Entrevista realizada por: Juan Pablo Martínez Martínez
Hablamos con el doctor Victor Pereira Sánchez, médico psiquiatra en Nueva York, profesor asistente clínico en New York University (NYU) Grossman School of Medicine e Instructor en NYU College of Arts & Sciences, así como profesor visitante en las School of Medicine and School of Public Health en Amoud University, Borama, Somaliland, además de fundador de la World Network of Psychiatric Trainees y el Global Mental Health Think Tank y antiguo becario de la Fundación Alicia Koplowitz, acerca del sentido antropológico de la enfermedad mental y su influencia y prevención en la vida humana.
1. ¿Qué debe entenderse por enfermedad psíquica?
De entrada hay que señalar que en medicina el criterio para establecer la diferencia entre salud y enfermedad es muy similar cuando hablamos de enfermedades físicas y/o de enfermedades mentales. Ahora bien, sabemos que el establecimiento de ese criterio ya a nivel meramente físico no es sencillo.
Para dar cuenta de la fijación de este criterio, consignemos un caso de enfermedad física que hoy en día es común en mucha gente: la hipertensión arterial. ¿Cómo se mide la hipertensión arterial? Se puede medir objetivamente mediante una cuantificación numérica. Pero esa cuantificación numérica es un instrumento creado por personas que se fundamenta también en una teoría articulada y ya elaborada. Y, en cierto sentido, su naturaleza es arbitraria, en el sentido de que ha sido establecida y determinada en función los consensos alcanzados por unas sociedades científicas, que además pueden revisarla o actualizarla tanto al alza como a la baja. Pero entonces ¿a qué obedece o responde esa cuantificación numérica? A la constatación de la evidencia de que a partir de su rebasamiento las personas pueden llegar a tener problemas que dificulten el desarrollo normal de su vida.
Es así como en la determinación de una enfermedad física hay un criterio de consenso, de expertos. Hay también un criterio teórico, fundamentado en una explicación basada a su vez en evidencias y observaciones. Y, por último,es necesario reseñar un criterio estadístico. Este criterio estadístico se traduce en una curva- una suerte de campana de Gauss-, que nos va a permitir decir en base a un límite cuantitativo- un criterio que nosotros ponemos- que la mayoría de personas que sobrepasen esa frontera estadística van a estar enfermas, aunque no todas ellas exterioricen la problemática propia o asociada a su enfermedad.
Con la fijación de lo que entendemos por una enfermedad mental pasa algo bastante parecido. La diferencia con las enfermedades físicas es que no contamos con ninguna herramienta objetiva. Aunque en rigor no se pueda hablar en la ciencia médica de herramientas realmente objetivas. En última instancia, todas ellas acaban basándose en interpretación,en teorías y parámetros impuestos por seres humanos. En todo caso, la determinación de lo que es o no enfermedad mental se basa en la observación y se fundamenta también en lo que se consideran las tres dimensiones de la salud mental. Se trata de tres dimensiones inmateriales del ser humano. Éstas son los pensamientos, las emociones y la conducta.
La conducta es lo más fácil de constatar, lo que rápidamente llama la atención. Pero a este respecto hay que tener en cuenta que la enfermedad mental comparece en lo que es cuando hay pensamientos, conductas o emociones, cualquiera de las tres o las tres en combinación, que, por un lado, se salen de lo que podríamos llamar la normalidad social y, por otro lado, producen sufrimiento (malestar, estrés,...) en la persona y dan lugar a disfunción en varios sentidos: disfunción familiar (la persona tiene dificultades para con la familia), disfunción laboral (la persona no es capaz de trabajar o rendir), o disfunción social (esa persona tiene problemas con otras personas).
Así pues, el consenso científico en psiquiatría a la hora de definir una enfermedad mental es el siguiente: un patrón de comportamientos, emociones o pensamientos que se salen del rango que se considera normal y están produciendo en la persona o bien disfunción- en los diversos sentidos antes reseñados- o bien malestar o bien ambas. Eso es lo que los psiquiatras consideramos como enfermedad mental.
