23/2/2022
La paradoja de los derechos de los individuos
Luzma González
De la paradójica comprensión de la existencia humana se sigue una propuesta de lo que significa ser persona en el contexto de los derechos.

 

En términos muy amplios, hay dos comprensiones sobre la existencia humana. La que considera que somos individuos, es decir, seres que formamos parte de una especie cuya misión es contribuir a que se perpetúe, y la que propone que somos personas: seres únicos e irrepetibles, creados por el Amor y destinados a la felicidad[1].Cuando se habla del futuro, es posible distinguir entre estas dos cosmovisiones fundamentales: una vida larga no es lo mismo que una intensa. Habrá quienes defiendan existencialmente una u otra. Pero todos podemos estar de acuerdo en que no es lo mismo.

Siguiendo la primera tradición, la especie es lo crucial[2].Cualquier individuo tiene valor porque es representante de ella. Cualquier individuo es cualquier otro. Lo que importa es que un individuo llegue al progreso, sobreviva[3].Ahora bien, si cambiamos la perspectiva y pensamos que cada uno es uno de esos individuos, entonces quiero ser yo el que avance. El paso a la perspectiva propiamente individualista es sutil. Si no soy crucial, si soy un simple pasajero –intercambiable– de este mundo, entonces más me vale pasarlo bien. Además, voy a dejar mi huella al estilo de “yo estuve aquí”. Voy a buscar el poder y el dominio, que todos sepan mi nombre para desafiar así la tormenta del sin sentido en el que la existencia está sumergida.

 

La segunda cosmovisión, en cambio, propone que cada persona es lo crucial. Es el famoso centro que está/es a la vez en todos puntos[4].Si cada persona es un fin en sí misma, entonces cada persona tiene que contribuir al desarrollo y el crecimiento de muchos fines –los otros. Ese es el fin de cada persona. Es a la vez su finalidad y su muerte. Si seguimos esta propuesta, aquellas palabras de “si el grano [..] no muere, queda solo; pero si muere da mucho fruto[5]”cobran un renovado sentido. ¿En qué sentido es ese morir por el otro? Seguro no morir, morir. Pero parece que sí es así.

 

¿De qué manera morimos nosotros? Se podría pensar en muchos escenarios más o menos benignos: una cama de hospital, una ambulancia, una celda, un paraje obscuro. Pero ¿es ahí donde morimos en realidad? ¿No estamos constantemente exudando minutos? Podríamos imaginarnos que junto con nosotros nace un gran reloj que se funde a nuestra espalda. No sabemos qué dice, pero sabemos -en definitiva, sabemos- que está ahí. Vivimos nuestra vida motivados por sus continuos empujones.

 

Entonces, ¿qué significa morir por el otro? Una manera de entenderlo es dar nuestro tiempo a los otros. Es perder nuestra vida por la felicidad de los otros. Y paradójicamente, es justo ahí, diría Jesús, donde vamos a encontrarla[6].

 

Ahora bien, sabemos que es imposible estar de acuerdo con estas afirmaciones si no se han experimentado en la propia vida.Tal vez personajes tan disimétricos como el Scrooge de Dickens y la Madre Teresa de Calcuta puedan aportar evidencia, aunque circunstancial, de esta tremenda paradoja.

 

No es de extrañar que esta época considere como secular exclusivamente la versión individualista de la existencia. Es decir, si no se puede formular –y en efecto, algo paradójico no se puede formular entérminos inequívocos– entonces no es científico, no puede ser objetivo, y no puede ser verdadero. Algo así como si no me lo puedo comer, no puede ser comida. Por supuesto que es autorreferencial. Aún así nos permite observar desde otro ángulo el fenómeno de la primera cosmovisión de la existencia descrita arriba.

 

Decíamos que el individuo reemplazable mantiene en tensión el sentido de su existencia con su capacidad de disfrutar, de dejar huella, de controlar y dominar, ahora vemos que esa misma necesidad, o llamémosle, anhelo de trascendencia, está volcado en la carrera en la que el propio individualismo somete a todos: ser el primero, ser el mejor, ser el poderoso, ser el grande. En esa carrera está prohibido aventajar a otros por el camino de la experiencia paradójica propia del sentimiento religioso o de la mística.Si uno de los pasajeros es un fin en sí mismo, entonces la cuestión completa pierde apariencia de sentido. Y mientras los individuos se ven caer en el abismo del absurdo, las personas ascienden hacia lo alto.

