1/9/2022
Entrevista: ¿Cómo humanizar la sexualidad en el mundo de hoy?
Juan José Pérez Soba
Fuera de una polaridad, no hay manera de identidad posible. Sólo en la aceptación de lo diferente el hombre se encuentra a sí mismo.

Entrevista realizada por: Juan Pablo Martínez Martínez

Véase también la entrevista realizada a Francisco Javier de la Torre Díaz: https://www.hapax.ac/post/entrevista-como-humanizar-la-sexualidad-en-el-mundo-de-hoy

Hablamos con el Doctor Juan José Pérez Soba, profesor del Pontificio Instituto Juan Pablo II para los Estudios de Matrimono y Familia en Roma, acerca de la humanización del ejercicio de la sexualidad y su vivencia en un contexto de complejidad y vulnerabilidad.

  1. ¿Cuál es el diagnóstico que hoy se podría realizar acerca de la vivencia o vivencias de la sexualidad en la sociedad actual?

El problema actual de la sexualidad es que se ha banalizado. Ha perdido valor. Se la concibe fundamentalmente como un objeto de uso dentro de un ámbito cultural que está centrado en el consumo.  Nótese que ese ámbito cultural ha venido claramente determinado por la revolución sexual de los años 60 a la cual se asoció la aparición de la sociedad de consumo. Ello contribuyó a la valoración de la sexualidad como objeto de consumo. 

El hecho de que hoy se pueda consumir sexualidad- aunque siempre haya existido comercio sobre ella- hace que su valor se ponga en relación con el precio. Se acaba así comparando su realidad con otras realidades y al final esto acaba haciendo que pierda su valor intrínseco. Esa banalización operada sobre el fenómeno de la sexualidad hace que las personas, por un lado, experimenten algo grande, pero, por otra parte, tengan dificultades reales para vivirlo, dado que cuesta mucho comunicar ese valor al estar tan puesto en cuestión.

Este ambiente genera una situación social y cultural en la que ahora mismo se encuentra sexo por todas partes lo cual hace difícil encontrar el valor no solo del sexo sino también de la sexualidad en cuanto tal. A este respecto la sexualidad está unida a una realidad humana que no tiene precio. Solo en la medida en que eso se asume, se puede encontrar el sentido de la sexualidad. Ésta no es sino una dimensión del hombre y no simplemente algo que pueda usar según su libre disposición. 

Por eso, es necesario enfatizar que el problema de la sexualidad estriba en que es una dimensión humana. En cambio, hoy vemos que, desde la cultura, el modo de entender la sexualidad se centra en el fenómeno de la excitación sexual y su producción. Esto ya constituye una deformación grande que hace violencia a la persona. De hecho, la persona vive la sexualidad de modo más natural cuando ésta hace referencia a una relación, a una plenitud de sentido, más allá o con independencia de la mera excitación. Pero la insistencia cultural en el tema de la excitación sexual hace que a las personas les cueste articular e integrar este fenómeno-el de la sexualidad- en algo más grande. Esto provoca que la sexualidad sea vivida por parte de las personas como un fenómeno complejo y altamente problemático. 

Ese reduccionismo cultural se enmarca dentro de un contexto de tolerancia, según el cual la fomentación -e incluso comercio- de la excitación sexual pasa a ser visto como algo bueno para la sociedad, lo que a su vez se acaba traduciendo-paradójicamente- en un desprecio de la sexualidad como algo humanamente valioso.      

  1. ¿Cuáles serían las claves humanas para acoger y vivir la complejidad en la que se desenvuelven las relaciones sexuales hoy?

Hay una clave principal, a partir de la cual se derivan las demás. Y ésta no consiste sino en descubrir el significado del amor sexuado. A este respecto tiene sentido traer a colación la siguiente frase o pregunta: ¿Por qué hablas de amor cuando lo que quieres es sexo? En este sentido, amor y sexo no son la misma cosa.

 

Por su parte, la unión entre ambos, aunque no ha llegado hoy a romperse totalmente, sí se suele romper de manera práctica.  Ello se revela en el hecho de que mucha gente no sabe relacionar amor y sexo en nuestro contexto actual.  Y por eso, después de una vida sexual que ya no satisface, muchos afirman que se ha acabado el amor. En este sentido,  resulta hoy necesario incidir en el hecho de que la sexualidad- que no el sexo- tiene que ver con el amor, con un amor que se expresa corporalmente. Esta es la cuestión fundamental. 

