El 31 de diciembre del 2019, autoridades de Salud de Wuhan (provincia de Hubei, China),informaron sobre un grupo de 27 casos de neumología de etiología desconocida que no cedía ante tratamientos actualmente utilizados. Al comienzo del brote,se reportó que varios de los pacientes estuvieron vinculados a la exposición común a un mercado mayorista de mariscos, pescados y animales vivos. Sin embargo, casos posteriores que no tuvieron nexos con el mercado confirmaron la transmisión de la enfermedad de persona a persona. Además, también acaeció la exportación de casos relacionados con viajes. El 7 de enero del 2020, el agente causal fue identificado: un nuevo virus de la familia Coronaviridae (2019-nCoV) posteriormente clasificado como SARS-CoV2 causante de la enfermedad COVID-19. En pocas semanas los contagios aumentaron exponencialmente, no solo en China Continental sino también en diferentes países. El 11 de marzo del 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró a esta enfermedad como una pandemia[1].
No es la primera vez que la humanidad enfrenta un suceso de tales características. Apenas 10 años antes, la OMS había clasificado el brote de gripe A (H1N1), cuyos primeros casos se detectaron el 11 de abril del 2009 en el estado de Veracruz, como nivel de alerta cinco, es decir, pandemia inminente dada su extensión geográfica; poco después se elevaría a nivel de alerta seis[2].Hasta el 10 de agosto del 2011 (fecha en que la OMS anunció el fin de la pandemia) se registraron aproximadamente 60,8 millones de casos alrededor del mundo (siendo México, Estados Unidos y Canadá los países más afectados) y 18,337 muertes a causa del virus, de acuerdo con datos del Centro para el control y prevención de Enfermedades (CDC) [3]. Sin embargo, y a pesar de los alarmantes pronósticos de la comunidad científica, la también llamada “influenza porcina” nunca logró una transmisión comunitaria sostenida como la que ahora experimentamos con el COVID-19.
Sin lugar a dudas estamos ante un hecho sin precedentes. Si bien a lo largo de la historia, sucesos de alto impacto han traído crisis de todo tipo al mundo, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que, por primera vez en toda su historia, los seres humanos están enfrentando el mismo reto prácticamente de manera simultánea a lo largo y ancho del globo.
Para contener el virus y evitar el colapso de los sistemas sanitarios, los gobiernos han tenido que tomar medidas más o menos duras: aislamiento y distanciamiento social, toque de queda, cierres perimetrales, reducción de la movilidad y de aforos en comercios, cancelación de actividades culturales y deportivas, etc.,cuyos dramáticos efectos a nivel económico, político, social, cultural e incluso medioambiental ya se están haciendo notar. Y hoy, tras casi un año de la declaración de la pandemia, la humanidad mira hacía detrás y hacia adelante: mira hacia los 117 millones de infectados en todo el mundo y los más de 2.6 millones de fallecidos, hacia la agudización del desempleo, la desigualdad y la pobreza; mira hacia todos aquellos cambios que trastocaron nuestra existencia tanto individual como colectiva, las secuelas físicas y emocionales y la toma de conciencia de nuestra propia fragilidad, indigencia y vulnerabilidad. Pero también mira con la esperanza y la convicción de que el coronavirus eventualmente pasará y sus corolarios se desvanecerán tan espontáneamente como emergieron.
Entonces tendremos que hacernos cargo de un virus mucho más resistente y destructivo,tan viejo como la humanidad misma y que se ha inoculado progresivamente en sus pliegues más íntimos. Se trata del virus del resentimiento. Esta suerte de rencor sordo, de envidia y odio impotente tiene su origen en el enraizado recuerdo de una injuria particular o bien, en la injusticia y el rechazo sufrido que adopta la forma de una herida abierta que lejos de sanar, se reaviva constantemente, dificultando con ello cualquier deseo de olvido y reconciliación.
El resentimiento, tanto en el orden individual como en lo social sobreviene como uno de los males más perjudiciales e imponentes dado que, frecuentemente se oculta tras una categorización intelectual o la simulación de una moralidad que se transmite con un sentido de falsa responsabilidad o falsa solidaridad histórica, vulnerando así la armonía en el seno de las relaciones humanas al mismo tiempo que crea repulsión, genera amargura, tensiones, odios y prejuicios de todo tipo. Como lo hace notar el historiador de origen francés, Marc Ferro:
“Así pues, constantemente se va acumulando la carga de ese explosivo, el resentimiento. Varias veces en distintos momentos del siglo XX, ha estado a punto de provocar el estallido la sociedad y, en cualquier caso, la ha transfigurado. Al igual que esos virus de los que se cree que están muertos cuando sólo están dormidos, el resentimiento, reactivado súbitamente, brota para la sorpresa de quienes ni siquiera sospechaban de su existencia”[4].
