10/1/2023
Entrevista: La humanidad en conflicto
Paloma Román Marugán
Tenemos que ser optimistas frente a las posibilidades que el Estado y una política bien llevada tienen a la hora de canalizar los conflictos. 

Entrevista realizada por: Juan Pablo Martínez Martínez

Hablamos con la Dra. Paloma Román Marugán, antigua directora de la Escuela de Gobierno de la Universidad Complutense de Madrid, doctora en Ciencias Políticas, profesora titular y la primera coordinadora del grado de Ciencias Políticas, actual directora del título de formación permanente de la UCM que lleva por título: "Analista en conflictos y Construcción de Paz", acerca de la esencia y la articulación social del conflicto en la realidad humana.

1. ¿En qué estriba la esencia de todo conflicto humano?, ¿el conflicto es esencial o accidental para la esencia humana?

La reflexión sobre el conflicto se vuelve complicada si se intentan abordajes más profundos que traten de dar cuenta del ser humano y su condición. En todo caso, desde las aproximaciones que he realizado a este tema, creo que el conflicto en el ser humano es algo esencial y a la vez constituye algo accidental.

Me explico. Los conflictos aparecen porque tenemos intereses contrapuestos en la vida social. Esto es importante remarcarlo dado que los seres humanos contamos con una doble vertiente en la consideración de nuestro ser y nuestro obrar. Por un lado, no podemos vivir aislados. Nuestra constitución física nos lo impide. Pero, a la vez y, por otro lado, tampoco podemos vivir juntos si no adoptamos algunos criterios. En este sentido, no poder vivir aislados nos hace tener que vivir en colectividad, colectividad en la que aparecen casi de forma espontánea intereses contrapuestos.

Si analizamos de forma comparativa lo que ocurre en distintas sociedades,más allá de perspectivas etnocéntricas o autorreferenciales, encontramos en todas ellas una constante: los conflictos. Lo que realmente diferencia a estas sociedades es su forma de abordar y asumir el conflicto. Pero la generación del conflicto en cualquier sociedad se puede decir que casi está garantizada desde los resultados de los estudios que nos proporciona la antropología cultural.

En todo caso, el vivir en sociedad nos obliga a tener que compartir necesariamente. De ahí, de ese tener que compartir, surgen unos intereses contrapuestos. Dicho surgimiento se explica por una tendencia o capacidad humana ilimitada para crearse demandas y necesidades que entra en pugna con unos recursos cuya naturaleza es limitada. Ese choque entre esa capacidad y la naturaleza finita de los recursos está en la base del origen de todo conflicto. A este respecto nótese que no estoy hablando solo de recursos materiales, sino de recursos de todo tipo. De hecho, podemos consignar históricamente guerras que han tenido lugar no precisamente por cuestiones económicas, sino por cuestiones simbólicas (una bandera, por ejemplo) y que han generado verdaderos dramas colectivos.

Por eso, creo que sí que es esencial el conflicto en nuestra forma de ser, precisamente por nuestro modo de vida en colectividad. Pero también es accidental porque el conflicto siempre resulta algo eventual. Es decir, no todos padecemos los mismos conflictos y en la misma intensidad. Hay personas que pasan sobre los conflictos de una manera más superficial o no les afectan tanto y hay otras personas a los que sí les afectan más. Incluso nosotros mismos, dependiendo del momento en que nos encontremos, el conflicto se nos puede presentar como algo que nos genera gran preocupación o muy poca.

En este sentido, resulta necesario percatarse del carácter eventual del conflicto. En suma, de su carácter accidental, que está ligado al contexto, al momento determinado, al carácter de cada uno, a los sentimientos en juego,... Estos factores deben ser tomados en consideración.

En suma, el conflicto es esencial para la especie humana, pero también es eventual para las personas. No todos los individuos están sacudidos del mismo modo por los conflictos.

2. ¿ Son idénticos los conceptos de violencia y conflicto?