A esta definición se debe añadir el hecho de que hay fenómenos que se consideraban enfermedades mentales que han dejado de tratarse como tales, por ejemplo, la homosexualidad. A este respecto se debe decir que en la determinación de lo que es una enfermedad mental, influye mucho la instancia o criterio de autoridad que se adopta: si le preguntas a un norteamericano te dirá que lo que es enfermedad mental viene reseñado suficientemente en el Diagnostic and Statistic Manual (DSM), elaborado por la American Psychiatric Association. Para ellos, sería algo así como la Biblia de la psiquiatría, dicho en un tono un tanto jocoso. Pero también hay otros manuales de referencia como la CIE (Clasificación Internacional de Enfermedades) de la Organización Mundial de la Salud (OMS). No hay que olvidar que estos son consensos, uno de la American Psychiatric Association, otro de la OMS, que tienen estos criterios para discriminar, en general, enfermedad mental de lo que no es y que acaban definiendo a las enfermedades mentales por consenso.
Ahora bien, si le preguntas a otros psiquiatras, quizá más formados en fenomenología o en una manera de pensar más europea, alemana o francesa, te dirán- y yo con ellos- que la enfermedad mental va mucho más allá de eso. Los criterios del DSM o el CIE son maneras humanas de poner nombres y etiquetar y que resultan útiles, pero la experiencia de la enfermedad mental las trasciende con mucho.
Todo ello nos hace caer en la cuenta de que los consensos adoptados a la hora de fijar lo que es o no es enfermedad mental han cambiado mucho. Y ello debido a que aparte de estar hechos por seres humanos, reflejan también los valores de su tiempo. De hecho, cuando hemos definido enfermedad mental, he señalado que ésta es un patrón de comportamientos, emociones y pensamientos. Aquí tendríamos que decir cómo definimos cada uno, lo cual genera mucho debate. Otra cosa es fijar en qué sentido o cuándo se puede decir que esos pensamientos, emociones o conductas se salen de la normalidad. Éste es otro debate. Y, por último, nos encontramos con el tema de cuándo producen disfuncionalidad o malestar.
Pero si ya solo nos centramos en la idea de normalidad, tendremos que preguntarnos a qué normalidad nos estamos refiriendo, ya sea esta estadística, moral o social. Aquí es donde precisamente han cambiado muchas cosas. Las primeras clasificaciones psiquiátricas del DSM en los años 50 y 60 estaban impregnadas del modelo psicoanalítico, que era predominante en la psiquiatría de EEUU de esa época. Dicho dominio se debió al exilio de muchos psiquiatras europeos durante la II Guerra Mundial hacia EEUU. En el enfoque psicoanalítico primaba mucho el tema de la sexualidad y, en concreto, el tema de la homesexualidad despertaba gran interés científico entre los psicoanalistas. En gran parte en ese contexto se clasificó como enfermedad mental. Ese diagnóstico fue eliminado post hoc en la segunda edición del DSM en 1973 y la homosexualidad como tal dejó de ser incluida como enfermedad mental a partir de la tercera edición. Ello fue fruto de mucho activismo por parte del colectivo homosexual e incluso de psiquiatras también homosexuales, que también propiciaron una revisión de la literatura científica sobre el tema en cuestión. A partir de ese momento, el establishment de psiquiatría consideró que no había criterios científicos para considerar la homosexualidad una enfermedad, basándose fundamentalmente en el criterio de normalidad (considerado demasiado moralizado o moralista en épocas anteriores) y en la ausencia de evidencias científicas.
Lo mismo está ocurriendo ahora con lo que hoy en día se llama la disforia de género, que tiene que ver con la transexualidad. Todos estos cambios reflejan transformaciones tanto en la epistemología que guía la construcción de la ciencia psiquiátrica como en la axiología- los valores- de las personas que ejercen dominio sobre el conjunto de preconcepciones que imperan sobre el orden social.
Al fin y al cabo, todas estas clasificaciones internacionales, que antes referíamos, se establecen por consenso. En ellas, la corriente dominante es la que al final se acaba imponiendo.
2. ¿En qué sentido el estudio de las enfermedades mentales nos puede ayudar a comprender elementos importantes de la existencia humana?