De ello se deriva que existe una verdad: la verdad del amor. Ya señalaba San Agustín que había conocido a muchos hombres que engañaban, pero no había conocido a ninguno que quisiera ser engañado. Si esto es así, es porque en el fondo incluso los hombres que engañan, al no querer ser engañados, aman de algún modo la verdad. Respecto del amor, esto resulta aún más cierto. Nadie quiere ser engañado en el amor, porque todo ser humano tiene una necesidad profunda de ser amado. Esto indica que existe una verdad del amor. Esta verdad del amor tiene que ver a su vez con una verdad del cuerpo.

Esto último resulta en nuestros días difícil de asumir. Cuando Juan Pablo II hablaba de Teología del cuerpo, hacia lo que apuntaba es a la rectificación de un prejuicio, calificado por el Papa Francisco como neognóstico, consistente en una especie de  espiritualización del amor en la cual el cuerpo no tiene ya nada que decir. El cuerpo simplemente se usa. No hay un lenguaje del cuerpo que se incluya necesariamente en el amor. 

La existencia de la verdad del amor exige una integración corporal. Pero ¿cómo puede ser verdadero algo corporal? En la medida en que el cuerpo significa algo más grande que sí mismo. A este respecto, hemos de tener en cuenta que aunque con el cuerpo se pueden realizar actos falsos, un acto sexual matrimonial y un acto sexual con una prostituta no son actos semejantes ni expresan mucho menos lo mismo. En este sentido, saber ver de qué manera la corporeidad expresa a la persona dentro de la acción y de qué modo ésta va a ser capaz de canalizar un amor verdaderamente humano constituye la tarea necesaria que hay que realizar. 

Con respecto a la corporalidad, ésta tiene significados distintos en virtud de la sexualidad. Por su parte, la sexualidad, en su variedad de significados, incluye relaciones diversas. Ya dentro de la sexualidad, podemos resaltar una relación básica y primera, que es la que aprendemos en primera instancia: la filiación. La filiación es un modo de relación sexual, porque está mediada precisamente por la sexualidad.  Esta última resalta aún mas al tratar el tema del incesto, que no resulta ser sino una conculcación del fenómeno de la sexualidad en su significado filial. Incluso el tema de los abusos, que se está planteando hoy en día, más allá de su tratamiento jurídico, tiene una fundamentación netamente antropológica que no consiste sino en no entender, dentro de una confusión sexual, lo que significa esa relación del incesto - que culturalmente no está rechazado por la banalidad en la que hoy se desenvuelve el fenómeno de la sexualidad.

Todo ello significa que el amor sexual indica distintas relaciones que conforman lo que es la familia, entre ellas, la relación paterno-filial y la relación hombre-mujer. Éstas son relaciones distintas, aunque el lenguaje del cuerpo incluya a ambas. En todo caso, en todas ellas hay un significado sexual que está incluido. Y por eso, esa realidad de un amor corporal que envuelve todo un sistema relacional es una de las claves necesarias, sino la más importante, para que una persona pueda percibir de verdad cuál es esa verdad del amor sexual. La ignorancia sobre ella lleva fundamentalmente a reducirlo al mero uso o al mero placer, dado que no se percibe la racionalidad que el cuerpo incluye y  que es en el fondo diversa. 

Es por ello que creo que este modo de plantear la verdad del amor sexual, corporal y relacional es preciso ahora mismo y necesariamente tiene que pasar por una formación afectivo- sexual.  Formación afectivo-sexual indica cómo esas realidades relacionales se insertan en el orden mediante la educación de los afectos. 