Aunque la violencia y el conflicto puedan ser conceptos bastante relacionados, no son lo mismo. No son conceptos sinónimos en ningún caso. De hecho, puede darse una violencia sin conflicto- lo que se ha dado en llamar violencia gratuita, sin motivación alguna. Y también puede darse conflicto sin violencia, esto es, conflictos con violencia latente que luego- también es verdad- pueden desembocar en una violencia de carácter abierta.

Así pues, podemos decir que el conflicto constituye una realidad que se sitúa en el centro del escenario. La violencia, por su parte, constituye una estrategia inadecuada que se encuentra en manos del conflicto y que a veces se utiliza y otras tantas veces no.

En todo caso, para explicar mejor el tema de la violencia, yo recurriría al concepto de violencia de Johan Galtung con el que estoy francamente de acuerdo. Éste diferencia entre la violencia física o abierta, la violencia estructural y la violencia cultural. En la violencia abierta su manifestación y significado resultan patentes. No precisa de más explicación. No obstante, debe notarse que detrás de la violencia física suele haber años de violencia estructural, es decir, de carencia de recursos básicos para mantener una existencia humana digna.  Por otra parte, a esa violencia estructural se puede añadir una violencia cultural consistente en situaciones de violencia latente (estructural) que acaban siendo sancionadas por la propia sociedad. Culturalmente, la sociedad las puede ver bien o hasta puede llegar a naturalizarlas.

Es así como si hacemos esta distinción del triángulo de Galtung entre la violencia abierta, la violencia estructural y la violencia cultural, podemos declarar positivamente que hay conflictos que no comparecen explícitamente con una violencia abierta o física, aunque sí pueda permanecer latente tras ellos una sensación de violencia estructural que o bien puede desembocar en una violencia física o bien puede llegar a erradicarse mediante la adopción de un tratamiento político adecuado.

3. ¿Todo conflicto humano requiere o precisa de un abordaje político?

En primer lugar, pienso que un conflicto hay que abordarlo -para no llegar a manifestaciones de violencia abierta- de una manera política, entendiendo la política como una empresa común. Me refiero con este concepto- el de la política como empresa común- al hecho de que sea la propia comunidad políticamente constituida la que aborde el problema. Es decir, muchos de los conflictos que uno puede padecer en su casa, vecindario o sociedad se solventan mejor si se tratan en colectividad.

A este respecto, apelo a una frase que hemos oído mucho en nuestro entorno familiar: cuatro ojos ven más que dos. Más allá de la anécdota, en los conflictos actuales, tanto presentes como pasados, nos encontramos en muchos casos con situaciones generadas por una mala o pésima comunicación. A este respecto, considero necesaria y apoyo la socialización del conflicto. En este sentido, considero que es mejor que las distintas personas de la sociedad con perspectivas más amplias puedan ayudar a solventar las situaciones conflictivas que se vayan planteando.

Por otro lado, también hay otra dimensión del abordaje político del conflicto. Esta dimensión comparece cuando las propias instituciones políticas son las encargadas de manejar el conflicto. Ésta sería otra dimensión del abordaje político, no coincidente con la que he señalado más arriba. La primera sería más general y más moralmente aceptable. Esta última, en cambio, sería más pragmática. Al final, resultan en cierto modo más efectivas las acciones políticas de resolución de conflictos respaldadas por estructuras consolidadas de tipo jerárquico (alcaldes, policía,..).    

4. ¿La política ha de usar la violencia como instrumento necesario para resolver el conflicto?

El tema de la violencia constituye un gran dilema para la política. Yo creo que este dilema se puede explicar atendiendo ahora a la política como una actividad que busca gestionar satisfactoriamente el conflicto.

Entendida así, la política plantea unas soluciones que debido a la naturaleza tensa del conflicto necesitan ser respetadas. A este respecto, tiene que haber una autoridad que dirima para encauzar los comportamientos arbitrarios de las personas que solo tienden a cumplir con lo establecido en la medida en que lo establecido responde a sus intereses. No me estoy refiriendo aquí a los jueces, sino a la política y su capacidad para establecer y efectuar soluciones que aplaquen el conflicto.

