde los estándares del ‘buen arte’ se extingan y todo se haga en vistas al dinero o a una agenda política unitaria, el engaño de las masas puede suceder y, con él, la manipulación y erradicación de las libertades individuales.

 


[1] Adorno, T., y Horkheimer, M., 2002. “The Culture Industry: Enlightenment as MassDeception” en Dialectic of Enlightenment, California: Stanford University Press, pág. 109.

[2] Witkin, R. 2000. “Why did Adorno ‘Hate’ Jazz?”, en Sociological Theory, v.18 (n.1), págs. 149 -150.

[3] Scruton, R. 2016. “Beauty and Desecration”, en Questiones Disputatae, v. 6 (n. 2), pág. 155.

[4] Scruton, “Beauty and Desecration”, pág. 154.

[5] Skees, M. 2011. “Kant, Adorno and the Work of Art”, en Philosophy & Social Criticism, v.37 (n.8), pág. 917.

[6] Inglis, D., y Hughson, J. 2003. Confronting Culture: Sociological Vistas, Cambridge: Polity, pág. 51.

 

Pablo Alarcón Zermeño
Filósofo
Licenciado en Filosofía por la Universidad Panamericana y profesor en la Facultad de Humanidades de la Universidad Anáhuac. Realizó una Maestría en Sociología Cultural en la Universidad de Exeter en el Reino Unido.
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