No obstante, debemos  notar que sobre esa educación o formación ha ejercido un gran influjo una tradición racionalista muy fuerte que, hasta los años 60 del siglo XX,  consideraba a los afectos como algo esencialmente privado, no comunicativo, y por consiguiente, sin relevancia social alguna. En todo caso, hoy en día ocurre casi lo contrario. Precisamente a partir de una emotivización creciente de la sociedad con la llegada de los años 60 acompañada por la enorme popularidad adquirida del libro de Goleman titulado “Inteligencia Emocional”, hablar de afectos hoy resulta crucial. Pero los jóvenes no reciben ninguna formación prácticamente en eso. Incluso en la formación que hoy deriva de la ideología de género, el género no incluye o no sabe incluir los afectos como significados, sino como una verdad propia consistente una pura expresión emotiva. Esta consideración de los afectos no produce una formación en sí y sigue adoleciendo de lo que Bauman señalaba en su obra “La sociedad líquida”, a saber: un analfabetismo afectivo muy grande. 

Por ello, sobre los afectos en su dimensión sexual sigue siendo decisiva y necesaria una educación que permita integrarlos en su dimensión corporal y relacional. 

  1. En la actualidad la búsqueda de la propia identidad sexual parece estar marcada por una vulnerabilidad radical, una problematicidad que si bien en otros tiempos se ha mantenido latente, ahora se ha puesto de manifiesto de un modo abierto. ¿Es ello el signo de que resulta necesaria una visión más amplia e integradora del fenómeno de la sexualidad con el fin de que la persona llegue a comparecer en ella?, ¿en qué términos debería entenderse esta visión?

Hay una realidad primera que tiene que ver con el tema de la acción sexual. Ésta remite a su vez a la identidad propia. Para aclarar esta cuestión de la identidad, me voy a servir de la distinción que hace Ricoeur entre idem e ipse. Idem tiene que ver con una concepción de la identidad que se refiere a uno mismo. El otro término, la ipseidad, se abre necesariamente a una relacionalidad y sobre todo, como el mismo Ricoeur ha manifestado, a una narratividad. Esto quiere decir que la identidad del hombre en cuanto idem está dada, pero,  en cuanto ipseidad, requiere ser realizada y, en consecuencia, precisa de una historia. En este sentido, toda identidad humana necesita de historia. Teológicamente esta idea está aún más reforzada, porque en el fondo la identidad -tomada en este sentido- se refiere a la vocación. Una vocación que uno no conoce inicialmente y de la que existe un elemento primero incoado, pero que necesariamente tiene que penetrar en la propia vida. 

Con respecto al tema de la identidad sexual, no podemos sino decir- a la luz de las consideraciones precedentes- que el sexo como tal está unido a una identidad. Por lo tanto, tiene un valor personal. No se puede medir ésta con elementos que no incluyan las características propias de la persona para poder tener y realizar su identidad. En este sentido, tener una relación sexual con una persona como hecho meramente físico no cuenta con ni incluye identidad alguna. Por lo tanto, no se puede medir la identidad sexual por una capacidad de hacer determinados actos sexuales. 

Esto plantea necesariamente la pregunta acerca de cómo se genera esa identidad que en el hombre supone una relación personal y a la vez un modo en que el hombre se reconoce a sí mismo, identificándose consigo mismo y conlas otras cosas. Ese fenómeno de la identificación, que tiene su origen en  un fenómeno afectivo, se puede observar ya en los niños. Si vemos cómo un niño responde ante un espejo, su reacción es totalmente diferente a la de cualquier animal. El animal ve algo en el espejo, pero no se reconoce a sí mismo. Por eso,  o reacciona violentamente o con sorpresa. El niño, en cambio, se reconoce a sí mismo y juega, porque se identifica.

Y esa identidad indica que existe una identidad primera que el hombre tiene y cuyo carácter no puede ser sino filial. Es más, el niño comienza a identificarse por el amor a sus padres. Esto tiene como correlato un fenómeno afectivo claro que es el apego, por el cual el reconocimiento de sus padres abre al niño a un proceso de identificación (mediado por la atribución de roles sexuales, la educación,...) hacia un mundo más grande que está aún por realizar. Así pues, el niño cuenta con una primera identidad humana de carácter filial, identidad consistente en su relación de ser hijo. Relación que tiene que fortalecerse. De hecho,  en la medida en que asuma su propia filiación, el niño puede encontrar realmente otro sitio en la construcción de la identidad. No obstante, no debe olvidarse que pueden darse ya en esta etapa fenómenos de gran vulnerabilidad como, por ejemplo, la existencia de hijos no queridos. Es evidente que un niño no querido tarda más en hablar, porque no recibe el impacto o respaldo suficiente para establecer un sistema de comunicación. En este sentido, todas las dificultades de una “paternidad herida” suponen para el niño unas dificultades de identidad muy graves. Esto es algo que resulta especialmente relevante en todos los fenómenos de adopción. En la adopción, existe una “paternidad herida” que solo en una “paternidad añadida” puede ser curada, pero sin poder ser ignorada. 