No obstante, el respeto a las soluciones políticas depende también de la educación y de la capacidad moral de las sociedades, en concreto, el respeto a los acuerdos adoptados con el fin de solucionar los conflictos bajo el entendimiento de que es mejor cualquier solución antes de que continúe el conflicto. Es decir, en cuanto los seres humanos aceptamos que no queremos seguir en la situación de conflicto, pasamos a comprender mejor el hecho de que necesitamos de una autoridad con recursos que pueda imponer la salida al conflicto.

¿De qué recursos estamos hablando? Del poder, en concreto, el poder de obligar. Aquí aparece el tema de la violencia, pero fundamentalmente a lo que me refiero con ello no es tanto al empleo de una violencia efectiva, sino a la amenaza de su uso. Esta amenaza del uso de la violencia constituye un gran recurso bajo el cual se pueden gobernar de forma efectiva las sociedades.

De todos modos, no quiero salvar con este planteamiento el escollo fundamental de la política y de la acción política, que, como ya podemos constatar, se mueve entre la necesidad de evitar la violencia y el hecho de tener que acudir a ella para erradicar o disuadir la traducción de los conflictos en violencia abierta.  

5. ¿En qué sentido las instituciones humanas ayudan a canalizar los conflictos de un modo humano?

Las instituciones del Estado están creadas para canalizar el conflicto. Por eso, necesitamos tanto la virtud de los políticos, dado que el político es aquel que se introduce en esas estructuras y toma las decisiones que ayudan a rebajar el conflicto. En este sentido, precisamos de políticos cuidadosos con una moral sólida que sepan que están ahí para ayudar a la sociedad y no para ayudarse a sí mismos. A este respecto, creo que las instituciones están ahí también para ayudar.

Es más, cuando les explico a mis alumnos cómo surge en el siglo XV el Estado, les hago ver que allí nace algo muy importante que no había antes y cuya ausencia podemos constatar en los países en los que se encuentra ausente el Estado o éste constituye una realidad débil, a saber: la aparición del ámbito de lo público. En el ámbito de lo público es donde los seres humanos nos podemos encontrar, incluso en un ejercicio crítico. Es así como el Estado fue y es un avance. De hecho, constituye una estructura efectiva del control del conflicto, con todas los inconvenientes que podamos vislumbrar en él- y que muchas veces tienen que ver no con la estructura misma, sino con el ejercicio de la libertad humana.

Es más,  creo que la creación del Estado como organización política supone un paso adelante. De hecho, la constatación de  la realidad fáctica de los llamados “Estados fallidos”- aquellos en los que en el ámbito de lo público no se puede garantizar una salvaguarda de los ciudadanos de la violencia en cualquiera de sus formas- nos hace percatarnos de la importancia y necesidad del Estado como estructura canalizadora del conflicto.  

No obstante, el Estado es ciertamente una organización política histórica. Nació en un momento determinado, se desarrolló y algún día desaparecerá. Habrá entonces que ensayar otras formas de organización política que se enfrenten a otros retos que la realidad, por otra parte, nos ofrece.  

6. ¿Es el Estado moderno el marco adecuado para resolver todos los conflictos que se plantean en el orden político-social?

En primer lugar, hay que tener en cuenta que el Estado como tal siempre ha estado en crisis. De hecho, es necesario recordar que se trata de una estructura que al poco de nacer llegó a degenerar en una dictadura con el surgimiento y desarrollo de las monarquías absolutas de sesgo y tintes arbitrario-autoritarios. Su crisis, por tanto, no está relacionada solo y exclusivamente con los tiempos actuales.