 

Estas dos visiones coexisten y aunque profundamente distintas, son vecinas en este peregrinaje perenne. Demos un paso e imaginemos que en este contexto empiezan las grandes guerras del siglo XX. El horror de los horrores. El dominio, el poder, la superioridad exterminando a millones. El tiempo parece detenerse y se hace evidente que la carrera individualista también pierde sentido si no hay libertad. Porque, aunque las víctimas fueron esta vez un grupo específico que probablemente no fue el nuestro, tranquilamente pudo haberlo sido. Frente a la miseria así expuesta, algunos –permítasenos decirles así– cristianos, vieron en este embrollo una oportunidad para avanzar la propuesta paradójica del pleno sentido. Y entonces propusieron los derechos humanos: todos tenemos o somos algo que nos hace merecedores de algo.

 

Estas dos tradiciones diversas no podían coincidir en qué era ese algo –ni el primero ni el segundo. Pero si en la formulación misma y así se procedió a rellenarla de palabras que nunca se definieron, de conceptos que estaban en el aire puestos como esos castillos gigantes que algunas veces producen las nubes. Con la ilusión de que ya habrá tiempo para darle contenido a los conceptos. Cualquiera que ha observado el cielo sabe que eso no puede ser el caso. El viento sopla y las nubes cambian de forma.

 

En el mundo secular individualista, no hizo falta mucho tiempo para que cada representante de la carrera encontrara en esos nuevos derechos humanos una fuente inagotable de ventajas particulares. Sus gemidos se escuchan incluso ahora. Algunos notaron que sólo tenían que vestirse diferente para ser acreedores de múltiples beneficios. Otros notaron que podían exigir que se reconocieran sus deseos como si fueran realidad. Todos están al unísono amordazados y amordazando, luchando en la frontera de ser más,de un algo más grande para sí y menos para los otros.

 

¿Qué sigue entonces? Una propuesta desde la persona de lo que significa ser humano en el contexto de los derechos. Una idea de buscar el bien del otro. Para defenderme del terror de un Hitler puedo huir despavorida o puedo dar la mano al que está próximo a mí y ese a su vez a su prójimo y entre todos detener al perverso. Levantar la voz cuando se está violentando al vecino. Al final del día, es mucho más claro saber cuando se le está violentando, porque no hay conflicto de intereses, como de hecho sí los hay cuando uno mismo es la víctima.

 

Y la paradoja de las paradojas: defendiendo el derecho de mis vecinos, entregando mi tiempo, es decir, muriendo por el otro encuentro mi propia vida, plena de sentido y en abundancia. Dejamos de caer en ese vertiginoso vacío del sinsentido y ascendemos poco a poco hacia la luz, hacia lo alto, llenos de agradecimiento, de la mano del otro, a quien conducimos y a su vez nos conduce.

 

Una parte de este texto sigue a Joseph Ratzinger en su Introducción al Cristianismo[7].


[1] Podríamos también llamarlas tradiciones cuantitativa y cualitativa, respectivamente.

[2] Entre muchísimos autores, Aristóteles yTomás de Aquino.

[3] En los términos de Darwin.

[4]Thus each is equally at thecenter and none are there by being equals, but some by giving place and some by receiving it, the small things by their smallness and the great by their greatness, and all the patterns linked and looped together by the unions of akneeling with a sceptred love”. Lewis, C.S.. Perelandra: (Cosmic Trilogy, Book Two) (The Cosmic Trilogy 2) (p. 231). HarperOne. Kindle Edition.

[5] Jn. 12, 24

[6] “El que quiera salvar su vida, la perderá,y el que pierda su vida por causa mía, la encontrará” Mt. 16, 25.

[7] Ratzinger, Joseph, “4. La profesión de fe en Dios, hoy”: (Introducción al Cristianismo) (p. 136-137).Ediciones Sígueme. 2005.

 

Luzma González
Politóloga
Estudió Ciencia Política y Relaciones Internacionales. Es profesora de corazón, con intereses amplios. Le gusta leer y escribir, la música, las artes, las matemáticas, los sistemas,… Actualmente trabaja en Skolarts.
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