A este respecto, hay que señalar que toda identidad humana es vulnerable. La vulnerabilidad se da sobre todo a nivel afectivo. El cuerpo es vulnerable, porque la corporeidad se abre a los sentidos y, por tanto, al sufrimiento y el dolor, que tienen en el afecto un significado particular. Por consiguiente, la identidad humana es histórica y dramática, porque pasa necesariamente por experiencias de dolor y de saber aprender a integrarse. Por eso, la identidad como algo ya dado que constantemente se mantiene no tiene sentido ni es humana. Esto sirve para explicar el idem. Pero el idem no es lo mismo que la personalidad. 

Que el idem no sea la persona tiene una especial importancia en la sexualidad, porque implica la consideración de si sus significados relacionales- los de la sexualidad-, que se sustentan en el sentido de la diferencia, se integran o no. Dentro de las relaciones humanas, la relación con el diferente es especialmente importante para identificarse. Lo contrario de esa identificación es lo que se llama narcisismo. Querer identificarme sin relación y sin diferencia solo ocurre en el amor narcisista. Como tal, este amor siempre resulta destructivo. 

Es, por ello, que hay un sistema referencial en la sexualidad que indica que ésta, ya como fenómeno biológico, es directamente relacional (binomio sexual masculino-femenino). Relacional significa que lo masculino y femenino no constituyen construcciones artificiales, sino que resultan ser datos naturales, esto es, que están dados de manera natural. Puede argüirse la idea de que existen caracoles hemafroditas, pero son hemafroditas fundamentalmente porque, como indica la etimología de la palabra, incluyen o presuponen la diferencia entre ambos sexos.  Existe una diferencia radical en ellos que se da a nivel genético. Ello apunta a que la sexualidad no es la única manera de reproducción. De hecho, como sabemos, hay reproducción por partición. Los esquejes a este respecto son una manera de reproducción por partición que no es sexuada. 

Pero la realidad es que el sistema sexual ayuda a expresar la diferencia. Ayuda a la realización de un sistema diferencial que permite una mejor adaptación al ambiente. Este sistema es el que ha triunfado si hablamos en términos estrictamente biológicos al permitir  una mejor adaptación al ambiente y dotar a los seres de una capacidad de diferenciación e integración mucho más grande. Es así como resulta incongruente intentar definir la sexualidad sin apelar a lo masculino y lo femenino. 

La ideología de género es muy consciente de esta realidad. Por eso, diferencia entre el sexo, que es masculino o femenino, y el género, que constituye una realidad más abierta. En este punto, si uno no establece una relación entre ambas cosas y lo presenta como mundos absolutamente diferentes, tanto el género como el sexo acaban perdiendo significado. De este modo, el género se convierte en algo sujeto a la arbitrariedad de la voluntad de cada individuo. 

Sin embargo, no se puede negar que la diferencia sexual se expresa a distintos niveles. Hay, en primer lugar, una diferencia de tipo genética. Hay también una diferencia que se puede constatar incluso a nivel hormonal. Las hormonas o son masculinas o femeninas. Es, por ello, que la vulnerabilidad no llega a afectar a la relación que se establece entre lo genético y lo gonádico. Por su parte, si ascendemos en la escala de las polaridades, hay una psicología masculina y otra femenina y finalmente hay  una personalidad masculina y otra femenina.

