1. Nota biográfica de Cyprian Norwid
2021 es el bicentenario del nacimiento de Cyprian Kamil Norwid, un romántico polaco no demasiado conocido en lengua española ni en otras lenguas europeas, pero con una buena cantidad de temas sugerentes enhebrados en su obra, la cual va más allá de la Literatura, por lo que bien merecería una sistemática traducción al español, que completase las esmeradas traducciones bilingües realizadas por el catedrático de filología eslava Fernando Presa.
Nace en Laskowo- Gluchy, a 40 kilómetros de Varsovia, el 24 de septiembre de 1821. Su vocación inicial le lleva hacia la pintura, que aprenderá en su Polonia natal con Aleksander Kokular y con Jan Klemens Minasowicz. A la vez, como hombre que era lleno de sensibilidad, se interesa por la Literatura. Será en Florencia, adonde viaja para aprender escultura con Luigi Pampaloni y donde se entusiasma con la cultura clásica, donde se enamora por primera vez, en un amor no correspondido, de Maria Kalergis, hija del jefe de policía de Varsovia. Este será el primero de una larga serie de sufrimientos y desengaños que, como en todo buen romántico, pulirán una personalidad de una delicadeza cristalina.
A lo largo de su vida será poeta, ensayista, dramaturgo, pintor, escultor, diseñador y grabador. Una personalidad polifacética y muy creadora que, sin embargo, se va a encontrar una y otra vez con el fracaso, que sabrá administrar con sabiduría socrática. La etapa italiana de Norwid está también marcada por su ansia de saber y por su aprendizaje autodidacta de la Antigüedad y la arqueología, la historia del arte y la historia de las religiones.
Norwid no es solo un buen representante del Romanticismo por la vivencia del dolor transformador; también gustará, como otros grandes representantes de ese movimiento literario, de viajar por Europa y de desarrollar una obra poética que roza la metafísica e incluso la teología. En Roma conocerá a otro de los grandes escritores románticos polacos, Mickiewicz, que ha sido acertadamente calificado de “poeta-profeta”, al haber trazado para los polacos un camino para la recuperación de la patria, cuando esta parecía difícilmente recuperable; en la misma ciudad conocerá al más universal de sus músicos, Frederic Chopin y también a muchos de los polacos que habían salido de su patria tras el Levantamiento fallido de Varsovia, en 1830, en lo que se conoce como la Gran Emigración y la posterior eliminación de Polonia como país, fagocitados sus territorios entre Rusia, Austria y Prusia. A estos compatriotas los volverá a encontrar cuando cambie su lugar de residencia en Roma por París. Desde sus tiempos romanos, Norwid organizaba veladas artístico- literarias en su taller, donde se encontraban los miembros de la resistencia polaca; en cierto momento también va a estar muy comprometido políticamente. Pero su pasión no será fundamentalmente la política, sino la literaria.
Los años posteriores serán prolíficos en aislamiento, desengaños amorosos e incluso espirituales, a los que habrá que sumar una sordera progresiva, la cual producirá que se refugie en la escritura y en la comunicación epistolar; todo ello hará el efecto de un cincel artístico: no llenarán su alma de amargura ni de resentimiento, sino que cristalizarán en 1851 en la publicación de su extraordinaria obra Nuestra epopeya. 1848, donde refleja hasta qué punto había interiorizado y “polonizado” la figura heroica de Don Quijote y su aspiración a la libertad. En esta obra, Norwid se ve a sí mismo como un nuevo quijote, que cabalga en busca de su amada, Polonia. Y es que Norwid había leído la generosa y risueña obra de nuestro Cervantes desde la infancia y su propio camino hacia la edad adulta estuvo flanqueada por el idealista caballero.
Al final de Nuestra epopeya, Norwid se sentirá transformado en un sujeto plural, que va más allá de sí mismo, incluso de su pertenencia a su sociedad concreta; se convertirá en un representante de la Humanidad, que busca ante todo la verdad de su ser hombre. Individualidad heroica movida por el amor, sociedad como patria común, el mundo como arte, trabajo y Humanidad, y la Historia, serán los grandes temas que aparecerán, como círculos concéntricos, en la obra de este romántico, en una muestra de que la poesía va más allá de sí misma, buscando aclarar en último término la condición humana; sin duda hay un trasfondo schilleriano en la obra del polaco. Frente a otros románticos, que idealizaban a la nación polaca perdida, Norwid se dejará influir por la filosofía nacional de August Cieszkowski y su idea de que la acción es una transformación consciente de la vida social, mediante la realización de ideas filosóficas llevadas al mundo concreto, teniendo como modelo el orden divino.