Pero a la vez el Estado moderno está demostrando su capacidad de supervivencia con todas las crisis que pasa y todos los fallos y las limitaciones que tiene. Por ejemplo, con el tema de la pandemia conviene apuntar que todas las soluciones han sido estatales o han venido de la mano del Estado (cierre de fronteras, movilidad, confinamientos, mascarillas,...) Es más, hubo decisiones que afectaron a la vida de los ciudadanos que fueron netamente estatales. Incluso la responsabilidad por la parte negativa de la pandemia fue enteramente estatal (la ausencia de mascarillas, reacciones tardías,...). De hecho,  a día de hoy , la lectura que hacemos de lo que pasó con la pandemia no puede sino ser mayoritariamente hecha en clave estatal. Y ello es así, aunque con la globalización las fronteras de los Estados se hayan vuelto muy difusas. No estamos ya ante un modelo westfaliano de sistema de estados. Pero en todo caso lo que podemos constatar es que ahí sigue el Estado.

La sensación que yo tengo a este respecto es que cuando emergen dificultades grandes para el orden social, lo primero que uno tiende a buscar a la hora de afrontarlas es al Estado. Por lo demás, creo que tenemos todavía una forma mentis muy estatalista, sobre todo, en Europa. En este sentido, es verdad que el Estado está en crisis, pero yo ahora mismo no vislumbro un modelo de recambio del Estado más allá de la propia adaptación del Estado a nuevas situaciones. Es así como no se puede dejar de señalar que tengo más confianza en que el Estado como estructura se reformule a que aparezca un nuevo modelo que venga a sustituirlo demostrando una mayor eficacia a día de hoy.

7. ¿La cultura y consecución del llamado Estado del Bienestar conduce o puede conducir a la resolución de todos los conflictos?

El Estado del Bienestar como tal es un mito. Entre otras cosas, porque cada uno entiende el bienestar de manera diferente.  De hecho, el concepto varía también de unos países a otros.  Es más, considero que se trata de un concepto elástico y etnocéntrico.

Evidentemente el Estado del Bienestar, a partir de 1945, cuando queda implantado por el constitucionalismo de posguerra, supone un gran avance en la reducción del conflicto social originado por la lucha de clases entre ricos y pobres. Cuando el Estado provee a las personas menesterosas de un servicio de salud, de educación y de políticas sociales, contribuye de una forma decisiva a la reducción de la tensión social. Ahora bien, la reduce, pero no la erradica.

Sin duda, el Estado del Bienestar es un estadio que cuando se consigue, favorece la rebaja del conflicto. Por lo tanto, aminora los conflictos o incluso los deja en latencia. Ello no elimina el hecho de que cuando se agudizan las tensiones,  dichos conflictos vuelven a ponerse sobre la mesa. Pensemos lo que supuso en España la crisis económica de 2008 con las terribles medidas de austeridad por parte de los Estados que trajo consigo. Así pues, el bienestar puede ayudar a reducir la tensión del conflicto, pero no lo va a hacer desaparecer. Eso es imposible.

Ahora bien, tenemos que ser optimistas en el sentido de que el Estado y una política bien llevada frenan el conflicto. Detienen, sobre todo, la escalada de la problematicidad asociada a la interacción social. Esto constituye una ventaja, debido a que, entre otras cosas, facilita la convivencia. Precisamente la convivencia es aquello que pretendemos salvar. De todos modos, resulta conveniente adoptar una perspectiva gradual en el ejercicio de nuestra esperanza a la vez que ser posibilistas y positivos ante las posibilidades del Estado para garantizar el orden social entre los seres humanos.

8. La paz perpetua para el orden social, de la que hablaba Kant, ¿es un ideal, una quimera o una posibilidad alcanzable para el ser humano?

La paz perpetua de Kant es un canto al optimismo que hay que agradecer. Pienso que, a pesar de que el panorama político- social sea en muchas ocasiones oscuro y difícil, tenemos que confiar en el ser humano. Lo que Kant plantea en su obra “La paz perpetua” empíricamente es irrealizable. Es más, resulta un sueño. Ahora bien, no se puede dejar de señalar que constituye un referente de algo que realmente necesitamos tener para orientarnos en todo lo que tiene ver con la consecución de un orden social pacífico y justo.