Todo ello indica que o se integran todas esas diferencias en la construcción de la identidad o se pueden desencadenar más adelante procesos en los que se pueden llegar a dar dificultades identitarias. Dichas problemáticas identitarias no pueden hacer abstracción de lo masculino y lo femenino. Su planteamiento exige la diferencia sexual sin hacer planteamientos intermedios que acaban negando la existencia de polaridades innegables. En este sentido, la negación de la polaridad supone tanto como la recusación del fenómeno de la sexualidad en cuanto tal. Otra cuestión es el hecho de cómo se pueda llegar a dar la integración de esa polaridad, que puede darse, por cierto, de muchas maneras. 

En todo caso, como se deduce de lo dicho, la identidad sexual no puede ser meramente electiva. Resulta un absurdo quererla reducir a una elección consciente, precisamente por ser lo sexual un fenómeno en el que intervienen elementos preconscientes. En resumidas cuentas, este modo de pensar ni se corresponde con la búsqueda de una verdadera identidad ni constituye una manera humana de comprender la propia esencia.  

Por su parte, conocer el proceso de integración de lo sexual en la propia vida con su estructura y momentos clave adquiere una especial relevancia en lo que se refiere, por ejemplo, al fenómeno de la atracción que determinadas personas sienten por el mismo sexo. Este fenómeno es mucho más amplio que lo que hoy se entiende por homosexualidad. Ésta constituye a todas luces un modo más vago y ambiguo de referirse a él. 

Pero más allá de la denominación, si atendemos al macroestudio llevado a cabo en gemelos monocigóticos -aquellos que tienen una carga genética idéntica- sobre la atracción al mismo sexo, podemos constatar la siguiente conclusión: el fenómeno de la atracción al mismo sexo no tiene un fundamento genético. No se puede traducir genéticamente, porque se ha podido constatar que personas que cuentan con una genética idéntica tienen comportamientos sexuales distintos. Por eso, no sólo no se ha encontrado un fundamento genético en este tipo de atracciones, sino que de hecho las pruebas remiten a lo contrario, esto es, a que no lo hay. 

Ciertamente puede haber otros fundamentos como el puesto de manifiesto por las investigaciones gonádicas, en las cuales se habla de los famosos estadios intersexuales. En el fenómeno humano estos estadios intersexuales significan una atribución inadecuada del sexo en base a un desarrollo gonánico inadecuado que no llega a corresponderse con el sexo cromosomático. En todos ellos, incluso si hay un cambio de atribución de sexo, a causa, por ejemplo, de que un varón haya desarrollado genitales hacia dentro o una mujer haya desarrollado un clítoris con apariencia de pene, no tiene lugar practicamente repercusión alguna en el individuo tras el cambio. Esto quiere decir que hay una manera de asimilar la propia realidad sexual que es relacional y que no tiene que ver exclusivamente con el desarrollo gonádico, sino con la asunción de roles, que se aprenden en la familia. 

No obstante, no podemos dejar de señalar que hay una primera identificación sexual que no solo es física, sino que también es afectiva y relacional y que sucede en la primera infancia. En ella, como se es más vulnerable, esa relación con el otro sexo que acontece siempre puede tener más dificultades. Es más, generalmente se puede ver que en los fenómenos de atracción al mismo sexo hay en la base un rechazo de lo masculino que se da tanto en la atracción entre mujer -mujer como en la atracción entre hombre- hombre. 

En todo caso, los fenómenos de atracción entre las personas masculinas y las personas femeninas acontecen de forma muy diversa, ya que obedecen a una identidad más profunda o bien masculina o bien femenina. No obstante, es cierto que la primera infancia y las vulnerabilidades experimentadas en ella marcan muy profundamente en este proceso de identificación sexual. Normalmente tienen que ver con un padre que ha abandonado a la familia lo cual provoca que el hijo no se identifique con su masculinidad- la del padre- y se refugie por consiguiente en lo femenino. Esto genera en él una dificultad para aceptar y acoger su propia masculinidad. Por su parte y paralelamente en la mujer- hija dicha situación generaría un rechazo dirigido hacia todo lo masculino. 