No resulta extraño que este tema haya sido abordado también desde un punto de vista filosófico. A propósito,traemos aquí el estudio realizado por Max Scheler (1874-1928), considerado como uno de los pensadores más sobresalientes de la Europa del primer tercio del siglo XX, cuyas geniales intuiciones “lo situaron a la cabeza de tantos temas que luego se volvieron habituales, a veces de modo efímero y a veces con largo futuro”[5].Inserto desde el terreno de la fenomenología y teniendo como contexto la antesala de la Primera Guerra Mundial, escribió en 1912 un breve pero sugerente ensayo titulado El resentimiento en la moral (Das Ressentiment im Aufbau der Moralen). El escrito se articula como una réplica a la concepción nietzscheana de que la moral cristiana y, en particular, el amor cristiano, tenían su origen en el resentimiento[6]. Scheler describe este fenómeno como “una autointoxicación psíquica con causas y consecuencias bien definidas. Es una actitud psíquica permanente, que surge al reprimir sistemáticamente la descarga de ciertas emociones y afectos.”[7] Se destaca ya en la descripción del fenómeno un factor fundamental en el origen del resentimiento, a saber, la represión (Zurückdrängung) de ciertas tendencias, en sí completamente normales y naturales, tales como el sentimiento de venganza (Rachegefühl), el odio (Hass), la envidia (Neid), la ojeriza (Scheelsucht) y la perfidia (Hämischkeit), pero que, al no poder liberarlas, ya sea por debilidad o por temor, revierte hacia adentro del sujeto—individuo o colectividad— y lo intoxica, envenena su psique, creando un estado permanente, un talante que afecta todas sus acciones y emociones a la vez que produce graves distorsiones en la aprehensión de los valores y su jerarquía. En cuanto a su origen, el resentimiento está ligado a una actitud especial de comparación valorativa de uno mismo con los demás[8]. En efecto, las diferencias de rango, de fortuna, de aptitudes y hasta de salud y perfección físicas, pueden despertar la envidia en el individuo, y con ello, un sentimiento de odio no sólo hacía la persona con quien se compara tan desventajosamente, sino en general a todo lo que hace posible tal comparación.El conflicto generado entre el “querer” realizar un valor y la impotencia de“no poder” adquirirlo provoca una tendencia en la conciencia a “rebajar”equivocadamente los valores del otro término de la comparación. Este proceso psíquico es ilustrado por nuestro autor a través de la fábula de “la zorra y las uvas verdes”[9];como no puede conseguir las uvas, se conforma con rebajar el valor de las mismas diciendo que están verdes. Pero si otra zorra, con más habilidad, logra obtener las uvas, entonces el juicio del resentimiento no tratará de desestimar el valor de las uvas, sino el valor del deseo o del acto de poseerlas. La riqueza, los honores, la autoridad, etc., pueden ser los objetos que están“verdes” en ocasiones; pero para la moral del resentimiento lo que está“verde”, lo que es malo y pecaminoso es el juicio que los considera estimables. Ahora es el bien el que se convierte en mal y la abstención en virtud; se trata de un error en el sentimiento valorativo, lo que Nietzsche llama “falsificación de la tabla de valores”[10],que no es otra cosa que la inversión de los valores. Así, los valores espirituales, por ejemplo, pueden ser subordinados a los económicos —bien que esta tabla axiológica sea en sí mismo falsa— si con ello sale favorecido el resentido”. Esta es la “sublime venganza” de la que habla Nietzsche en su Genealogía de la Moral: el rico, el noble, el justo, ya no son objeto de envidia, sino de lastima. El motivo para la desestimación puede ser evitar la burla o rebajar nuestra desgracia. Pero existe, según Scheler, otro motivo más profundo y con consecuencias más importantes, y es que así se resuelve ilusoriamente el conflicto entre el apetito y la impotencia, apaciguando así el grado del “dolor” ante ella, pareciéndonos motivado nuestro deseo[11].
Conque, al igual que una herida abierta que no sana, el resentimiento no deja de producir dolor. En nuestra situación actual, el duelo por la muerte de un ser querido, la angustia tras la perdida del empleo, sumado al temor y la ansiedad por nuestro porvenir, provocó que, en las semanas siguientes a que el virus del COVID-19 comenzara su expansión por el mundo, también lo hiciese el virus del resentimiento, particularmente, en contra de las personas de origen chino o del sureste asiático, a quienes se les ha señalado como los responsables directos del inicio y propagación de la enfermedad. Las minorías asiáticas de todo el mundo son rechazadas físicamente en público o se han convertido en blanco de insultos y ataques racistas. El 16 de marzo de este año, se produjo un tiroteo en el área metropolitana de Atlanta, Georgia (EE. UU.) en tres salones de spa,derivando en la muerte de al menos seis mujeres de origen asiático [12].