Para responder a esta pregunta, me gustaría comenzar diciendo que a mí me atrajo mucho la psiquiatría por dos razones. En primer lugar, siempre me he sentido muy seducido por la ciencia, la neurociencia en concreto. En segundo lugar, siempre me han interesado mucho las ciencias sociales y las humanidades, en concreto, la antropología.
En este sentido, me cautivó la psiquiatría, porque es una rama de la medicina que combina ambos enfoques y que toca en cierto modo lo más humano: lo inmaterial. Incluso yo diría que lo espiritual. Así como, por ejemplo, un oftalmólogo se encarga sólo del ojo, el psiquiatra se encarga de lo más humano, lo que más concierne a la persona: el sufrimiento más profundo que toca la existencia.
De hecho, cuando hablo de la enfermedad mental, señalo que es un sufrimiento. Es una enfermedad que no se ve y que en muchos casos ni siquiera se manifiesta a través de conductas. Pero las personas que han tenido experiencia de enfermedad mental, incluso si es transitoria (depresión, ansiedad,...) o que han visto a familiares cercanos padeciéndola, saben que el sufrimiento es más profundo. En este sentido, no es un dolor físico que viene o se va. El sufrimiento mental es a este respecto un dolor más humano, más existencial en el que uno no sólo experimenta un dolor físico fruto de una causa contingente, sino que puede llegar a experimentar en él lo que es la soledad, el abandono y la desesperación.
Así pues, por una parte, a mí la enfermedad mental me muestra que el ser humano trasciende la materia, que hay algo dentro de él, ese sufrimiento, en el que se muestra que el núcleo íntimo de lo que soy va más allá de los condicionantes de la materia. Y, por otra parte, nos está manifestando aspectos relativos al ejercicio del libre albedrío. Es cierto que la enfermedad mental grave se llegó a calificar como enajenación, como esa pérdida de libertad, por la cual esa persona ya no es sí misma. Estaría fuera de sí, de su razón. Y de hecho, hay casos en que el desorden mental llega a dominar, a hacer que la persona no sea consciente. Pero también vemos que hay muchos casos, con todos los sufrimientos y limitaciones que ello conlleva, en los que la libertad sigue ahí. Y se va a poder constatar que muchas personas, por mucho que estén sufriendo, como si estuvieran en una prisión o campo de concentración -como estuvo el psiquiatra Victor Frankl- siguen pudiendo tomar decisiones, esto es, siguen pudiendo decidir qué hacer y cómo comportarse. Es así como una persona deprimida o aquejada por cualquier clase de enfermedad mental puede llegar a mostrar lo mejor de sí mismo.
Otro aspecto que te enseña la enfermedad mental es precisamente el significado, sentido o valor de su opuesto: la salud, el bienestar y la felicidad, sobre todo, cuando una persona se recupera de su convalecencia. Ello también te muestra cómo no solo el sufrimiento sino también esa felicidad o gozo, fruto de la salud, tienen un carácter también inmaterial.
Otra cuestión que nos enseña la enfermedad mental es que el dualismo alma- cuerpo, mente-cerebro, en definitiva, el dualismo cartesiano no funciona cuando se trata de entender al ser humano. Eso lo vemos, por ejemplo, en la existencia de enfermedades físicas que producen enfermedades mentales y al revés. Por ejemplo, en una persona con enfermedad mental, muy deprimida o ansiosa, su sistema inmune se puede ver alterado y ser más susceptible de malestar. O lo observamos también en las personas que no han aprendido a expresar sus emociones con palabras, o bien porque no han desarrollado bien el lenguaje, como les pasa a los niños, o bien porque su cultura estigmatiza las enfermedades mentales, constituyéndolas como tabúes.
A este respecto recuerdo el caso de una señora a la que traté en el pasado que llevaba décadas con una afección de garganta muy molesta. Le hicieron toda clase de operaciones. Le vieron todo tipo de médicos. Pero nadie acertaba con la solución. Yo fui a hablar con ella y durante la sesión, ella evidenció que tenía muchos traumas que nunca había afrontado por no comentarlos. Y solo contarlos le liberó de la afección. Y no es que yo sea precisamente un curandero, sino que eso se ve. Yo mismo he contemplado personas con parálisis física, (y colegas también han visto personas ciegas y mudas) pero a causa de su mente y he visto cómo esas personas se recuperan con tratamiento psiquiátrico. Todas estas experiencias impiden, a mi juicio, una concepción dualista del ser humano.