El segundo momento clave en la integración de lo sexual en la propia vida se da en la pubertad. En la pubertad tiene lugar la aceptación de la propia corporeidad como expresión relacional. En este punto, resultan incongruentes aquellas afirmaciones, provenientes en su mayor parte de la cultura trans, que declara que puede llegar a darse un alma en un cuerpo equivocado. Esta aserción no se puede sostener filosóficamente, porque el alma no se puede pensar al margen del cuerpo. Por ello, el reto para el pensamiento e incluso para la propia vida viene dado por el hecho de aceptar el propio cuerpo dentro de un sistema relacional que no es sencillo. Y esta es la tarea a realizar, pues en cierto sentido es mucho más fácil dar una explicación falsa a partir de un fenómeno y decir que ese fenómeno no tiene ningún problema que realmente entender la problematicidad del fenómeno en todas sus vertientes. 

Existe, por tanto, fuera de la atribución del sexo biológico, una identidad (sexual) que proviene de una asunción de roles. Lo que podríamos llamar sexualidad básica.  En segundo lugar, encontramos una segunda sexualidad que consiste en aceptar la propia corporeidad como una expresión relacional, en la cual a veces, por las dificultades asociadas a esa aceptación, la relación con el otro sexo se vuelve complicada.  Esto se revela de una forma particular en el hecho de que, actualmente, por no distinguir adecuadamente las formas del amor, se confunde muchas veces la amistad con el amor esponsal. Ello hace que la amistad íntima pase a tener inmediatamente unas expresiones sexuales ajenas a la dinámica propia de la amistad. Por otra parte, es sabido que las primeras experiencias sexuales marcan profundamente la psicología. Muchas veces se producen distintos tipos de abusos en esas relaciones que impactan catastróficamente a las personas, además de otro tipo de relaciones viciosas que a veces se producen. 

Todo esto nos lleva a concluir que la atracción al mismo sexo no es un fenómeno unitario y homogéneo. Tiene manifestaciones muy diversas según las distintas personas que lo viven. Por eso, intentar proponerlo en paralelo al fenómeno de la atracción entre los sexos (masculino y femenino) con todo el sistema de polaridad que este conlleva y la fuerza que éste expresa en la propia existencia constituye cuanto menos un error. 

  1. ¿Qué puede aportar el paradigma cristiano en la acogida de las nuevas formas de identidad sexual?, ¿resultan incompatibles los asertos bíblicos del Génesis con el respeto a otras identidades sexuales no necesariamente heterosexuales?

Creo que entender la polaridad en la que se desenvuelve toda relación sexual e incluso la sexualidad misma y su propio sentido ayuda y de hecho puede ayudar a todo el mundo. Consiste en el fondo en situar a las personas, en prepararlas para entender el fenómeno sexual en cuanto tal. Para realizar esta tarea, comparece una gran dificultad, a saber,  el intento de generar una ingeniería del lenguaje que parte del supuesto de que el lenguaje ha sido sexista y de que en el fondo obedece a motivos relacionados con la opresión. Esta forma de pensar oculta y difumina, a mi juicio, la expresión simbólica ínsita en el fenómeno de lo sexual. De hecho, si la sexualidad es trascendente, lo es porque es simbólica. Y es simbólica porque es polar. Todos los símbolos del ying y el yang, la noche y el día,.... tienen a este respecto y en el fondo una significación sexual. 

Fuera de una polaridad, no hay manera de identidad posible. En este sentido, la afirmación recogida en Génesis 2, 24 expresa el plan de Dios dentro de la realidad del hombre como imagen, como imago Dei.  Que el hombre sea imagen quiere decir que solo en otro el ser humano se encuentra a sí mismo. Es decir, solo aceptando la diferencia se encuentra a sí mismo. 

Esta consideración viene a contravenir la realidad del narcisismo como posibilidad. Recordemos cómo el problema de Narciso en la mitología griega es que no se reconoce a sí mismo y al no reconocerse, pensando que está en otro se ahoga. Y la realidad es que vivimos en una cultura narcisista que pretende afirmar la identidad desde sí misma. Y este narcisismo es lo que, en el fondo, la revelación cristiana viene a invertir incluyendo a hombre y mujer en el concepto de Imago Dei y uniéndoles en una llamada a la que el ser humano tiene que responder y que por lo tanto le trasciende. 

