3/1/2023
Las actitudes directivas reductivas
Juan Pablo Martínez Martínez
Una existencia bajo la verdad no dirige igual que una existencia en la que la búsqueda de la verdad ha dejado de ser un factor relevante 

El modo cómo uno se relaciona con los otros e interviene en su libertad tiene mucho que ver con la manera en que uno hace explícita la concepción global que guía toda su vida. En este sentido, una existencia bajo el primado de la verdad no dirige igual que una existencia en la que la búsqueda de la verdad ha dejado de ser un factor relevante. Ello no quiere decir que ésta última haya renunciado a la verdad en sí, pues como señala San Agustín no hay nada más arraigado en el corazón humano que el deseo de verdad. Ello se revela en el hecho de que nadie quiere ser engañado a sabiendas.

Y, sin embargo, el motivo por el cual una vida ha pasado a considerar irrelevante la apropiación que los seres humanos pueden realizar de la verdad se relaciona de una forma clara- aunque no, por ello exenta de paradoja-  con la constatación que todos podemos realizar de su falta de eficacia a la hora de orientar y dirigir la voluntades humanas en orden a un fin. Es más, resulta casi un hecho que dirigir conforme a la verdad hace que las tareas de gobierno se vuelvan más pesadas, dificultosas, pero sobre todo ineficaces.

De este modo, todo contenido asociado a la verdad pasa a ser considerado como algo sospechoso (“espiritual”), por no poder sujetarse éste a un procedimiento que permita explicarlo conforme a una objetividad- pudiendo ser ésta sometida a continuación a un proceso de tecnificación-. Ante esta situación, la conciencia humana tiende a reducir su actividad, a regir ésta según parámetros cuantitativos que la permitan ordenar la realidad y sacar partido de ella a través de una claridad y distinción ya conquistadas o siempre conquistables.

Es así como el tratamiento de los problemas humanos y de relación con los otros pasa a realizarse de un modo fragmentario. Éste prima el análisis sobre la síntesis. Por su parte, la fragmentación, resultado de un ejercicio de cuantificación acontecido -y asumido-  en el seno de la conciencia, hace de la realidad humana algo mucho más manejable. Permite que la libertad humana, su capacidad de dar cuenta de sí, se desarrolle más visiblemente y, por lo tanto, más eficazmente. Los directivos de las grandes corporaciones son muy conscientes de esta realidad. Por eso, tienden a enfocar sus organizaciones hacia una acción productiva incesante -siempre prevista- conforme a metodologías que buscan procedimentalizar el trabajo, hacerlo manejable y fácilmente evaluable, como si la valoración del trabajo humano pudiera y tuviera que estar sometida a criterios meramente procedimentales.  

A este respecto, una libertad ejercida sólo en coordenadas espaciales- que puede constatar su actividad en un ejercicio cuantitativo ilimitado- da lugar a una construcción de la identidad personal y de su relación con los otros en términos de conquista de espacios. Activar la libertad supone, en este sentido y desde esta perspectiva, favorecer su realización efectiva mediante la toma de un espacio que necesariamente se entiende en contraposición con otros espacios que dificultan o problematizan su ejercicio.

Así, fácilmente, la libertad ha pasado a considerarse como resultado de una conquista o como fruto de un autoposicionamiento de la conciencia en contraposición con la realidad. Ello favorece la consagración del “principio de resultado” en todas las actividades directivas humanas. El principio de resultado no constituye más que la expresión de la máxima espacialización de la conciencia, su sujeción completa a una metodología analítica que impide su apertura a aquello que no es esperable, ni en cierto modo deducible ni tampoco inducible, a saber: los otros y la capacidad que tengo yo de incidir en su libertad.

Las actitudes directivas reductivas se basan en último término en la consagración de este principio de resultado, aunque su modo de concebirlo, articularlo o deletrearlo difiera como veremos a continuación. Con el fin de ser más precisos, desarrollaremos a continuación las siguientes en orden a afrontar el fenómeno de la dirección desde la conciencia de sus derivas despersonalizantes:

  1. El pragmatismo: La disposición o actitud pragmática establece que todo juicio acerca de la verdad de las cosas ha de atender a su grado de eficacia práctica, a su influjo en el mundo, en suma, a su capacidad para condicionar y articular el entramado empírico de relaciones que constituye el mundo. En este sentido, el director pragmático no puede entender la verdad sino como el procedimiento cuya verificación sólo acontece cuando se ha constatado el resultado.

Es por ello mismo que su forma de dirigir se ve afectada por esta comprensión de la verdad. Por un lado, sus posturas son más dúctiles. Esto es, puede adaptar sus decisiones más rápidamente a los diversos contextos dando la apariencia de versatilidad y apertura. Pero, por otro lado, su misma versatilidad le lleva a ceder en la búsqueda de un principio rector que guíe la propia dirección y la oriente hacia una finalidad. De esta manera, el pragmático se abre a la conquista sucesiva de espacios fácticos sin permitir que en las personas (sus dirigidos) acontezcan procesos de crecimiento y desarrollo a partir del afrontamiento de las dificultades subyacentes a la realización de cualquier proyecto o tarea.