Norwid es ciertamente un buen reflejo de la personalidad romántica por sus anhelos, sus decepciones e incluso por sus fracasos; sin embargo, el tiempo en el que vive y los temas hacia los que tiende su obra van más allá del Romanticismo. Tuvo la experiencia de viajar fuera de Europa y de vivir en Norteamérica, en concreto en Nueva York, donde trabajó como grafista y donde tampoco consiguió prosperar. De nuevo, un fracaso que fue literariamente un triunfo, pues a raíz de su conocimiento de Estados Unidos, en su obra aparecerán inteligentes reflexiones sobre las consecuencias de la civilización industrial capitalista y también sobre la soledad del artista, en un contexto en el que todo se quiere cuantificar. Norwid poetizará sobre la progresiva deshumanización del trabajo en Occidente y proyectará una nueva comprensión del mismo, en la cual no se tratará ya una maldición veterotestamentaria, sino más bien, siguiendo la estela del Nuevo Testamento y el ejemplo del mismo Cristo -que fue un trabajador durante largos años antes de dedicarse al ministerio público-, en una posibilidad de creación y de realización de valores morales.
El trabajo, desde este punto de vista, será una posibilidad de resurrección humana. En este sentido, su obra Promethidion será una interpretación muy innovadora de Prometeo, pues bajo una forma ciertamente platónica, expresada en dos diálogos y un epílogo, lo muestra como el dispensador de las artes y el protagonista de la civilización y no tanto como un rebelde activista, tal y como aparece en la obra de otros escritores, como Goethe y Shelley.
El Prometeo de Norwid será un Prometeo espiritual. La obra también contiene reflexiones sobre la importancia del arte y la belleza en la vida pública, con especial atención a las artes visuales. Será por el arte y no por las armas, como Norwid querrá liberar a Polonia; es decir, mediante el crecimiento cultural, moral y espiritual. En su obra épica Sobre la libertad de la palabra, Norwid traza un bosquejo filosófico e histórico de la historia de la Humanidad, mostrando una visión crítica acerca de la vida europea y las funciones sociales y sacras del lenguaje.
En 1865-66 crea su ciclo poético más hermoso, titulado Vade-mecum, donde están incluidos “Rapsodia triste en memoria de Bem” -en el que rinde un homenaje a los héroes polacos de la insurrección de noviembre, así como al poder del alma y a la fuerza de la leyenda-, y “El piano de Chopin”, escrito tras la destrucción del Palacio Zamoyski, durante la cual el bello piano que el mismo Chopin había tocado fue arrojado a la calle; el poema es una ocasión para reflexionar sobre la grandeza del arte, ya que es capaz de introducir la belleza divina en el mundo, y también sobre la entidad metafísica del bien (plenitud) y del mal (ausencia). Por todo ello, las reflexiones de Norwid le acercan a lo que hoy es conocido como personalismo cristiano.
En su obra reflejará la admiración hacia el mítico Tadeusz Kosciuszko, el héroe polaco que apoyó a George Washington en la independencia americana y que fue reconocido por ello. En este sentido, el escritor polaco traspasará a su poesía algunas profundas reflexiones sobre la historia, entendiéndola no simplemente como una realidad referida al pasado, sino como un avance permanente hacia valores universales, entre los que él incluye la libertad, la democracia y la moral cristiana, tan refinada y exigente. Otros personajes polacos admirados serán los cantados en “Flores negras”: Stefan Witwicki, Frederick Chopin, Adam Mickiewicz, y Paul Delaroche, cuyos retratos literarios han quedado incorporados a las letras polacas.
Los temas que aparecen en su obra se extienden también hacia los sociales, como se refleja en su escrito Socialismo y en A los ruso-eslavos; el primero para confrontar su idea de cuáles son los principios elementales con los ideales socialistas, y el segundo, para mostrar sus propias ideas sobre lo que tendría que ser la integración entre Occidente y el Este de Europa.
Como señala Fernando Presa, en la obra de Norwid se encuentra una riqueza extraordinaria de motivos, reflejo de su inmensa cultura, que iba desde el profundo conocimiento de la Antigüedad hasta la contemporánea. Como fruto nuevo de las hondas raíces polacas, Norwid presenta una valoración muy positiva del Cristianismo como paradigma cultural, donde la figura de Cristo es analizada como el hombre perfecto, al unir en sí lo divino y lo humano, lo espiritual y lo material. El propio Norwid simboliza una delicada unión, a la altura de la Edad Contemporánea, entre la cultura clásica y el Cristianismo, asumiendo todo lo de positivo que existe en ambas.