Y lo último hacia lo que creo que apunta la enfermedad mental es que muestra que el ser humano no es un individuo aislado. Es un animal social y familiar, por así decirlo. Ya el hecho de diagnosticar la enfermedad mental implica un cierto juicio social. Significa que esa persona no es capaz de desarrollarse bien a un nivel social. Y a la vez, los influjos sociales tienen un efecto psicológico muy grande, por ejemplo, el trauma, la soledad,... Todos ellos ejercen un daño sobre la persona. En este sentido, para entender correctamente la psiquiatría, tienes que entender a la persona como un ser social. Sin dicha consideración, no se puede entender ninguna enfermedad mental. Incluso la esquizofrenia sin un contexto social como tal no se entendería, pues dicha persona sin sociedad, mientras se alimentara, sería una persona sana por lo demás. Pero el problema de la persona afecta de esquizofrenia es su comportamiento disfuncional. Y dicho comportamiento es disfuncional, porque existe una sociedad. En este sentido, la psiquiatría se basa en considerar a la persona como un ser social.
3. ¿Cuándo podemos hablar de salud mental en una persona?
Oficialmente, siguiendo a la OMS, te diría que la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y espiritual y no sólo sería la ausencia de enfermedad. Dicha definición ha sido muy contestada, entre otras cosas, porque nadie cuenta con un estado de completo bienestar o al menos no todo el tiempo. Se podría matizar esta definición diciendo que una persona sana es aquella que es capaz de funcionar con autonomía y alcanzar con ello su potencial, lo cual tiene cierta parte de verdad.
Si vamos al DSM se puede decir que la salud mental consiste en el hecho de estar libre de un malestar significativo y de no ser disfuncional en las dimensiones antes descritas.
Este planteamiento asume que todas las personas vamos a tener aflicciones psicológicas. Todos las tenemos todos los días. Nuestras emociones cambian. A veces podemos actuar de una manera irracional. A veces podemos tener o se nos pueden cruzar pensamientos bastante negativos o bien de hacernos daño a nosotros mismos o bien de hacerle daño a alguien. Pero digamos que, desde y con este planteamiento, hay salud mental cuando todo esto nos deja vivir y nos deja continuar con lo que queremos hacer, esto es, no nos mantiene esclavizados. Ahí se puede decir que hay buena salud mental.
Incluso si una persona diagnosticada con ansiedad -u otra aflicción- a niveles clínicos es capaz de controlar con tratamiento y recursos propios ese problema, manteniéndolo en segundo o tercer plano, se puede decir que está sano mentalmente.
4. ¿El bienestar psicológico es una perfección o una carencia?
Yo creo que el bienestar psicológico no es ni una perfección ni una carencia. Es, más bien, y en parte, un privilegio que se puede trabajar por él, pero que muchas veces se tiene por suerte o porque simplemente las cosas nos van bien. En todo caso, es algo que resulta bueno tenerlo, contar con ello, pero queno hay que absolutizar ni para bien ni para mal.
Y no se debe absolutizar en varios sentidos. En primer lugar, el tenerlo o no tenerlo no significa nada ni bueno ni malo en sí mismo. Por otra parte, no es algo dicotómico, que o tienes o no tienes. Es, más bien, dimensional. El bienestar es un espectro: uno puede estar bien en algunos aspectos y mal en otros por la presencia de incertidumbres muy grandes. Y esto le pasa a muchas personas. En este sentido, el bienestar no quiere decir que todo me vaya bien, que no tenga ninguna incertidumbre, que esté todo claro, sino que es más el hecho de que las dificultades que tengo, las incertidumbres que me acompañan, no me esclavicen y yo pueda seguir haciendo no necesariamente lo que pudiera hacer, porque hay cosas que efectivamente no pueden hacerse. Es por ello que el bienestar no tiene tanto que ver con el hecho de que pueda hacer todo lo que quiera, sino con realizarme de acuerdo con mis valores y circunstancias siendo capaz de adaptarme a éstas últimas o bien superándolas o bien recanalizándolas.