  1. El utilitarismo: La disposición utilitaria procede a la identificación del bien con el grado de utilidad o aprovechamiento que se pueda sacar de él. La optimización del bien marca el valor de todos aquellos juicios que dirigimos a lo que consideramos como bueno. En pocas palabras, el bien a realizar se mediría por las consecuencias a prever o asumir.

Los beneficios de esta actitud para el directivo utilitarista se encuentran en la misma línea que aquellos enunciados para el pragmatista: versatilidad, adaptabilidad,... a los que ha de añadirse una disposición no desdeñable de corte aparentemente humanitarista, a saber: la obtención del mayor bien posible para el mayor número de personas.  En contrapartida, esta visión consecuencialista del bien puede llegar a justificar toda clase de actos (incluso los moralmente malos) si estos atienden al fin de la mayor felicidad posible. La conquista de espacios por parte del directivo utilitarista puede traducirse en la destrucción de otros espacios desde los cuales se están abriendo procesos de crecimiento. El utilitarismo directivo, en este sentido, conculca la dignidad de los otros al reducir el valor del bien a la utilidad que se pueda extraer. Supone, por tanto, una instrumentalización de la persona. El directivo que gobierna así trata a sus empleados siempre como medios y nunca como fines.

  1. El autoritarismo: La actitud autoritaria, por su parte, parte de una comprensión objetivo-abstracta de la verdad que no ha de incidir o ejercer su influjo más que en aquellas conciencias-las de los directivos- especialmente capacitados para llevar a cabo su labor. Son ellos los que deben ser los depositarios últimos de la hermenéutica referente a la finalidad de la acción directiva con un fin: preservar su esencia frente a toda posible adulteración.

Si bien el autoritarismo entiende el gobierno o la dirección bajo el principio o la guía de una verdad esencial- sea ésta del tipo que sea- su realización fáctica tiene lugar bajo la modalidad del miedo cuya traducción inmediata es la mentira, esto es, el ocultar una parte de la verdad para evitar la amenaza de la libertad. Con ello, no se consigue sino que las libertades de los dirigidos queden desorientadas al no poder incorporar en sus dinamismos procesos de crecimiento y desarrollo que les permitan dirigirse a la realidad. A su vez, dicho ocultamiento provoca la conquista de un espacio en detrimento de otros. Resultado: No hay tiempo para la libertad ni en el que dirige ni en los dirigidos. Ésta ha de quedar a merced de decisiones heterónomas, que no hacen sino negar de manera fáctica la capacidad de la persona para comprender lo que es bueno, bello y verdadero e incorporarlo de algún modo a su existencia.  El autoritarismo niega,  también y en cierto modo, la libertad y dignidad de la persona al apostar por un gobierno vertical (de arriba- abajo) sin tener en cuenta la horizontalidad.  

  1. El positivismo: La disposición positivista parte de la idea de que cualquier acceso humano a la realidad puede y debe ser objeto de una procedimentalización exhaustiva. Y ello, por dos motivos:

a) La procedimentalización, consistente en la capacidad del conocimiento científico para reproducir de manera infinita y segura sus metodologías, aparatos conceptuales,..., proporciona un ideal de certeza o evidencia a la hora de abordar problemáticas que afectan a la vida humana. Nos libra del error.

b) La procedimentalización, en el ámbito científico, se ha mostrado extraordinariamente efectiva para transformar el mundo. Las ciencias en poco tiempo han logrado cambiar el mundo para hacerlo adecuado a las necesidades humanas.

El positivismo se asienta, a fin de cuentas, en la creencia que el conocimiento científico en su despliegue objetivo y en su versión procedimental permitirá dar cuenta de y resolver todos los problemas humanos. A efectos de dirección de personas, esto se traduce en un gobierno que tienda a una especialización creciente, esto es,  que ante cada problemática cree el procedimiento adecuado a la hora de abordarla. Ello introduce una fragmentación en el dinamismo de la existencia humana. Los problemas no pueden ser abordados de un modo global y unitario ni mucho menos ser asumidos en una vida individual. Para cada cuestión que le aqueje, el individuo deberá quedar sometido a una acción directiva fundamentada en un procedimiento que asegure la efectuación de aquello que se pretendía alcanzar. Resultado: un gobierno despersonalizante, que ocluye la posibilidad de todo sentido personal de la existencia, basado en último término en la búsqueda de la novedad y el ejercicio comprometido de la libertad.  En suma, la conquista máxima del espacio bajo el ideal ilusorio de una objetividad que cada vez oscurece más el ejercicio de toda subjetividad, entendida ésta en clave relacional.

Juan Pablo Martínez Martínez
Filósofo e Investigador Senior de Hápax
Licenciado en Filosofía por la Universidad de Navarra y Doctor en Filosofía por la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid). Autor de los libros "Conversaciones con el diablo" (Ed. Círculo Rojo) y "El sufrimiento en la vida"(Ápeiron Ediciones).