Semejante a nuestro Bécquer, que también había sido escritor y pintor y que también gozaría de gran popularidad póstumamente, Norwid fallece el 23 de mayo de 1883 de tuberculosis en una situación de gran precariedad. Sus restos fueron enterrados en una fosa común para polacos de un cementerio francés, por lo que se perdieron para la posteridad. Su obra, olvidada durante el siglo XIX, no dejó sin embargo de crecer en consideración y valía en su patria según pasaban los años, sobre todo gracias a la labor del poeta y ensayista Zenon Przesmycki, miembro de la Academia Polaca de Literatura, durante el periodo conocido como la Joven Polonia. Tras la II Guerra Mundial, toda una generación de polacos se volvió hacia Norwid, pues una vez más se había perdido la patria y en la búsqueda de las raíces espirituales, él constituía uno de los mayores garantes. Uno de sus más ilustres lectores a comienzos del siglo XX será un joven estudiante de Literatura polaca en la Universidad Jagellónica de Cracovia, llamado Karol Wojtyla, quien se fascinó completamente con el repertorio de temas norwidianos.
Otros escritores, como Tadeusz Micinski, Stanislaw Wyspianski, Stefan Zeromski o Jan Lechon hicieron una gran labor de recuperación del romántico, alabando su lenguaje tan pulido, sus metáforas preciosistas y sus imágenes tan evocadoras, así como su capacidad de transmitir mensajes filosóficos y reflexiones sobre el mundo de la cultura. Las obras de teatro norwidianas ascendieron asimismo a los escenarios, con notable éxito. Hay dos biografías noveladas sobre él, escritas en polaco: Żniwo na sierpie (La cosecha de la hoz, 1947), de Hanna Malewska y Dno czary (El fondo del cáliz, 1965), de Lew Kaltenbergh.
2. La Poética de Norwid
Como muestra de la enorme variedad de temas presentes en la obra norwidiana, se presentan a continuación algunos fragmentos de sus poemas, procedentes de varias épocas distintas. Todos ellos proceden de la antología bilingüe polaco- español preparada por el profesor Fernando Presa, Poesía polaca del Romanticismo.
Su poesía está llena de simbolismos y de metáforas, como en su primer poema, “Soledad”, escrito cuando tenía 18 años, en el que relaciona el viento suave con los sueños del alma y la sutil agitación de libertad que llevan al poeta a entender la belleza y a encontrar un profundo placer espiritual:
Silencio. Tan solo alguna araña mueve su tela de vez en cuando,
O el viento acaricia con suavidad el álamo que hay frente a la ventana
¡Oh! ¡Qué bien se respira, con qué dulzura puede soñar el alma!
No hay aquí ruido ni sonrisa que perturbe mis pensamientos
Como el esclavo que con su fuerza rompe las ataduras
Y de nuevo siente en el corazón la vida apagada,
Así yo, liberado por un instante de los angustiosos sufrimientos,
Siento y entiendo la belleza y el encanto del silencio.
Con tintes filosóficos y espirituales es su “¿Qué hiciste a Atenas, Sócrates?”, donde reflexiona sobre los grandes hombres que han tenido varias tumbas o cuyos restos han sido trasladados, a veces incluso aunque sus existencias fueron polémicas, como en el caso de Colón, Camões, el citado Kosciuszko, Napoleón o su compatriota Mickiewicz. También es una meditación sobre la psicología humana y cómo las emociones hacia los grandes hombres cambian. Este poema parece ser premonitorio de su propia muerte y de su convicción de que los grandes hombres sobreviven a sus restos mortales, sin importar dónde estos reposen; fue, además, escrito en París.
¿Qué hiciste a Atenas, Sócrates,
Para que el pueblo te erigiera una estatua dorada
Después de haberte antes envenenado?...
¿Qué hiciste a Italia, Alighieri,
Para que el pueblo hipócrita dispusiera dos sepulturas para ti
Después de haberte antes desterrado?...
¿Qué hiciste a Europa, Colón,
Para que te cavaran tres tumbas en tres sitios
Después de haberte antes encadenado?...
[…]
Nada importa la urna en la que ahora descanses
¿Dónde? ¿Cuándo? ¿En qué sentido y con qué aspecto?
Aún pueden abrir tu tumba de nuevo
Y pregonar de otra forma tus virtudes.
Aquellos que no pudieron verte en persona
Se avergonzarán de las lágrimas derramadas
Y te verterán otras nuevas, elevadas a la segunda potencia.
A alguien como Tú el mundo no puede
Recibirlo sin más en un tranquilo lecho […].
Sobre la situación causada por el prosaísmo que conlleva la cuantificación de todo y el materialismo que ya empezaba a despuntar, Norwid escribió su muy interesante “A la muerte de la poesía”, un poema simbólico en el que describe la muerte de la poesía a causa del pragmatismo. Es asimismo una meditación sobre lo que podría perder el hombre con la pérdida del lirismo:
¡Ella murió! ¿Hay defunción más triste?
¿Cómo enterrar a tan bella persona?
Murió de una grave enfermedad
Que se llama dinero y cuadernos.