¿Es posible la reivindicación para un alma intoxicada por el resentimiento? Scheler afirma en otro lugar[13] que en las honduras de nuestra conciencia moral yace un pronunciamiento que se comporta de manera judicial, penetrando en el pasado de nuestra vida y ejerciendo una efectiva intervención quirúrgica en ella. A diferencia del pesar, el cual refiere al dolor, tristeza o desagrado producido por las consecuencias de un acto realizado o fallido pero que carece de relevancia moral; y el remordimiento, entendido como un estado de depresión causado por el doloroso reconocimiento de la culpabilidad que hunde a quien lo experimenta en el abismo desesperanzado de lo irreparable dado que concibe su pasado como algo definitivo y concluso, en el acto de contrición o arrepentimiento el individuo se sitúa frente a su vida pasada, cuya indignidad le impulsa a reconocer la falta cometida, la deliberada realización del mal para luego levantarse por encima de ella, con la esperanza de un libre y espontaneo recomienzo. Quien se arrepiente sabe que el pasado, lo fáctico permanece irrevocable mas no irreversiblemente cancelado, sino que puede agregarle un nuevo sentido,rehacerlo, modificarlo en el presente con su actitud actual: “Esta es la gran paradoja del arrepentimiento —nos dice Scheler—, que mira hacia atrás con una mirada llorosa, pero, sin embargo, actúa alegre y poderoso hacia el futuro,hacia la renovación, hacia la liberación de la muerte moral”[14]. No obstante, para el resentido arrepentirse no es nada sencillo. Primero, porque —como ya se dijo— éste se vuelve ciego para la bueno; y, en segundo lugar, por tornar el amor en odio. Ambos factores, sumado al insistente impulso de venganza en contra del yo, no permiten que a su corazón se ofrezca la imagen ideal de un yo mejor al que aspirar, propio del acto del arrepentimiento, puesto que termina odiando toda superioridad al contemplarla como una ofensa, lo que le lleva a ejercer sobre ella incluso un igualamiento a la baja, es decir, una suerte de rebajamiento traducido en la exaltación de la igualdad radical de todos los hombres al punto de eliminar o trivializar sus diferencias cualitativas, también morales. Con todo, el impulso trasgresor y el envenenamiento consiguiente del núcleo íntimo del hombre no cancela la mera conciencia de ser bueno y justo ante la ley, de ahí que podamos afirmar que sí existe la posibilidad de contrición en el resentido, del mismo modo en que existe para cada hombre en la tierra.
Para resolver esto, Scheler nos habla sobre el destino del hombre como ens amans, esto es, como una criatura cuyo corazón se encuentra primariamente hecho para amar, no para odiar, supone la existencia en su interior de una disposición heterónoma hacia el rescate de su ordo amoris, ahora derrocado[15].Según esto, para Scheler el mundo y el hombre en primer término (es decir, el microcosmos) “tiene que estar dispuesto desde el fondo a la redención, es decir, a una intervención de una fuerza que mana no de él, sino de una existencia superior a él”[16].
Aquí, nuestro autor retoma la noción agustiniana de la gracia, la cual refiere a una ayuda interior concedida por Dios como audiutorium y auxilium sobrenatural, que rectifica la voluntad y le permite querer y obrar el bien.Sin esa ayuda, el hombre no puede sanar su libertad y vencer su inclinación. Al respecto nos dice: “Hay que pensar en una fuerza superior a cada fuerza que decrece en la gran ordenación de las fuerzas, que puede intervenir libremente por sí para detener la caída inmanente, y cuyo supremo punto de partida es la fuerza misma de Dios”[17]. Sólo así, mediante esta referencia a Dios es que se da el nuevo brotar de la libertad frente a la culpa, la conversión y la transmutación del ser personal hacia una persona nueva. El proceso del arrepentimiento, en suma, repara poco a poco la plena capacidad de amor hacia Dios al mismo tiempo que promueve a través de la supresión de la barrera y la lejanía de Dios puestas por la culpa,la reconciliación y la reunificación del centro de las cosas. Por esto, no sorprende el que Scheler haya concebido en el arrepentimiento “desde el punto de vista puramente formal, una forma de autosalvación del alma; el único camino para recobrar sus fuerzas perdidas. Y desde el punto de vista religioso es todavía mucho más: el acto natural que Dios otorgó al alma para retornar a Él cuando ella de Él se alejó”[18].