También existe una percepción errónea del bienestar que lo concibe bajo la modalidad del control, de tal modo que el malestar psicológico se entendería como una falta de control. Algunas personas pueden pensar que si no controlan algo no puede haber bienestar psicológico. Esto constituye un error, porque en esta vida no podemos controlar la mayor parte de las cosas que nos pasan. De hecho, el bienestar mental consiste en tomar control gustosamente y efectivamente de lo que uno puede tomar control y adaptarse y amoldarse a las circunstancias que uno no puede controlar.
En este sentido, el sufrimiento, proveniente del hecho de no poder controlar todo lo que acontece, ayuda en algo a la constitución de una personalidad sana y madura. Aún así, es cierto que los que ejercemos la práctica psiquiátrica no queremos, por un lado, que la gente sufra traumas y sabemos, por otro lado, que a ciertas personas, por la concurrencia de determinados factores (biológicos, psicológicos,...), ciertos de esos traumas las pueden destruir. Pero también es cierto que podemos advertir que hay ciertas personas que pueden salir fortalecidas de semejantes situaciones y en cierto modo, se las puede ayudar a desarrollar resiliencia de modo que se conviertan en una ayuda para sí mismas, pero, sobre todo, para los otros.
Por su parte, hay individuos que van a ser muy afortunados y que no van a tener grandes problemas en su vida. No obstante, esas personas también pueden aprender con el sufrimiento ajeno, desarrollando empatía. Y creo que esa empatía les puede ayudar a madurar. Pero también les puede ayudar asimilar las propias dificultades que se les presentan, aunque sean pequeñas. Todo ello les va a ayudar a crecer como personas.
En todo caso, no hace falta haber sufrido un trauma para poder madurar más. Lo que hace falta es que la persona aprenda a afrontar cualquier clase de sufrimiento, sea pequeño o grande.
5. ¿Habría modalidades de desarrollo psicológico en el ser humano no estrictamente conmensurables con un concepto de salud entendido en términos de autorreferencialidad? Esto es, ¿se puede hablar en la psicología humana de formas de crecimiento que no tiendan necesariamente al conatus essendi, esto es, a la perseverancia en el propio ser?
El ámbito del bienestar, del wellness, es, en la actualidad, muy amplio. Es más, constituye toda una industria. Una industria en la que hay mucho interés comercial, porque se está haciendo mucho dinero con ella (gimnasios, productos nutricionales, libros de autoayuda,...) En este sentido, se está creando hoy toda una cultura en la que uno tiene que estar bien y sentirse bien. De hecho, para uno sentirse a sí mismo hoy, no tiene que llegar a experimentar o evidenciar ninguna clase de molestia.
A este respecto me parece que este concepto de wellness está volviendo a las personas más individualistas. Dicha tendencia se puede constatar en muchas corrientes psicológicas que no sin buena intención postulan la idea de que tienes que ser muy independiente, que no te afecte lo que digan los demás,... Dichas orientaciones pueden ser adecuadas para personas que tienden a dejarse arrastrar por dependencias emocionales dañinas, pero si se unilateralizan, pueden llegar a ser muy negativas, como sucede con la moda de bloquear indiscriminadamente a las personas llamadas tóxicas - por no servir éstas a los fines de mi autorreferencialidad- o de no afrontar situaciones que supongan un reto para uno mismo.
Dicha tendencia, propiciada y alentada por estas corrientes psicológicas de corte más individualista, nos lleva a pensar que para estar bien, para tener este wellness, todo nos tiene que ir bien, todo nos tiene que apetecer, en suma, todo nos tiene que gustar todo el tiempo. Este planteamiento nos vuelve más individualistas y no nos enseña que hay muchas circunstancias en la vida que o no se pueden cambiar o que no vale la pena cambiarlas todo el tiempo.
En todo caso, lo que tenemos que hacer es crecer. De hecho, hay muchas oportunidades y circunstancias para crecer y mirar a los demás. Y así como en muchos casos constatamos que lo que constituye a la enfermedad mental en cuanto tal es su carácter aislante, también podemos ver que en la recuperación de la persona de dicha enfermedad influye de una manera decisiva tanto su apertura a los demás como la capacidad de los demás, de su entorno, para abrirse a ella.