Adoptando esta óptica trascendente que plantea la realidad del hombre como una llamada a la comunión de personas, se entiende muy bien que el aserto del Génesis no se está refiriendo o excluyendo un modo de entender la afectividad, sino al modo en que esa afectividad se puede expresar y de qué manera  puede llegar ésta a ser significada en plenitud. Por eso, esa imagen del hombre y de la mujer se abre al mismo tiempo a la bendición que supone la fecundidad. A este respecto, una sexualidad que pierda la fecundidad no se comprenderá a sí misma, porque de base ha perdido su identidad. 

Así pues, en estas afirmaciones bíblicas no encontramos con lo que Juan Pablo II llamaba experiencias fundamentales, esto es, experiencias originarias a través de las cuales el hombre se puede llegar a comprender a sí mismo. No son, por tanto, datos que uno pueda componer desde fuera. Se trata de experiencias que uno tiene que descifrar con su lenguaje. Por eso, el intento de crear un lenguaje nuevo que no tenga en cuenta esa polaridad no solo conduce a un lenguaje imposible sin masculino y femenino (y con uso impropio del neutro), sino que también mina esa simbólica sexual que, si bien no está determinada en absoluto, resulta necesaria para que el hombre pueda llegar a comprenderse a sí mismo. 

En todo caso, esas experiencias fundamentales nos hablan de la realidad de una sexualidad, enmarcada por la diferencia sexual y entendida como una llamada a la comunión realizada en la fecundidad. Dicha realidad crea un sistema de significaciones que resulta válido para toda persona. Es admisible incluso para una persona que va a ser soltera. De hecho, mi propia experiencia en charlas con homosexuales me inclina a pensar que este sistema no sólo no es excluyente, sino que es además comprensivo con aquellas personas que no viven esa llamada a la comunión en la diferencia sexual. 

  1. ¿Se puede llegar a decir que una afectividad vivida homosexualmente es menos rica que una afectividad heterosexual?

Dentro de la gramática y el lenguaje del cuerpo, esto es, de los significados que el cuerpo debe integrar, en las relaciones afectivas entre personas del mismo sexo se da un problema de cómo asumir lo diferente, además de un sexo sin polaridad que tiene como consecuencia la frustración de un significado (corporal) que no se produce. Asociado a todo ello y en estrecha relación, comparece el problema de la fecundidad, dado que esa afectividad no se abre de por sí a la fecundidad. 

Por así decir, se tratan éstas de cuestiones que no están integradas en este tipo de relaciones y que condicionan en gran medida. Para muestra, el siguiente caso: cuando Obama hizo la ley del matrimonio homosexual, desde la Conferencia Episcopal Norteamericana se presentaron siete personas que habían sido educadas con parejas del mismo sexo. Esas siete personas habían recibido un buen trato por parte de sus padres. Los siete a su vez se habían casado con parejas de distinto sexo. Pero los siete habían desarrollado problemas, sobre todo, uno que se repetía como patrón común en todos: el problema de la ausencia del tercero. Es decir, dentro de este grupo, veían que aquellos que les querían no explicaban su existencia. Necesariamente los siete se tenían que referir a otro que nunca aparecía. Eso constituía un peso tremendo para ellos de algo que, por su parte, era vivido como falso. 

Ello muestra que las relaciones basadas en la sexualidad no pueden ser vistas como acciones meramente electivas cuyas carencias pueden ser solventadas por medio de sustituciones más o menos artificiales o fundamentadas en acciones meramente electivas. No se puede sustituir la diferencia polar ni tampoco la fecundidad asociada a ella. 

En los casos de fecundación artificial que hoy en día se practican entre parejas del mismo sexo, la fecundidad se intenta lograr con una reproducción, pero hay que tener en cuenta que esto constituye tan solo una reproducción, en la que la pareja que opta por ello prescinde o intenta suplir el amor corporal que da lugar al hijo, sin tener en cuenta que ese hijo o hija no es solo para ellos, sino que viene dado desde el amor que lo ha engendrado y que en este caso- su caso- comparece como ausencia a la vista de sus hijos.      

Juan José Pérez Soba
Teólogo
Licenciado en Teología especialidad de moral por la U.P. de Comillas. Doctor en Teología por el Pontificio Instituto Juan Pablo II para los estudios de matrimonio y familia (sede de Roma), perteneciente a la Pontificia Universidad Lateranense.
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