Por último, resulta necesario dedicar unas líneas sobre el perdón. Scheler lo define como “un acto positivo que consiste en sacrificar libremente el valor positivo de la satisfacción; es un acto, pues, que presupone el impulso de venganza, y que no consiste en la falta de este impulso”[19]. El perdón, de acuerdo con el autor, no consiste solo en aceptar la ofensa y simplemente dejarla pasar; sino una peculiar conducta positiva mediante la cual el ofendido frena su respuesta instintiva hacia la venganza (y con ello a la tendencia natural que le lleva hacia el resentimiento) y se sobrepone a la inclinación de exigir lo que parece dictar la justicia, realizando un esfuerzo por considerar la dignidad del agresor, separando así su realidad de persona(buena, por tanto) de sus actos (malos objetivamente). Asimismo, el agresor puede solicitar el perdón cuando se ha compadecido del ofendido, a través del acto del arrepentimiento. Sin embargo, el acto de perdonar y ser perdonado no es fácil en la práctica dado que, en primer lugar, no siempre se produce la petición del perdón, ya sea porque el agresor no se encuentre arrepentido, o ha fallecido, o simplemente no se conozca (como llega a suceder con algunos resentimientos añejos); y el caso contrario: puede acaecer la negación del perdón de la persona arrepentida que humildemente lo solicita. Así pues, perdón y el arrepentimiento son cuestiones que no dependen en un sentido último de la relación de unos con los otros, sino de la relación de cada uno consigo mismo y con lo absoluto. Dios no nos pide que nos arrepintamos por lo que otros hicieron; no se trata de sustituirlos, ni mucho menos de tomar su lugar, en lo que les corresponde hacer a ellos; sino que nosotros hagamos lo que nos corresponde en nuestra forma de conducirnos de acuerdo con los parámetros de Dios.
Sin lugar a dudas, la humanidad atraviesa en este momento un hecho sin precedentes.Pero si algo nos ha mostrado nuestra historia es que es justo aquí, en los momentos más difíciles cuando brota la bondad y el amor entre los hombres. Solo juntos, una vez superado el odio y el rencor, compartiendo un auténtico y único sentimiento de solidaridad, seremos capaces de erradicar este virus, cualquier virus.
[1] Koury Juan M. y Hirschhaut, M. 2020. “Reseña histórica del COVID-19 ¿Cómo y porqué llegamos a esta pandemia?”, Acta Odontológica, Latinoamericana: https://www.actaodontologica.com/ediciones/2020/especial/art-2/
[2] “Alertas y actualizaciones epidemiológicas (OPS/OMS) Organización Panamericana de la Salud”. PAHO/WHO, PanAmerican Health Organization. https://www.paho.org/es/alertas-actualizaciones-epidemiologicas#:~:text=El%20prop%C3%B3sito%20de%20las%20Alertas,OPS%20en%20relaci%C3%B3n%20al%20evento.
[3] González, M. 2020. “¿Cómo fue la influenza H1N1 en México y el mundo?” AS México: https://mexico.as.com/mexico/2020/03/21/actualidad/1584759799_390452.html#:~:text=En%20total%2C%20se%20registraron%2C%20hasta,en%20toda%20la%20Rep%C3%BAblica%20mexicana.
[4] Ferro, M. 2009. El resentimiento en la historia. Madrid: Cátedra.
[5] Pintor-Ramos, A. 1978. El humanismo en Max Scheler. Estudio de su antropología filosófica, Madrid: BAC, 1978, pág. 16.
[6] Scheler, M. 1998. El resentimiento en la moral, Caparrós: Madrid, 1998, pág. 19
[7] Scheler, M. El resentimiento en la moral, pág. 20.
[8] Scheler, M. El resentimiento en la moral, pág. 29.
[9] Scheler, M. El resentimiento en la moral, pág. 51.
[10] Scheler, M. El resentimiento en la moral, pág. 54.
[11] Scheler, M. El resentimiento en la moral, pág. 51.
[12] McLaughlin, Elliot C. 2021. “Lo que sabemos sobre Robert Aaron Long, el sospechoso de los tiroteos en Atlanta” en CNN en español. Recurso electrónico: https://cnnespanol.cnn.com/2021/03/18/robert-aaron-long-sospechoso-tiroteos-atlanta-trax/
[13] Scheler, M. 2007. Arrepentimiento y nuevo nacimiento, Madrid: Encuentro.
[14] Scheler, M. Arrepentimiento y nuevo nacimiento, paǵ. 44.
[15] Cfr. Scheler, M. 1996. Ordo Amoris, Madrid: Caparrós, pág. 56.
[16] Scheler, M. 2007. De lo eterno en el hombre, Madrid: Encuentro, Madrid, pág. 187.
[17] Scheler, M. De lo eterno en el hombre, pág. 186.
[18] Scheler, M. Arrepentimiento y nuevo nacimiento, pág. 16.
[19] Scheler, M. El resentimiento en la moral, pág. 126.