Es por ello, que la salida de la enfermedad mental en muchos casos tiene que ver con la integración de la persona en su familia, en la sociedad. Tenemos que ver, en este sentido, que el bienestar y nuestro bienestar mental está ligado con esa integración con el entorno, las circunstancias y las personas que nos rodean.
En estas consideraciones, hay que evitar los extremos: tanto el extremo de las personas que solo piensan en los demás y no en sí mismas como el extremo de pensar solo y exclusivamente en uno mismo. Ambas tendencias, en su expresión radical, aíslan. Son formas de expresión de un individualismo proyectado en dos modalidades distintas.
En este sentido, el equilibrio es siempre importante. A este respecto creo que ayuda a la salud mental el hecho de cuidarse uno básicamente, pero sin desarrollar una preocupación exagerada acerca del propio cuidado, porque en el fondo puedo descansar en el cuidado que otros ejercen o pueden ejercer sobre mí. Por eso, en la armonía social, pero sobre todo familiar, es donde uno puede alcanzar más bienestar. En familia llegas a hacer la experiencia de que tienes la espalda cubierta. La expresión inglesa (I got your back) recoge bien el sentido de lo que estoy apuntando.
6. En la práctica clínica, ¿cuál ha de ser la disposición o actitud que el médico ha de adquirir a la hora de afrontar la realidad tanto de la enfermedad como del enfermo en sí?
El método de la psiquiatría para abordar tanto la realidad de la enfermedad como del enfermo es un método analítico-deductivo. Todo psiquiatra se basa en una teoría, en una suerte de marco teórico bajo el cual y con el cual poder dar cuenta de la enfermedad del modo más efectivo posible. En algunos casos, hay algunos psiquiatras que se basan más en un marco psicoanalítico, esto es, entender a la persona desde el subconsciente, la sexualidad,... Hay otros psiquiatras que se encuadran más en el modelo cognitivo-conductual, esto es, están atentos a cuáles son las emociones, los pensamientos y las conductas y los mecanismos que las unen con una metodología más ecléctica. Hay otros que adoptan un marco más sistemático destinado a establecer diagnósticos destinados a determinar los síntomas, su normalidad,...
En todo caso, todo psiquiatra parte de un cierto marco teórico (o de la mezcla de varios) y de ahí con una metodología inductiva busca evidencias, recolectando síntomas, tanto los que evidencia el propio paciente como su entorno familiar, así como la intensidad, frecuencia y circunstancias en las que se manifiestan dichos síntomas. Labor del psiquiatra es entonces encajar esas evidencias inductivas con el marco teórico deductivo del que parte. Eso es lo que hacemos en mayor o menor medida los psiquiatras.
Ciertamente existen modelos más integrativos o integrales, pero finalmente lo que hacemos es la tarea descrita anteriormente. También intentamos ver a la persona en un conjunto, en sus manifestaciones sociales, psicológicas,... Pero realmente la decisión que el psiquiatra ha de tomar al final de la consulta- y nótese que son consultas muy limitadas en el tiempo- no es una formulación filosófica acerca de su condición personal, sino el curso de tratamiento que se ha de emprender para curar a la persona que tiene delante. Y para eso, aunque tenga una comprensión más global de la persona, necesita meter a la persona en una suerte de cajón, en el que, por otra parte, se contiene un listado de soluciones muy limitado. Y aunque haya muchas combinaciones de soluciones, al final el psiquiatra requiere que haya o tenga lugar una acción concentrada o quirúrgica que dé respuesta al problema determinado que aqueja al paciente.
En este sentido, el médico es en parte un artista y en parte un técnico, porque a la vez de ser científico, tiene que al final aportar una solución que sea además la que más ayude a la persona en sus circunstancias concretas. Esto podría verse como una limitación de la acción médica del psiquiatra, sobre todo, si el médico para su consideración ahí. Pero, en cierto modo resulta una necesidad. Porque aunque el médico trate algo tan complejo y delicado como es el ser humano, se trata de un especialista que tiene que poner una solución con recursos limitados, además de que la persona espera resultados.