En este sentido, la paz perpetua tiene mucho valor, porque aunque el ser humano lleva consigo una condición defectuosa y bastante limitada, somos los que estamos aquí y en cierto modo estamos llamados a salvarnos como somos: en nuestras relaciones con nosotros mismos, los demás y el mundo que nos rodea. Es así como precisamos de esos referentes de optimismo, aunque la humanidad no sea en este momento la mejor posible.  

Por eso, creo que aunque la paz perpetua es empíricamente irrealizable, tiene un gran valor desde el punto de vista normativo. Marca un horizonte hacia el cual ha de tener la organización del orden social aunque su realización efectiva acabe constituyendo una suerte de ideal imposible o incluso una quimera.

9. Le planteo ahora el caso de un conflicto individual de orden social: en su obra Más allá de la culpa y de la expiación, Jean Améry, filósofo judío y superviviente de la Shoa, constató que la sociedad alemana de su tiempo, tras la experiencia traumática de los campos de concentración, precisaba dejar zanjado el conflicto acaecido precisamente para preservar la paz social. Frente a ello, Améry formuló la idea de que la víctima tiene un derecho al resentimiento. ¿Cree usted que la sociedad precisa dejar a un lado a las víctimas para reconstituirse o realmente tiene que escuchar y atender a las víctimas, incluso reconociendo su derecho al resentimiento, para solucionar los conflictos?

Quiero contestar a esta pregunta desde la perspectiva de la mediación política a la que también me dedico. Lo primero que quiero señalar es que las víctimas tienen que ser escuchadas. No se las puede suprimir ni pasar por encima de ellas. Pero las víctimas nunca pueden conducir la solución de un conflicto, porque, entre otras cosas, no lo van a hacer. Precisamente por su propio resentimiento al que, por otra parte, tienen derecho. Pero hay que recordar que el resentimiento no es la mejor herramienta para solucionar un conflicto.

Además, por la experiencia que yo tengo de los conflictos, resulta importante tomar en consideración la perspectiva de todas las víctimas. De hecho, a veces, hay relatos sobre víctimas que olvidan a otras víctimas. En este punto, tiene que desarrollarse una capacidad de gestión integral del conflicto que consiste en averiguar quiénes son todas las víctimas realmente. Debido a que a veces hay más víctimas de las que realmente aparecen en un principio y algunas que se hacen llamar víctimas no lo son. Es, por ello, que se precisa de un ejercicio de análisis serio y riguroso.

En todo caso, las víctimas no deben tener un papel preeminente en la solución de un conflicto. Es precisamente su derecho al resentimiento (que ha de ser reconocido) lo que les impide de alguna manera tener el horizonte despejado como para ver las cosas con claridad.

De hecho, hay una situación que se repite mucho en los procesos de paz con respecto a las víctimas. Tiene que ver con el tema del perdón. Precisamente la víctima por el propio ejercicio de su derecho a estar resentida no puede conducir un proceso de paz, pues si no concede el perdón, está de alguna manera atada al mal del victimario. Es más, cuando la víctima otorga el perdón queda liberada. Pero no hay que equivocarse. Tampoco una víctima que haya perdonado puede contribuir por sí sola a la pacificación.

En suma, a las víctimas hay que darles su papel. Hay que escucharlas. Hay que reconocerlas, que es lo más importante. Aún así, la gestión y la dirección de un proceso de pacificación tiene que venir de la mano de personas o de grupos más distanciados del problema.
Paloma Román Marugán
Politóloga
Directora de la Escuela de Gobierno de la Universidad Complutense de Madrid, doctora en Ciencias Políticas, profesora Titular y Directora del Departamento de Ciencia Política y de la Administración II, de la Universidad Complutense de Madrid.
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