¿Te acuerdas de aquella jornada
En la que estuve pensativo junto a tu cama,
Y tenía una gran lágrima en el ojo porque quería saber
Si lo que se apaga es el espíritu o el cuerpo?
[…]
Ella murió (la Poesía), la grande,
La mediadora de las dos esferas irreconciliables,
Océano de lujuria y gotita de rocío,
Esa emperatriz, esa obrera
Única y común a la vez,
Relámpago y paloma…
Ya vienen a enterrarte, como a una artesana,
A cubrirte de arena.
Pero sin duda el poema que más refleja su heroicidad romántica es “Nuestra epopeya. 1848”, en el que vuelca su gran admiración hacia el personaje cervantino y, a la vez, lo convierte en un paradigma del ser humano como tal, que vive la aventura de estar inserto en una humanidad concreta y de ir, incansable, en pos de la verdad. Está lleno de detalles que reflejan la fruición por estas lecturas tan hispanas:
¡Oh, tú, Caballero, con cuyas aventuras aprendí a leer!
¡También mi canto será para ti!
Te veo alto, dando la espalda al sol
Que brilla dorado en un pesebre
Y, tras deslizar un rayo por tu coraza,
Juega con un estribo huérfano…
No puedo -lo confieso- referirme a tu rostro
Porque derramaste tu perfil sobre otros muchos.
¿Y el corazón? Puedo sentirlo; comparto tu recelo
Ante el heroísmo… ¡mi viejo amigo!
Comparto, digo, ese fervor y ese entusiasmo
Que en mí alimentaron tus historias.
Recuerdo que era niño, que con la cabeza apoyada entre las manos
Permanecía reclinado sobre una página a media luz
(Porque aún hoy puedo ver el tono del papel).
¡Oh! ¡Cuánto, cuánto suspiré
Con aquella lectura, con aquel libro, con la mera posibilidad de leerlo!
Y qué tristeza había a mi alrededor
Cuando la vela se iba apagando (¡una cosa tan barata!),
O cuando alguno de los adultos de pronto me llamaba;
O cuando veía que eran pocos los pliegos
Que me quedaban ¡y que se podía tocar el final con un alfiler!...
Porque te amaba y porque escribo la verdad,
Has de saber que los recuerdos que he vertido aquí
Los escribo y los canto como los he vivido;
Como soy iletrado, apenas peco con la creación.
[…]
Fueron tantos los caminos que recorrí
Con una lanza, desgajando ramas!
Solo tú, gran Don Quijote, sabes lo que es esto.
Y solo a ti puede emocionar este recuerdo,
Porque lo que es al populacho… le dará risa.
¡Este no vale más que las espuelas del hidalgo de La Mancha!
[…]
¡La verdad solo nos sirve a nosotros, Quijotes,
Que, luchando con dragones, venenos, balas, dardos…,
Buscamos la verdad, vamos tras ella.
Referencias bibliográficas:
- Libros y artículos:
Norwid, Cyprian Norwid: Über die Freiheit des Wortes. Gedichte und ein Poem. Aus del Polnischen von Peter Gehrisch. Leipziger Literaturverlag, 2012.
Potocki, Christophe: “Le Promethidion de Cyprian Norwid”. Communications, nº 78 (2005), 129-138. Fait partie d'un numéro thématique: L'idéal prométhéen. https://www.persee.fr/doc/comm_0588-8018_2005_num_78_1_2278
Presa González, Fernando: Poesía polaca del Romanticismo. Adam Mickiewicz, Juliusz Slowacki, Zygmunt Krasinski, Cyprian Kamil Norwid. Madrid: Cátedra. Letras Universales, 2014. Edición bilingüe polaco-español.
Presa González, Fernando: “Una aproximación al poeta polaco Cyprian Norwid en su bicentenario”, Instituto Polaco de Cultura Madrid (2021): https://instytutpolski.pl/madrid/2021/01/07/una-aproximacion-al-poeta-polaco-cyprian-k-norwid-en-su-bicentenario-por-fernando-presa-gonzalez-catedratico-de-filologia-eslava-de-la-ucm/
Presa González, Fernando: “El mesianismo polaco como respuesta al problema de la identidad nacional en la Polonia del siglo XIX”. Revista de Filología Románica, nº 19 (2002), 291-299.
- Páginas web:
Culture.pl: “Cyprian Norwid”: https://culture.pl/en/artist/cyprian-norwid
Cyprian Norwid, his art and his work: https://osuch.com/drawings/
Dibujos y diseños de Cyprian Norwid: https://polona.pl/items/?filters=creator:%22Norwid,_Cyprian_Kamil_(1821--1883)%22,public:0,hasTextContent:0 (Consultado el 17 de mayo de 2021).
Referencia biográfica (en polaco), con diseños y dibujos de Norwid: https://www.youtube.com/watch?v=KQb14qwn7lI