A este respecto y para favorecer una mejor comprensión de la labor del médico psiquiatra, aunque un zapatero puede tener su idea de cómo un pie debería ser calzado y los tipos de zapatos que hay, al final tiene que poner un zapato. Lo mismo pasa con el médico: tiene que poner soluciones. A la vez, tiene que tener una idea muy integrativa de la persona tanto para afinar bien con las soluciones como para seguir el caso. Muchas veces, hay casos en los que uno pone un tratamiento y éste resulta efectivo. Pero en otras ocasiones y sobre todo, con enfermedades mentales que son crónicas, hay que dar un seguimiento durante años que consistirá en al principio dar una pequeña solución para después atender a otros factores para favorecer una mejor atención al caso en cuestión. A lo mejor, en un primer momento, con un paciente, compensa atender debidamente al estado de ánimo, de desesperación o ansiedad tan grandes, mediante el uso de medicación, pero en las siguientes consultas a lo mejor habrá que mirar otras cuestiones: el modo en que la persona afronta sus frustraciones, o los eventos que tienen que ver con tu familia, trabajo,...
También el médico-psiquiatra ha de mantener una perspectiva muy longitudinal. No se trata de afrontar todo de entrada, sino que poco a poco se van resolviendo los problemas y se va conociendo mejor a la persona. Al final, en una consulta- de media o una hora- puedes hacerte una idea muy limitada de la persona. De hecho, aunque un psiquiatra pueda llegar a conocer mucho de un paciente y dicho paciente le cuente toda su vida en esa sesión, al final no llega a conocer realmente a la persona. Y ello debido a que falta un componente experiencial y relacional en el sentido de que hace falta más tiempo. Hace falta ver a la persona que se trata en otras circunstancias, irla conociendo en el tiempo,...
7. ¿Debe ser el fin de la psiquiatría la erradicación de toda clase de enfermedad mental?
En medicina hablamos de erradicación de las enfermedades. Esta proposición no resulta una quimera. De hecho, hay enfermedades infecciosas que hemos logrado erradicar, como la viruela en los años 70 o la polio que está muy cerca de ser erradicada. Esto es, existen enfermedades que se pueden erradicar. Pero también sabemos de otras que no. De hecho, se pueden prevenir hasta cierto punto, pero todo el mundo que se vea aquejado por ellas acabará tarde o temprano muriendo.
En cuanto a la enfermedad mental, nos gustaría a los psiquiatras prevenirlas. El problema es que no sabemos muy bien cómo prevenirlas. Por eso, hasta ahora no se ha hecho mucha labor de prevención de enfermedades mentales. Es más, sabemos prevenir con más o menos eficacia el coronavirus u otras enfermedades infecciosas, incluso el cáncer,… pero en cuanto a la enfermedad mental, sabemos muy poco de prevención.
No obstante, en las enfermedades mentales, lo que queremos prevenir o tratar, por así decirlo, es el afrontamiento de aquellos síntomas de las mismas (tristeza, nerviosismo, ansiedad, miedo, estado de excitación,...) que todo el mundo de una u otra manera ha experimentado en su vida. Los psiquiatras no podemos ni queremos evitar que la gente experimente esas emociones. No queremos evitar que la gente haga experiencia de la tristeza,que la gente no viva con miedo,... porque hay muchas veces en que las personas tienen que experimentar eso. Si no las vivenciaran, no se podría calificar su actitud como normal.
Lo que nos gustaría a los psiquiatras es que la gente sea capaz de experimentar esas emociones, pensamientos o actitudes sin producir un sufrimiento que acabe desarticulando a la persona en cuanto tal. Esto no quiere decir que no queramos que nadie sufra emocionalmente cuando a una persona le toca sufrir, pues en cierto modo el sufrimiento forma parte de la experiencia vital. Sobre todo, si consideramos que se trata de un sufrimiento que puede propiciar una oportunidad de crecimiento.
En este sentido, por ejemplo, no queremos evitar que una persona tenga un duelo y se ponga muy triste cuando su esposa o esposo fallecen. Lo que nos gustaría es que esa persona no quede deshabilitada durante años por culpa de ese duelo. En suma, no queremos destrozar las emociones y el sufrimiento que forma parte de la vida, sino que queremos que las personas puedan seguir adelante o darle un sentido y crecer en medio de ese sufrimiento.